22 de agosto de 2023

HIERVE


Cuando me siento fatalista con la realidad, veo y digo que el espíritu de la gente -y de mí mismo- está hecho a martillazos: que está hecho sin sentir y sin pensar y sin pararse a ello, dejando rebabas groseras y grietas peligrosas por dejadez o por ignorancia, abolladuras y asperezas dañinas al trato, y texturas y bordes ofensivos a la lengua, a la vista, y sucias holgazanas para el gusto.
Cuando me siento un paso más allá de fatalista con la realidad, noto que pierdo pie de una esperanza que aún palpitaba, escondida de mi, en el párrafo anterior. Esas veces la gente -también yo mismo, dolorosamente- me inspira -me invade- con vergüenza virtuosa en negrura y amargor. Y con eso veo y siento que nuestros espíritus no están hechos a martillazos: ahí queda muerta la idea estúpida e inocente de que hay un material noble y primigenio que se ha maltratado por descuido o ineptitud, porque la vida no tiene taller ni ensayo, y, o no la tenemos, o no sabemos usar la herramienta. En ese paso más allá, que es un paso ya en la desesperanza, siento que el espíritu de la gente, el mío propio, están hechos de basura encontrada o robada o heredada o impuesta que se arrejunta con el primer pegamento miserable que uno le ponga, y que con zopenco orgullo y tristísima soberbia, esa pobre nulidad que somos se envalentona y dice más alto de lo que deba o mereciera, con una seguridad vergonzosa: yo soy así como soy, y como soy yo el que lo digo, pues así es como voy a echar la vida entera, y te jodes y te callas, que yo tengo el mismo derecho que otro cualquiera.
Jag.
11_12_22


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario