El
grinder sobre el regalo de Patricia,
la caja
pirata sobre el libro del Chi Kung,
el
portátil que no carga,
ni el
Señor de los Corderos
ni el
Silencio de los Anillos.
Frío
natural de Diciembre,
calor en
el chat, besos esquivos en el muro
y café
instantáneo.
Compongo
así, mi torpe atrezo en la casa sola.
Procuro
así, entretenimiento, especulación,
training
básico para superviviente emocional,
esperanzadoras
cortinas de humo
para mi
tiempo largo,
para mi
corazón solo.
Y aún
así, ni llenando mis noches de vacíos espectáculos,
consigo
la calma, entretenerme,
serenar
el pulso la respiración, a veces.
Pues
siento, cada vez más dentro tu lejanía,
cada vez
más profunda y vacía,
cada vez
más tonta y descarnada,
y me
monto películas
en las
que sólo hay malos y no hay final.
Y no sé
dónde meterme cada vez que,
entre
las brumas, entre los restos del ramaje plateado del día gris
que se
descompone,
me miran
tus ojos de roedora adolescente, tus ojos
cabalgando
tsunamis y escupiendo tormentas, en fin, no te veo
nada y a
las primeras de cambio,
me pongo
a hablar de tus ojos, o más bien
de esas
cosas que tienen tus ojos.
Esas
cosas que los amigos callan
cuando
yo estoy delante.
Esas
cosas de las que
nadie quiere
hacerse
responsable.
.
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