Para María.
Los textos que he leído, referidos al campo semántico de la dignidad artística, con mujeres y vino tinto, las vidas a las que esos textos remiten, y también mi vida, que se escribe mientras se va leyendo en esos textos, todo ello, digo, está sembrado de las resultas de los debates entre las dudas y las certezas. Las de los personajes de esos textos, que las heredan de sus autores, y las mías propias. Y esas dudas y certezas, las que uno escribe, las que otros heredan, son nacidas y alimentadas en la sucesión de tropiezos e iluminaciones que llamamos vivir. Y uno tropieza porque hay oscuridades en el alma, que se encuentran con avatares de la fortuna y accidentes del camino. Y el tropiezo, con su incertidumbre y angustia, se palía y resuelve con ligeros fogonazos que vienen del mundo, o que se sienten en el alma, y de improviso uno sabe elegir y todo se aclara, y el camino lo va haciendo uno, esquivando la trampa y el charco, mientras mantiene luz en el corazón, a saltitos, como un pájaro cantor despreocupado.
En esos textos sobre dignidad artística, mujeres y vino tinto me veo a mí y te veo a ti. No hay cerca ni lejos que ese contacto afloje, pues hablamos de una dignidad sin apellidos. No hay fronteras en el alma, pues lo que al alma atañe está dentro y está fuera al mismo tiempo, y está arriba y está abajo, y está cerca y está lejos. Pienso en términos y temperaturas de dignidad, y está aquí, en mí, y está ahí, donde tú estés.
Leyendo esas historias, escribiendo y viviendo esas historias en las que se ponen en juego tu dignidad y la mía, que al mismo tiempo son la misma dignidad de cualquiera, pues en esas historias yo no dejo de asistir al baile de las dudas y las certezas. Y la duda, encerrada en uno solo es un espeso tumor amargo que te aísla en tu propia oscuridad. Suerte que a la duda de uno puede responderle la certeza de otro. Ese uno se encuentra encerrado en su negra y espesa tristeza, y todo se podriría si no acudiese la certeza del otro, que viene a decirle sal, levántate y no desperdicies la alegría que te queda, sal y abre los ojos a tu valía, sobreponte, saca a compartir tus dones. Sé el mejor ejemplo para tus hijos.
Y a veces, en la vida, que suele ser demasiado larga o demasiado corta, depende cuándo y a quién preguntes, pues ocurre que es uno mismo el que se atasca en la duda oscura y necesita una ayuda para verse claro, en su talla real. Y otras veces, uno mismo ve en sus manos la llave que abre la alegría o el consuelo de otro que sufre. Y por eso, en estas nuestras historias de dignidad, en las que manejamos pobreza con iluminaciones esporádicas, en esas historias con amores de distintas tallas, con silencios elocuentes y vino tinto, está bien que tú y yo sepamos identificar y aceptar el papel que en cada momento nos toca. Está bien que, en cualquiera de los casos sepamos encontrarnos. Que cuando estemos oscuros sepamos dejar sitio a quien viene en nuestra ayuda. Que cuando flotemos en luz y entusiasmo, sepamos escapar de la vanidad y la arrogancia por nuestros logros.
La dignidad nunca es cosa de uno solo. Aunque cada cual observa y cuida su alma propia, entre todos hacemos el alma de nuestro tiempo. Entre todos, con consciencia o sin ella, estamos poniendo el carácter a la vida que nos toca. No está bien que vivamos alelados sólo en lo que percibimos como nuestro.
Es bueno que tú y yo, y todos, sepamos tender la mano abierta para pedir cuando estemos encerrados en la duda. Que sepamos, igualmente, tener la mano ágil cuando al otro podamos iluminar con nuestras modestas certezas.
No puedes hablar de iluminaciones esporádicas...Tu, que vives iluminando a tantos.
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