El nacer, crecer e ilusionarte y
continuar, desgastándote con constancia y poco a poco hasta llegar al páramo
desolado de la decepción, en ese orden, te animan a claudicar.
Pero aún teniéndola por definir, la
dignidad es una llama de luz tímida y calor mínimo que se te mantiene encendida
en lo más recóndito del alma. No la tienes localizada, pero te anima
inexplicablemente. A tu hambre le responde con alimentos insospechados, y pone
campo abierto en la asfixia, fuerza en la flaqueza y bravura en el pavor, de
manera que con los mismos escombros de tu derrota te construye posibilidades de
encontrar sentido.
Te devuelve los argumentos para vivir.
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