Me despertó un ruido, y me encontré rodeado de maleza. Abierto, tenía encima un libro que no recordaba. Lo arrojé lejos de mi, me puse de pie de un salto y supe que era mediodía. Atravesé unos espesos arbustos, y entre los árboles, mi vista llaneaba sobre minúsculas urbanizaciones y pequeñas acequias. Podría haberme puesto a intentar saber cómo había ido a acabar allí, pero estaba ocupado enteramente en maravillarme por tener todo ese dolor de cabeza para mí solo. El aire estaba limpio y toda esa mierda estúpida que sobre la vida en el campo se le puede ocurrir a un urbanita de profesión liberal barra funcionario. Aburrido y decepcionante y estrecho y miope y conformista y desalmado e ignorante patético orgulloso como un pajarillo que está a punto de morir envenenado bebiendo en una charca de la cantera.
Hablábamos de oportunidades que damos y que recibe la gente. Yo nunca había dudado de que tu drama te ocupa y te hace. Pero en tu entimismamiento se te escapa que todo el mundo tiene su drama propio, que es el que, como a ti, ahora mismo y en todo momento, le ocupa y le hace. Lo he intentado contigo muchas veces, a conciencia, pero no valoras o no sabes dar el paso siguiente. Al final me duele reconocer y verbalizar lo que la peña suelta festiva y tan descarnadamente. Ya tenía comprobado que eres un pobre perro idiota que gira y gira persiguiéndose la cola. Sólo que en tu pobre idiota elección está incluida alguna dentellada a alguien que se te acerca. Como tú, hay personas que no tienen conciencia de lo que puede llegar a construir un encuentro temporal con alguien cualquiera. Personas como tú, con su escuálida y desoladora implicación en lo que hablamos mientras nos encontramos, me hacen pensar, mientras asiento mecánicamente, por qué no estoy ahora mismo leyendo un libro.
Vengo a decir mayormente que estoy harto de tu puta frecuencia vibratoria.
El campo no tiene un fin para alguien que ha nacido en la miseria y vive insatisfecho. Me aburre mortalmente sostener sobre todo tus tontas alegrías. No me llegan, igual que por mucho que te pongas, ni hueles las cosas que a mí me entusiasman. Por eso estoy siempre como adornando mi soledad. Como si no hubiera vuelta de salir al mundo y acabar peleado y rendido con la gente.
En el campo, los silencios del invierno al otoño, tan arruinados porque por dentro no descansan mis ruidos. Me escapo de la gente tan buena y tan normal como tú, y me hago un hogar de paso en mi encierro. Y tantas veces ocurre que hay libros como tú. Con su grosero y vacío engreírse, con su artificio absorbente de impostada emoción que no viene a darme nada, consiguen que me remueva incómodo en la silla, porque echo de menos el viento sin idioma y la luz del sol, tan desprendida. Libros como tú, que hacen que rabie de picor en la cama. Que me lanzan a sufrir por el tiempo en que estoy dándole la espalda a la sencilla, pura y silenciosa luz de las estrellas. Libros como tú, que con su absurda exigencia, a cambio de nada, me están quitando el tiempo y la posibilidad de dormir tan llanamente, y de estar soñando cualquier cosa.
Jag.
21_1_2020