Hola. Es nada. Sólo que
si de alguna manera elemental sé que es hacia la nada que se hace camino al
andar, también supongo que debería saber que es bien improbable interesar a
alguien con ruido redactado, en cuya alma ya sé desde su principio que resuena
un majestuoso nada que contar. De alguna manera elemental sé también que de no
ocuparme en esto, estaría haciendo el tonto en otra cosa, incluso en alguna que
fuese dañina para la gente, aunque claro, ya podría ponerme más serio, y esforzarme
en, pero bueno qué más da. Así dejo consignado que hago el tonto lo que está y
lo que no está escrito. Y por muy tonta que haga la cosa, por lo menos doy de
leer.
Estoy pensando también
que interesar a alguien es hacerle ver y resonar por dentro que tenemos algo
compartido. Y si pongo mi empeño en hacer música de ruido redactado en cuya
alma resuena un majestuoso nada que contar, supongo que también estoy en la
sintonía de los que están cansados de escuchar para que nunca llegue nada digno
de ser escuchado. Supongo que ahora es cuando debería recordar a la gente que
hay libros por ejemplo de Roberto Bolaño como a seis euros. Sigue adelante, y
ahora me dirijo sólo a ti, y verás que todo esto es hola. Es nada.
La historia, que no va a
ningún lado, que no quiere un argumento ni tiene intriga ni dramatismo, es que he
ido andando a la ferretería a comprar ángulos de refuerzo, me he traído siete,
y por el camino me he cruzado con ella, y nos hemos sonreído y ya está. Me
pareció preciosa y no veo en qué alimentaría eso la narración. Tampoco la veo
muy predispuesta a entender que vivo tontamente entregado a buscar expresiones
y herramientas punzantes contra el aire ignorante-pasivo-opresivo que está
respirando con vergonzante normalidad el pueblo. Y ya está. Se me ocurre añadir
que vaya sol que está empezando a hacer en febrero.
Me desperté esta mañana
pensando que tengo muchas cosas que hacer. Me desperté también recordando, con
nebuloso empeño, que he soñado que ese señor que apuesta por la felicidad como paso
hacia y como objetivo último del conocimiento, ese señor que en la tele, tan
superficial, tan tontamente humano, se demoraba untando sándwiches mientras
pensaba para sí, delante de la cámara, vaya grupito de moléculas interesantes
se han juntado en este anuncio, como decía el monologuista que también decía
que su novia se tiraba pedetes de princesa muerta, ese señor, el primero, en mi
sueño, hablaba conmigo de un grupo que yo vi con la mujer que después de un
equívoco lamentable se tomó su tiempo para hacerme en su sofá una curva
serpentinata con la línea de su cadera para convencerme, creo yo, o por lo
menos eso consiguió, convencerme, de que YA, de que SÍ, de que AHORA podríamos
aventurarnos a dar el primer paso de intentar llegar a querernos todos los días,
y que por eso sería buena idea irnos juntos a ver a ese grupo (y a otros) al
festival de música electrónica avanzada que se estaba celebrando ese mismo día
en la ciudad en la que vivíamos en 2004.
De verdad que, aunque sin
argumento, sin intriga ni dramatismo, también puede uno caerse de boca en la
calle de la esperanza y levantarse sabiendo (de alguna manera elemental) que
aunque de donde no hay no se puede sacar, donde no hay siempre hay algo. Y de
verdad que cuando me crucé con la mujer del encabezamiento, a mí me parecía que
me miró con una especie de somnolencia confundida de paz, esa cosa que tiene
alguna gente que a mí me llama la atención, y empezó a resultarme de repente
tan hermosa, tan crujientita por lo demás, en serio, aunque no la viese capaz
de entender si le cuento que vivo entregado obtusamente a inventar preguntas
para cuya respuesta no alcanzo. Y esa es una distancia a tener en cuenta entre
su sonreír y el mío. Ay.
La historia, que no va a
ningún lado, que no quiere un argumento ni tiene intriga ni dramatismo, es que
sin saber hilarlo del todo, y ajustado de fuerzas para un lunes como me
encontraba, antes de levantarme a empezar a hacer todas las muchas cosas que
tengo que hacer, el nebuloso empeño por recordar mi sueño ha desembocado en que
yo soy como un árbol (y no busques una explicación de esto, y aunque de donde
no hay no se puede sacar, donde no hay siempre hay algo), como un árbol, y se
me agarraba la certidumbre de que ella no iba a entender fácilmente que porque
cuando he querido no he podido, porque cuando puedo no quiero moverme, he
acabado entendiendo que las cosas cambian, o no, en mi contra o a mi favor,
cuando y como tienen que cambiar, o no, sin que yo tenga que hacer siquiera por
moverme. Que acepto lo que cambia o no, lo que hacia mí se mueve o no, sin
alimentar la ilusión de que mi solo movimiento hacia las cosas y las personas
que me atraen, mi solo movimiento hacia las cosas y las personas que creo o sé
que me necesitan y necesito, mi solo movimiento hacia las cosas y las personas
que me llaman, me quieren, me requieren, me insisten, me esperan, porque les
importo o porque saben o sienten que me importan, vale, vale, quiero acabar por
decir que sospeché que ella no iba a ser capaz de entender con naturalidad,
tampoco, y recapitulando, que acepto lo que cambia, o no, sin andar alimentando
la ilusión de que mi solo movimiento hacia esas cosas y esas personas cambiaría
las cosas (las situaciones y enfoques y circunstancias de las cosas hacia mi)
significativamente y a mi favor.
La cosa es que me he
encontrado de repente en mitad de la calle con que su mirada y mi mirada se
sonríen la una a la otra, casi dándoles las espaldas a nuestras voluntades. Y
ya tenía yo más que suficiente con intentar hilar todo eso que tengo tan deshilado
como para encontrarme con un hilo más. Su mirada y mi mirada sonriéndose la una
a la otra, y en ese repente me ha sobrevenido como desde un mundo lejano el
rumor de una especie de paz animal. Y no es tan sencillo como colgarlo todo de
la frágil amabilidad de este sol de febrero. Misteriosamente, ser quien soy,
sin un mayor esfuerzo, parece que sirve para algo que por el momento no sé
delimitar. Me parece que nos ha salido un idéntico saludo ahogado, y me he ido
mascando la cosa.
Todo, algunas veces, se
enhebra tirando una piedra chica a cualquier parte de un estanque en la
completa oscuridad. Nadie puede saber hasta dónde, hasta cuánto va a estar
vibrando el agua algún mensaje descuidado en una orilla alejada.
La cosa es que el no
acabar de hilar alguna esperanzadora conclusión lógica que hiciera de mi sueño
algo con una forma medianamente identificable, me ha hecho decidir en el último
momento que dejaría de hacer lo que medio estaba decidiendo que iba a hacer (de
entre todo lo que tengo que hacer), y pensando en el árbol, que no se mueve,
que acaba consiguiendo lo que quiere y necesita sin moverse, o mejor, que no
tiene que moverse, pues tampoco tiene que desear, porque no tampoco tiene la
mamífera premura de tener que plantearse que lo que quiere y lo que necesita
está lejos y apartado, y hay que pedirlo o irlo a buscar, pensando en el árbol,
digo, he decidido hacer algo que me ayudara a seguir despertando de mi sueño, a
ver si más despierto podía avanzar por él, y decidí que cambiaría de itinerario,
que intentaría, en un camino largo, dejarlo todo dicho en una sola frase, como
uno de mis escritores favoritos hace, que lo dice con una sola frase, lo mismo
que (dice que) todo puede decirse con una sola frase, aunque nadie logra decir
todo con una sola frase. Y me he ido a la ferretería a comprar unos ángulos de
refuerzo, me he traído siete, y por el camino me he cruzado con ella, y nos
hemos sonreído y ya está, y después me he quedado solo pensando que vaya sol
que está empezando a hacer en febrero.
La cosa no va más allá,
aunque he entendido ese encontrarnos como una pequeña alegría sin argumento sin
intriga ni dramatismo, y se me ha despertado el temor a la afición que le tengo
a caerme de boca en la calle de la esperanza y levantarme sabiendo (de alguna
manera elemental) que aunque de donde no hay no se puede sacar, donde no hay
siempre hay algo. De ahí que le hubiese encontrado en la mirada esa especie de
somnolencia confundida de paz, de repente tan hermosa, tan crujientita por lo
demás. Y quizá por ese aburrido terror a lo de siempre para lo de nunca, quizá
por eso me he ido planteando que hay que ver que vaya sol que está empezando a
hacer en febrero, después de cruzarnos y decirnos hola, que es nada.
Durante un rato bueno el
sueño se me ha olvidado, pues justo antes de ese buen rato, he estado sabiendo
que no recuerdo el nombre de la mujer del encabezamiento, y entre una y otra
desmemoria he sabido también que es una batalla perdida intentar dejarlo todo
dicho en una sola frase, como uno de mis escritores favoritos hace, que lo dice
con una sola frase, lo mismo que (dice que) todo puede decirse con una sola
frase, aunque nadie logra decir todo con una sola frase.
Después he pensado en el
árbol, he suspirado y me he dicho esto te pasa porque te has puesto a la
ilusión por algo. Y me ha dado vergüenza la cosa. Aunque la vergüenza no era el
tema de todo esto, ni mucho menos, me parece.
Jag.
4_4_2020
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