Me ha leído y yo he temblado de nerviosismo antes de dormirme. Ella tenía para mí esa cosa eléctrica, un veneno de juguete que me hacía vivir en una callada excitación. Y sigo en ese vínculo de aire. Siempre tuve la sensación de que estaba manejando diferentes lenguajes. Uno para ella de siempre, otro para cuando hablaba conmigo, como por algún tipo de coquetería, yo supongo que por poner el acento en la intimidad, en un modo de proteger la suya propia, en parte por mantenerla a salvo de mí, en parte imagino que para protegerme de ella misma. Al mismo tiempo usar un acento específico para tratar conmigo, que se notara como una canción dedicada que sólo me susurrara a mí y que yo pudiera entender. Un desenvolverse suave, efervescente y contenido.
Esa canción que yo imaginaba sería nuestro juego. Aunque yo me cuidaba de lanzarme a un vuelo en el que, de algún modo, no encontraba toda la confianza.
Y aún así, no podía yo evitar el olerla en la distancia, dispararme enloquecido imaginando más olores. Más olores y más de cerca. Por ejemplo un codo. Y también ese mismo codo por la tarde, y saber si cambia con el crepúsculo o al amanecer, imaginaba olerlo en invierno y en días de fiesta, después de la ducha y cuando está decepcionada con algún inescrutable mecanismo roto del placer o del entendimiento animal.
Quizá ya antes de preguntarle nada acabe desnudándose, tan triste, el torpe misterio de nuestro corto juego. Todo estará perdido, pero seguir oliéndola, todo lo que pueda. Más olores y más de cerca. Que acabemos sabiendo a qué huele ella y a qué huelo yo después de que nos hayamos sentido lastimados.
Vivo en esta manera de mundo deficiente en la que me he sentido amado en momentos puntuales, con letras titubeantes flotando sin fuerza en campos de una ternura borrosa. Me he sentido amado en momentos extraordinarios y lo normal era todo lo demás. Es muy pobre entender eso y luego hacer vida normal tan sólo con la esperanza, que no tiene asa ni color, o con el recuerdo, que vive huyendo. Es seco y es frío. Es descarnado.
Y todavía, a qué olerá su codo cuando entiende que alguien le ha dicho una mentira. Olerá rosa, olerá salmón. A qué olerá su pelo mientras se para sin saber a qué fue a la cocina, y la luz del sol le llega desde atrás, y la ha sorprendido así, enmedio de una duda inofensiva, rodeada de pelusa del jersey en suspensión, a contraluz.
A qué olerá todo junto de ella si yo estuviera delante diciéndole estas cosas, olerá rojo y luego morado, y a qué olerá cada parte de ella en cada situación que ahora no se me ocurre, si es que antes de haber acabado mi primera frase no ha salido corriendo hacia otro quehacer más urgente, o hacia otra persona o cosa o ambiente más importante o más pertinente que yo, que me he puesto delante de ella diciéndole estas u otras cosas que ahora mismo ni se me ocurren ni voy a saber planear, si es que hay finalmente una próxima vez en que a ella yo la tengo delante.
Jag.
3_nov_25
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