Se van del cuerpo y la memoria, del corazón, de la mesa y el sueño, los peces que trajiste -por tu hambre y tu sed de mundo- del océano, de la acequia, del charco de un vecino o de un cubo.
Persistirá en ti y en la gente, como bueno y valioso, que ingenuo y hermoso hiciste tu caña y lanzabas el anzuelo cada día.
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