Qué pena que no estés aquí,
es todo tan bonito y sereno, acaban
de abatir a un caballo en la calle,
ni te puedes imaginar
cómo huele mientras lo despellejan
con un cuchillo incandescente.
Qué pena que no estés aquí,
es todo así de hermoso
que no puedo ni contarte, se cayó
aquí mismo la partitura de los barbos,
o espera, quizá fue tan sólo
soledad del petirrojo esperando
en la rama del fresno.
No se ve bien, de cualquier modo.
En serio qué fresco se está aquí,
que no estés es una pena, de verdad,
asistir a lo inenarrable,
a lo que nunca más pasará,
el rayo naranja, la poetisa que muere,
no lo sé, librerías cerradas
camino del centro,
donde me escupiste
tu poquito de tiempo
antes del saber amargo
que tanto costaba
vivir unos días a mi costado.
Qué pena, en definitiva,
que no estés aquí, sería tan lindo
que me hubieses amado un segundo,
contemplando conmigo el doloroso
deslizar de la estrella al apagarse, en fin.
No lo veo bien, pero cantan
unos pájaros despreciables
en los cielos nubosos
del ovario venturoso
de los cojones de mis carnes. No hay
quien les diga nada a la contra, celebran
cuando ven que estás en línea,
que quemas grasa con otros,
con lo hermoso que sería
que a tu bola te gustara
haber estado aquí, donde te digo,
en algún momento pertinente,
pensando en lo cerca
que yo estoy
de ser el tío adecuado.
Jag.
30_4_21
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