Me
levanté temprano, de la mano de un desvelo hecho mitad
soledadansiedad,
mitad incertidumbre, mitad calor sofocante. Me voy andando a Correos,
y tengo que aprovechar la mañana. Finales de Agosto, tú. Con el
rabillo del ojo, veo los fichajes, mirando por el otro lado intento
sortear la felicidad de los demás, que es tan pesada en esta ciudad,
cuando vas camino de tu existir precario. Hay que aclarar que el
problema radica básicamente en una cuestión de tiempos: multitudes
de bienvenidos y bienvenidas que no tienen apremios más allá (ni
más acá) de la paella de microondas que comerán a la caída del
crepúsculo, y están delante y detrás, y a un lado y a otro,
(prácticamente en todas partes, con sus camarotes digitales y sus
extensores del selfie),
mientras tú intentas pasar, porque al otro lado está tu objetivo,
tu pobre objetivo diario, o simplemente tu alarmante y dolorosa falta
de objetivo definido. Y mientras tú estás pensando llego tarde,
llego tarde, mientras tú estás pensando qué mierda voy a hacer con
mi vida, pues ellos están llenando tarjetas con recuerdos
imborrables. Aclarar que cuando van siete por una calle del centro,
por una acera, ancha o estrecha, no van como los siete enanitos,
cantando a trabajar, ni a casa a descansar, qué va, van como los
siete magníficos. Y llegado a este ejemplo no puedo dejar de
reconocer que se me ha ido retorciendo el hocico en esta ciudad. Yo
antes decía
-Sorry,
thank you, merci, danke, grazie mile.
Y
pasaba, sonriendo.
Ahora,
cuando se me paran a contemplar el pálido reflejo de una voluta en
un escaparate, cuando se me paran de improviso, en gran grupo, porque
se han acordado de que en alguna parte han despreciado la posibilidad
de comer sin ganas una piadina, o un crépe, o un shawarma, pues
ahora sólo me sale
-A ver
si nos aclaramos de una puta vez (pronunciación andaluza).
Y paso,
sin más.
El
debate ciudadano no es que se muera Peret ni que se vaya Xabi Alonso.
El debate ciudadano es la elección entre tener todo el tiempo del
mundo con un bolsillo de mierda, o escuchar el triste tintineo de tus
monedas, mientras desperdicias tu música, tu tiempo de sol, de aire
puro, en el lugar de trabajo. Sigo caminando, eludiendo estas y otras
perniciosas consideraciones. Todo lo mío está cogido con pinzas,
con alfileres. Sigo atravesando este Agosto malvivido, en el que mi
marcha se ha reducido a una chibeca por la noche, viendo películas
de biblioteca comiendo un bocadillo. Menos mal que ya va pasando.
Ahora sólo queda superar el síndrome postvacacional de los amigos.
Y pensar menos mal, menos mal que no tengo tele, menos mal que no me
caliento más de lo debido, y mantengo a distancia prudente la
posibilidad de cambiar el libro por el palo. No quiero ayudar a
empeorar las cosas. Sobre todo las mías. Prefiero seguir adelante,
aunque ciegamente. Prefiero mantener mi bisoñez, a saco. No pensar
en que se va el artista denostado, no pensar que se muere el
cantante, que se muere el poeta y no baja la proporción de burros,
sino más bien al contrario. Sigo, sigo intentando no amargar la
cara, sigo, sigo componiendo mi canto por dentro, sigo dando gratis
mi tesoro. Cobrando por marear la perdiz y, mientras reviento, todo
el turismo que puedo pagar es imágenes de google.
Mejor no
hablar del Amor. Al menos mientras mi amor propio no haya
descongelado.
He
llegado a las escaleras de Correos y el helicóptero, allá, en las
alturas, no ha dejado de dar por culo. Qué es lo que vigila, me
pregunto, si en el mes de vacaciones están cerradas hasta las
tiendas de pinzas, de alfileres. Supongo que la ordenanza les obliga
a enseñar los juguetes, más que nada por justificar sueldos,
partidas, presupuestos y oposiciones. En fin.
En la
escalera, mientras subo, veo cómo la duerme a pleno sol un guiri
treinti blanco de moreno salmonete. Uno de los que han venido, es
preciso aclarar, no uno de los que se han quedado. Y yo me digo hay
que ver: en su país bebiendo en una bolsa, besando bajo el muérdago,
y aquí follando entre contenedores con las claritas del día. Y
empujo la puerta giratoria, y me digo no me extraña, me digo que no
es raro que con tanta facilidad, se sigan produciendo Milers,
Orsonweles, y Heminguays.
Entro.
Pulso mi
botón, cojo mi turno.
Busco el
formulario de envío certificado nacional.
Lo
relleno.
Busco el
formulario de envío certificado internacional.
Lo
relleno, y me digo:
-Ya
veremos ésto cuánto me va a costar.
No he
acabado, y ya ha pasado mi turno, pues la oficina está propia para
hacer un rodaje.
Pulso
(nuevamente) el botón de antes y,
cojo el
turno de ahora.
Qué
cansancio.
Me toca,
al fin.
Me
acerco, digo:
-Buenos
días.
-Buenos
días- contesta el funcionario.
Meto los
formularios por la ranura.
Meto los
paquetes en el torno giratorio.
El
hombre se dispone a girar el torno, pero como es un verbo compuesto,
ya lo he girado yo, que no tengo toda la mañana.
Con esa
alegría de trabajo fijo, automatizado,
coge el
paquete del envío nacional,
lo pesa,
hace
unos tecleos en la calculadora,
pegatinita,
código
de barras,
sello y
firme aquí.
Yo me
tenso, no he visto el precio ni el peso en la balanza, pues
tengo
las gafas del lejos.
El
funcionario, como sin sangre,
coge el
paquete del envío internacional,
lo pesa,
hace
unos tecleos en la calculadora,
pegatinita,
código
de barras,
sello y
firme aquí,
y yo,
que sigo tenso, pues
mientras
el funcionario pone mis envíos cada cual en su cesto,
yo sigo
sin coscarme de lo que sale en la calculadora.
Inquiero
(solicito):
-¿Ésto
llega, verdad?
-Tiene
que llegar- me dice con un acento marcial desganado, y añade- son
envíos certificados.
-Ahí
dentro van mis trabajos- le suelto- y TIENEN que llegar, que una vez,
envié normal, y me perdísteis un mosaico.
El señor
andaba sacando el tíquet, grapándolo a los resguardos, y asomándose
por encima de sus gafas, me dijo:
-Hombreeeee,
es que si envías normal, jejejejeje.
(Cinco
“e” y cinco “je”. Un doble cinco: ...)
(Respiración,
por mi parte, domando el acelero, conteniendo
malamente
la rabia, el improperio, la leche que me sube, mientras
una
neblina de incomprensión se va extendiendo, helada, amenazadora,
sobre el cristal que separa su silla, su oposición, sus trienios,
de mi
aguante,
de mi
ira natural,
de mis
menguadas fuerzas para la educación.
Unos
tensos segundos que me concedo para ver que el hombre
ha
abierto los ojos a su metedura de pata, y ahora
no tiene
cojones de levantar la mirada.)
Al
final, gasto la corrección que me quedaba, para decirle:
-Te
pagaré con tarjeta.
Y poco
más. Me clavó quince euros, y se nos acabaron las palabras.
En un
silencio formal, pulsó el botón de siguiente, mientras yo me
encaminaba hacia una parte insignificante de tiempo libre.
Pensé
en políticos concretos, en asesores anónimos, en familiares a dedo
y en jaurías de subsecretarios. Pensé en catetos trajeados,
pulsando los botones que ponen a funcionar a estos funcionarios. Y
luego me vinieron a la cabeza, las risas de mis amigos guiris
residentes, cuando hablan entre ellos de los servicios del país. Me
vino, sonrojantemente, el peso que tenemos. Sí. En PLURAL.
Verás,
yo no ando con banderitas y esas mierdas, pero cuando falla lo normal
en el sitio en el que estoy viviendo, yo no me río. A mí me da
vergüenza. No me importa que sea responsabilidad de otros. Y no me
río, además, porque a mí la vida no me perdona ni un fallo. Actúo
lo mejor que puedo por decencia, por responsabilidad, y porque si no
lo hago bien, lo acabo pagando. Es muy simple. Yo no dejo de pensar
en que si los gobernantes, con todos sus consejeros, chóferes,
chupópteros en nómina y tristes asalariados, admiten con humor y
desparpajo la parte podrida de nuestra normalidad, si se ríen
abiertamente de lo que está mal y debería estar bien, si admiten
esa base traicionada, ¿no es eso condicionar con trágica alevosía
las bases de los que tenemos que pelear por acceder a la normalidad?
¿No es eso reírse, en definitiva, de los que, pese a lo que pese,
intentamos hacer lo correcto, aún cuando sabemos que el juego está
adulterado?
Salgo
con un pellizco que me corta el cuerpo, pues no se me olvidan esos
que se ríen de su propio trabajo mal hecho. En los políticos que
los crían con ese humor, mientras miran para otro lado. Y en nuestra
pobre normalidad de migajas, que sólo se sostiene con nuestras
buenas interpretaciones, con nuestro buen humor, natural de país
meridional. Los guiris se ríen con razón, pues además de ver claro
el peso que tenemos, asisten atónitos a nuestras ínfulas de mundo
civilizado. Por no hablar de tanto mareo con la identidad, la
cultura, los símbolos, las sensibilidades traicionadas, y las
fechas, las efemérides a las que agarramos nuestros tenderetes para
cargarnos de razón, cada uno en su decorado. No puedo dejar de
pensar qué desastre.
Salgo
para el gótico, no sé si con prisa o con ansiedad por saber de una
vez qué mierda puedo hacer el resto de la mañana. Algo que sea
sencillo, me pido, que sea mío y que sea honesto. Que sea de MI
normalidad. Algo que pueda crear con rabia no destructiva, con humor
no avergonzante. Algo que sea productivo, que me dé tiempo a comer y
no llegue tarde a los flyers.
Encamino,
pues, el resto de la mañana hacia una biblioteca que queda abierta.
En el
Carrer de la Ciutat, la balanza anti-complejos, dice que YO tengo el
peso de George Clooney.
(Siento
haberme quedado sin comentarios)
.
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