Acaba de
una vez, no pares. Dale curso legal o deja abierto el grifo,
simplemente. Ya es hora, lo sabes, de soltar la gran meada, la hora
de escupir la última carcajada antes de que la desesperanza se nos
escape del corral y salga salpicando los cálidos espumarajos que
guarda en su corazón amargo. Hoy es el día del pataleo, el día en
que nadie se atreverá a sonreír mientras tú te mueres de espanto.
¿Cómo
estás?
(Silencio)
¿A
quién quieres más?
Ejem
(ligero temblor de rodillas, imperceptible revolucionarse en la boca
del estómago)
Hoy es
el día de vomitar y tragar, el día de sentir las cosas y notar que
el cuerpo se te descompone, y un invierno se te precipita, una
tormenta negra que engañosamente te acoge, como una madre
desquiciada.
Porque
nada es posible, la aventura es censurable, la suerte, el destino que
cada uno se trenza, vienen de la mano de un veneno de segunda, una
torpe canción que sube agotada por la garganta, para morir de
sinrazón y apatía con apenas asomarse a los dientes. Hoy es el día,
observa, en que te tapas con fuerza la boca del alma, porque todos
tenemos lagunas y pestes, todos tenemos debilidades, vergüenzas y
nuestro corazoncito, ¿verdad? Nuestros derechos, nuestros márgenes
de mejora.
Lo
cierto es que te han visto sonriendo sin convicción, lo cierto es
que, como pequeñas lombrices, el corazón se te escapa en retorcidas
virutillas de víscera, por las juntas de los dedos. No te esfuerces
en callar ni en decirlo. Deja de aguantar. Deja de sentir, si cabe.
Hoy es
día de bula para los abatidos, alégrate, desempolva tus galas, que
hoy son los juegos florales de los defenestrados, el santo patrón de
los ineptos. Vivan los que tienen la fuerza e ignoran la dirección,
vivan los que siguieron de una pieza y no supieron tomar partido,
vivan los que apostaron sus asaduras y perdieron la convicción. Que
no falte ni gloria en mi alma, como dirían las gentes del otro lado
del río, que no falten los manjares, los licores perfumados en la
mesa de los fatalmente dolidos.
Dale, y
sé deportivo, achucha y estira la pata honestamente, que eres tú,
es Ella, y soy yo, y el cielo se nos cierra, y el campo se nos
desbroza.
Sus
gestos, sus miradas se me vuelven niebla en la tarde que entristece.
Su
presencia es un dedal de leche en mitad de la torrentera. Y va
apagándose el eco de tiempos vagamente felices, allá en las
cumbres, en la inmensidad de la mar marinera.
Ella
está descansando de todo. Ella está dando la espalda. Absorta en
alguna poesía que se transparenta, Ella se me pierde en una
matemática que se complica, sí. Cómo la amaré, cuánto la amaré,
Ella está dejándose desfallecer. Ella está cagándose en su
sembrado, con encono y renovada convicción, Ella le da alegremente
al asunto en mitad de lo fregado. Todo eso porque la quieres o porque
no. Porque un día se humilla, y otro día se viene arriba, y otro
día es un paso adelante, o por lo menos un rato después. Y todo
tiene el equívoco fulgor de las cosas que avanzan por su propio pie.
Por
momentos, Ella no necesita tu amor, parece.
Por
momentos, Ella no necesita tu primera, segunda, tercera persona,
parece.
Que esté
bien, Ella, o no, que consiga acomodarse sin culpa en una mesa
sencillamente vestida, que encienda un cigarro, deje a un lado el
móvil, al otro la bebida, que encuentre sentido o placer en pensar
en sus propias cosas mientras el humo se pierde ociosamente, que su
pensamiento tenga unos instantes para ti, eso, eso mismo está
resbalando poco a poco de los dominios de tu incumbencia. Hoy es el
día de seguir sin preguntar. Tú sólo sigue.
Nada
vuelve hacia atrás. No puedes volver a desconocerla. No puedes
des-soñar el aroma de sus brazos, des-quererla no puedes, a éstas
alturas de la caída.
Raramente
vamos a sentirnos correspondidos en el desamor.
Pero tú
sigue: no cierres por favor los libros, no dejes caer los brazos. Es
ahora el momento preciso. Las hojas débiles, manchadas, la tinta que
titubea y emborrona, y la esperanza sucia, y el dolor, que se impone
sin doblez, el dolor, que gana, y que no emociona.
Ella
sonríe con despreocupación, y le pone títulos a sus costumbres, y
le pone descuidado corazón a la mirada, le pone su poco de luz al
comentario, y el infierno asciende en llamas, y el cielo, en agua
sucia se nos derrama. No. No es el halago ni la broma fraterna. No.
No es que la generosidad y la franqueza vienen de la mano en
afortunada alevosía. Despierta y observa los flecos que tienen esas
tormentas, los pinchos que bajan del sol a ponerse morenos, tendidos
en su piel. No es la hora feliz, es el día normal, que se ha
levantado cansado de sostener opiniones y lamentos de los desamados.
Ella se
estará riendo, mientras el día aguanta las arcadas, pues hoy es el
día, cuidado, de las sinceridades y las carcajadas. Hoy es el día
rojo y es el día gris, hoy es el día torrente que engorda a
remanso. Así que toca aguantarte, estará pensando la gente del
muro, así que punto en boca y pensar muy alto sin gritar nada,
saltar sólo, tanto como se pueda y ponerle huevos en los labios a
quien haya dejado escapar este desorden que nos acaricia y nos ahoga.
Hoy es.
Hoy es el día en que el amor te ha puesto un banquete de aire, y en
mitad de tu orgía singular, te está emborrachando de nada.
Sigue,
corazón ingenuo, sigue.
Avanza
limpio por la vereda de la mugre.
Sigue a
tu mirada sin desmayo.
Sigue,
sigue a
los aromas que ventea tu olfato equivocado. Y entrégate
de una
vez al resbalón profesional,
a la
caída,
al
delirio,
al
trágico desenvolverse
de lo
que quiso ser, estar, y no encontró
piso,
agarradero, no encontró
momento,
mano,
conversa
ni lugar. Así
se
estira este tonto deambular,
ese
darle vueltas a un chicle sin gusto,
ese ir y
venir de lo que
magos,
payasos y equilibristas
llamaron
amar.
Yo
vuelvo y tú te vas.
Tú te
quedas y yo me apaño en mi ángulo de penumbra, conteniendo las
manos, la saliva, y me voy con el corazón entre las piernas,
conformado de soledad, espoleado de anemia y dejando en conserva
algunos sueñecitos a los que esta torpe indigestión se propone
doblegar.
No es
timidez, despierta.
No es
parquedad, respira.
A veces,
parece
comprensión y es cordialidad.
Hoy es
el día en que tú no quieres poner ni tú ni yo.
Hoy es
el día en que yo no quiero poner ni Ella ni tú.
Hoy es
el día en que Ella
desvela
callada su rotunda desnudez entre las burdas caricias de los espinos
de los campos.
Hoy es
día de piedras, jueces, conejos sucios y gatos abandonados. Grandes
cuestiones como
que tú
te pongas en mi lugar, que Ella
se ponga
a cien y yo,
me ponga
en mi sitio, resuenan en el interior de mi mala cabeza. Hoy,
y me
canso,
es día
de malpensar el bien, o más bien,
de
pensar tan atravesado,
en quién
mierda nos mandaría
sacar la
cabeza del comedero. Quién
ayudó a
que nos sintiésemos héroes, quién
nos
embargó de equivocada dignidad, quién
nos
animó a acicalarnos, a componer el ropaje,
acomodar
la arruga y lanzarnos de cabeza
a
merecer el amor. Sí, el amor,
como un
acantilado que intuye la bonanza del aire y se emancipa, como una
península embriagada de la amabilidad del espacio, que se pierde en
sus ganas de océano.
Te
dieron cuatro palos y no supiste levantar techo.
Tuviste
tu lugar y no supiste poner muro externo ni pared medianera.
Hoy. Hoy
es el día del lamento encabritado.
Hoy. Hoy
es el día de la lágrima diluida. El día de la pobreza y el día de
este sentir hastiado. Hoy es día de obrar con prestancia y sin
consecuencia, el día de hacerle la cama a nuestros sentimientos que
se agotan, el día de hacerles nuestros más sentidos homenajes al
desorden que hemos montado.
Mi casa
se cae, tú no lo sabes, a Ella se la trae al pairo.
Tu casa
se incendia, y yo no puedo, y Ella no siente: su casa se hunde,
tremola como un flan caducado, ladran los perros, lloran los niños,
y mientras los secretas van preguntando, el sabor de lo que a Ella, a
ti y a mi nos prometieron, ese sabor se va perdiendo como el pobre
argumento de un enajenado, hacia un regusto indeseable que nos
mantiene juntos y olvidados.
Cuándo,
cuándo voy a dar de una vez el golpe en la mesa.
Cuándo,
cuándo voy a desperdigar por los cuatro ríos cardinales las cenizas
de quienes por mi caída apostaron.
Cuándo
voy a levantar una mano a los aplausos huecos, maravillas cotidianas
y besos lánguidos. Cuándo. Que alguien me diga
cuándo
ascenderán, perdiéndose para siempre, ensortijados, esos lamentos,
esos desamparos y vergüenzas que me ponen a suspirar desbocado. De
alguna manera, saber ahora cuándo se va acabar, dime, esta
gimnasia inútil de los abrazos postergados, la coreografía
enervante de los besos que comunican, que no se encuentran
disponibles, de besos del inténtelo más tarde, y cuando clickas,
pues la página ha expirado.
Hoy es
el día correcto.
Hoy es
el día inseguro en que, seguramente, me veré equivocado.
Hoy es
el día de no buscarte la boca, no vaya a ser que no me tengas besos
ni abrazos. Hoy viene a ser un día de transición, de normalidad,
llaneo y desencanto. Hoy es día de noticias templadas, algunas
prescripciones, frecuentes sobreseimientos y en fin, ya imaginamos
todos, cada cual, a la ilusión de su exclusiva individualidad
agarrados, que el día transita hacia casas que se nos caen encima,
clavos que se nos enfrían, amores que se toman temporadas de
descanso, y ya ves, viene a ser el día simple en que alargo mi
mierda hasta ver si es posible rematar hoy mismo este cuaderno
descuadernado.
Grácia_10_6_2015
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