En un repente por la mañana, me ha parecido que las cosas limpias nacen en el fango.
He forzado mi camino malapata para pasar otra vez por tu calle. Y tan sólo con decidirlo he empezado a pensar que estoy más gordo, que la mochila está sucia y que me tenía que centrar el gorro de lana. El corazón se me volvía niño, cabrito, potro.
Cuando pasaba por tu puerta, tu sonrisa me apretó el paso, y me ahogaba de una tonta pequeña alegría mirando a la acera.
Una mujer te estaba diciendo, pues córtate el pelo por el año nuevo, cambia.
Y yo me tragaba las piedras de repente, yo sobrevolaba zarzales comiéndome los fuegos. Era como querer de pronto hacerme amigo de los mares, yo no me lo explico.
Algo bondadoso e indescriptible ocurre cada vez que tu idea roza mi mundo.
Algo que me salva y me acaricia por dentro, ocurre cuando en dos semanas te veo un segundo.
Y sigo débil y venenoso como un cable pelado al viento, pero en un repente esta mañana, en un repente cada vez que te pienso, yo me planteo que no sé qué hacer o qué decir, y me pongo a aventurar qué energúmeno o milagro o cataclismo va a acabar poniéndonos en un mismo lado.
Después he seguido un rato temblando por el campo. Y algo que no voy a saber explicar está a punto de romper a llorar de alegría en mitad de mi barrizal.
Jag.
29_12_17
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