27 de febrero de 2018

¿PERO QUÉ ESTÁS PENSANDO?


Hoy he escrito tu nombre completo antes de esto.
Siempre he estado de una manera en que me sentía demasiado pequeño para algunas cosas, y demasiado grande para otras.
He tenido momentos puntuales, en que veía claro, fugaz y poderosamente, que eso de la pequeñez y la grandeza es una chalaúra. En esos momentos de rara y profunda lucidez, vi que uno es la mezcla de lo que siente con el atrevimiento que le pone para afrontarlo. Después de esa conjunción, ocurrió siempre una especie de explosión que lo cambiaba todo, borrando lo feo y realzando lo que realmente sirve de nosotros mismos para vivir. Era siempre como un vuelco en el alma, un respiro nuevo y fresco que entraba en el corazón.
Y eso lograba en mí algo bueno que se acumulaba. Algo que antes no había, y se quedaba.
Casi siempre durante tardes de domingos de mierda, acabo cayendo dolorosamente en la cuenta de momentos así que he dejado pasar. O porque no entendí el momento, en su hondura o pertinencia, o porque no encontré o no busqué la manera. Pero los perdí. Y dejé pasar algo de mí con ellos.
Tú y yo hemos tenido más de una mirada de esas que a ti y a mí se nos clava en las respiraciones. Yo lo sé. Pero nunca he hecho nada más allá de llegar a algún sitio, tambaleándome como un bicho recién atropellado, y juntar el aliento justo de escribirte una cosa detrás de otra que no creo que sirvan absolutamente para nada.
Demasiado chico o demasiado grande para mirarte a los ojos y tocarte una mano a la vez, por ejemplo. O para decirte las cosas abiertamente, subir ese escalón, a ver qué pasa con la vida inmediatamente después, y que como mínimo se quede subido de una vez.
Pero no he hecho nada. Me he ido, y he gozado de mi luz yo solo, y me he comido solo la oscuridad de verme demasiado poco para hacer en ese momento lo que la nobleza de mi corazón tenía en su mano.
He escrito tu nombre completo y me he ido al campo, contigo paseando por dentro. Y me siento tan raro y tan a gusto. Normalmente tengo un nudo bajo el esternón, y me falta la respiración, o estoy falto de preguntas y abrumado de respuestas.
Es como si mi vida normal me diera un líquido invisible que se agacha cuando yo me agacho, y se alza cuando doy un salto, para siempre mantenérseme al borde de la barbilla.
Algunas veces pienso que la vida nos ha encontrado y yo lo estoy desperdiciando. Siempre parezco a punto de empezar a llorar o a romper cosas. Menos mal que me veo demasiado grande o pequeño para eso. A veces pienso que escribir todo esto es mi manera de hacer algo sin hacer nada. Y yo sé que todo esto va a acabar sirviendo, a la vez que sé que nada sirve para nada.
Me veo como un perro sin amo, que sigue un rato a un desconocido, lo huele, moviendo el rabo, y desaparece de su vida sin ruido y sin pedir nada.
Los domingos de mierda por la tarde, llego a pensar que no merezco el amor. Porque a pesar de llevarlo a todas partes en el corazón y en la boca, lo siento y lo defiendo tontamente, pero en realidad, no le tengo talla.
Y si es así, dónde podré esconderme para que el amor no me vea la cara.

Jag.
25_2_18


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario