26 de julio de 2020

Amigas, amigos, queridas y queridos todos,

sé que en muchos casos últimamente no me he prodigado todo lo que debiera con alguna y alguno de vosotros, más allá de las penosas condiciones que imponen esta lamentable situación, y no quería dejar de aprovechar la ocasión para expresaros mi más sincero afecto.
A lo largo de la vida, suceden cosas para las que descubrimos que no estábamos preparados. Más allá de calificar su pertinencia, que por otro lado, es inútil hacerlo: ocurren sin preguntar si es buen o mal momento para nosotros, en la respuesta que damos a esas cosas importantes nos definimos como personas. Cuando afrontas tu realidad, cuando empiezas a convivir con las consecuencias que se derivan de tus decisiones, siempre hay un momento en que sabes que podrías haberlo hecho de otro modo. Podrías haberlo esquivado, y hacer como si no hubiera pasado nada. Ha pasado así otras veces, y la vida ha seguido adelante. Pero también hay sucesos como el que os comparto, en los que, en el momento en que todavía es tiempo de eludirlos, te planteas qué persona quedaría de ti, con qué cara te encontrarás cada día en el espejo, asumiendo la blanda dejadez, la torpe cobardía de negar la respuesta a lo que en contadas veces te pregunta la vida.
En fin, contaros con emoción que no he eludido lo que pasa, contaros, como decía, que ahora mismo no sé manejar el miedo por la certeza de que no estaba preparado para esto.
Ella siempre ha estado ahí. Esa es la verdad.
No entendemos, hasta momentos así, cuánta cosa está latiendo en nuestro movimiento acostumbrado, esperando el momento de revelarse como tropiezo para cambiar, como fogonazo iluminador para trascendernos. Es la costumbre misma la que nos tiene enfriados, y como de espaldas a que, más allá de a qué damos nuestra atención, más allá de en qué tengamos puestos los esfuerzos, las ilusiones y expectativas, más allá de los lugares en que esperamos, las cosas, sin que tú las elijas, ocurren, te despiertan, y no esperan a que termines de preguntarte cómo iba yo a saber, pero cómo iba yo a saber, y ya te están desafiando a vivirlas, porque sabes desde dentro que todas las vueltas ya están dadas.
Ella siempre ha estado ahí, y ha ocurrido, y ahora es tonto echarle la culpa a la torpeza, al azar, que es como abrir el agua con la manguera suelta en el patio, y pensar en cómo era todo antes de que hubiera ocurrido. No ha pasado nada especial para que nos encontremos. No hemos forzado nada y ha ocurrido. Era la misma casa de siempre, el mismo pasillo. Parecía una mañana como todas las otras, y no como esta, en la que de repente te ves diciendo que con esto vamos a seguir adelante. Me he acordado de mucha gente, con amor, con alegría y dolor, mientras todo esto enrojece. Me he encontrado con la esquina del mueble del pasillo, y quería comunicaros que vamos a tener un cardenal.
Jag.
18_7_2020


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario