En una hora en la que ya no me quieren, en la hora en que todavía se hacen las uñas, camino hacia una casa que no es la mía, sabiendo que voy hacia mi destino, sabiendo que me han engañado, y que no llegaré a ninguna parte.
Jag.
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En una hora en la que ya no me quieren, en la hora en que todavía se hacen las uñas, camino hacia una casa que no es la mía, sabiendo que voy hacia mi destino, sabiendo que me han engañado, y que no llegaré a ninguna parte.
Jag.
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Uno es quien es y en teoría, por haber nacido y por haberse quedado en él, ya tiene su sitio en el mundo. Aunque eso no es tan sencillo y directo: todo estaría perfecto si uno no tuviera que encajar en un mundo lleno de otros, que también son quienes son y en teoría, por haber nacido etcétera.
Lo que uno es y lo que todos los demás son, eso no es que esté escrito en alguna parte. El sitio que le correspondería a uno (y, uno a uno, a todos los demás) por haber nacido y haberse quedado en el mundo, no tiene escrituras de propiedad ni cartas de legitimidad. El lugar que te corresponde -por derecho, supongo, por básica dignidad- no está escrito en ninguna parte.
Así que uno, cuando se plantea quién es y qué lugar le corresponde en el mundo, pues con más o con menos profundidad en la conciencia, va viendo que todo está por hacer. O mejor: todo está por ser. Y eso se multiplica en los demás. Todos están por hacer, o mejor, todos están por ser.
Uno, de alguna manera no escrita, sabe que en el interior profundo, en su propia esencialidad, es quien es, sin esfuerzo y sin que nada ni nadie tenga que venir a demostrarlo. Como una pequeña llama viva que apenas calienta y alumbra el pobre sitio recóndito que ocupa, tan inadvertido para los demás. Eso me parece que, uno a uno, lo sabe cada uno, aislado de los demás en su incomunicable esencialidad. Uno ya es quien es, y lo sabe, y visto así, pues no habría que complicarlo más.
Pero se complica porque creemos que quienes somos está en el espejo que miramos, y que depende de un tiempo si está bien el pelo rizado, y que hay por ahí unos límites para decir que tu estatura es normal.
La tragedia y la risa de todo esto es que uno, y todos, uno a uno, cuando nos preguntamos quiénes somos, nos ponemos a ser.
Así, uno, cuando se pone a ser, obra como un vidriero poniendo cristalitos de colores alrededor de lo que sin papeles y sin esfuerzos, ya es.
Entonces, uno es quien es, y también es quien se esfuerza en ser: y así, uno ya tiene un cristalito de color delante de esa llama viva que apenas calienta y alumbra el pobre sitio recóndito que brilla en su interior.
Uno es quien es, y quien quiere ser, y quien debe ser, que siempre hay otras fuerzas y razones que le piden a uno una participación en su ser. Y entonces, otro cristalito más.
Uno es quien es, quien quiere ser y quien debe o debería, porque uno es quien es y quien le permite su contexto socioeconómico, (que en mi pueblo Mozart sería el director de la banda del pueblo), así que con esto, un cristalito más.
Uno es quien es, y es uno con su carencia o abundancia de recursos intelectuales y/o económicos. Y me parece que ante la falta o la sobra de cosas como esas, algunos cristalitos más. De eso todos podemos dar fe.
Uno es quien es, asumiendo sus cualidades innatas, y sumado a todo lo demás, uno es uno con su bagaje cultural.
Y entonces yo me pregunto: ¿cuándo hay bastante de ésto y de todo aquello en este mundo excitado, intranquilo e inconforme tan lleno de gente que se pone cristales de colores para ser, y que hace lo que sabe, lo que cree, lo que puede, lo que quiere para reclamar su propio lugar? A mí se me figura que nunca es bastante. Porque aunque sea bastante para uno, ¿cuándo es suficiente lo que es uno, dejado a la vista del mundo de los demás? Porque está también lo que uno es y quiere y puede y debe ser en la perspectiva de los demás.
Así que lo que uno y los demás, uno a uno, son, acaba escondido inaccesible en el centro recóndito inadvertido de cada quién, detrás de las capas y capas de cristales de colores que uno y los demás, pusimos para ser, buscando en el mundo nuestro lugar.
La tragedia y la risa de esto es que miramos quiénes somos, desde nuestro centro, y en el espejo nos vemos después de atravesar el color de nuestros cristales. Y entonces, ¿cómo sabremos el color verdadero de nuestras almas?
No nos conocemos.
Tenemos que confiar en nuestras razones, justificarlas.
Lo ideal sería que nos desnudásemos de esos cristales para vernos, más allá de mirarnos, pero
Nos miramos a nosotros mismos y tenemos que adivinarnos.
Cuánto más, entonces, para conocer el mundo, sobre el que proyectamos nuestros colores desde la esencialidad perturbada que somos.
Y así, cuánto empeño pide la conciencia de conocer cabalmente al otro: adivinando que tendrán, descansada, sin esfuerzo, en su centro, su pequeña llama viva como nosotros, calentando y alumbrando apenas el pobre sitio esencial que les ocupa, y que sólo puede conocerse atravesando el color de sus cristales, mezclados con los colores de los cristales de quien mira desde su pobre luz pura, que por querer saber cabalmente algo de otro y algo de sí, se lanza a preguntar por el color verdadero de su alma, aunque, de cautos y de inseguros, sólo nos salga preguntar, con cierta ingenuidad anhelante, ¿Quién eres?
Jag.
29_9_21
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Hace calor y el viento ya viene fresco.
Voy a volver por el camino largo, más de sol, más de espino y asfalto.
He encontrado dos azulejos medianamente interesantes.
Todo esto es lo más parecido a una respuesta.
A sentirnos amados.
A sabernos elegidos, de algún modo.
Todo esto me sirve para esquivar por un momento el andar poniendo los afanes en cosas que sólo ambicionan hallar cuanto antes el fin.
Jag.
28_9_21
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Es curioso la de tiempo que hace que no me lo paso bien de verdad.
Todo ello a pesar de que
1_ huelo bien
2_ voy vestido impecablemente.
Jag.
22_9_21
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Yo también tuve un pasado: una distancia o una diferencia significativa entre un entonces y el día de hoy.
Hoy me doy cuenta de que en ese entonces estuve en contacto con la abundancia y no la atesoré: no fui conservador.
Es cierto que esas cosas no avanzaron como esperaba o como yo deseara, tan pobre de mí. Es cierto que nunca faltó quien relativizara y aún ensuciara mi bien, hasta el punto de hacer desaparecer los vestigios y los amarres de lo que debía abundar, y entonces qué iba yo a atesorar, eh?
También es cierto que soy una persona con una estrella en el corazón, y no tardaba mucho en encontrarme con señales chulas de que algo bueno o digno o gracioso volvía a abundar. Y entonces, ¿para qué tenía que ser un majareta conservador? ¿Para que lo mío acabara oliendo a vinagre, a celoso, a viejo o a alcanfor? No.
Al final, tengo que dar las gracias desde el centro de la estrella de mi corazón a la gente que se rió de mi brillo débil, de mi frágil constancia y se cagó en la posibilidad de mi abundancia.
Gracias porque a fuerza de no tener una huerta que regar ni una casa que defender, no veas tú lo ligerito que voy por la vida, desapegándome de mis bondades y escupiendo con gusto a mis infiernos. Gracias porque no ser conservador me dejó todo este espacio libre para ser un ingenuo encontrador-cazador-recolector que con lo que se da en el momento va haciendo la vida.
No tengo nada, claro, y parece que llegará el momento en que sólo tendré pasado. Pero eso le acabará pasando a todo el mundo. E importará una mierda que te organicen una Fundación: es estúpido e injusto que después de muerto, la cosa viva que fuiste, intente explicarla algo tan muerto como un conservador.
No quiero hablar de los grandes deseos que no se me cumplen en vida, pues lo cierto es que me sigo haciendo sin ellos. Esa carencia me da un brillo genuino e inviolable que es como un inspirar poco a poco y más y más ensanchando el corazón, sin tener nada que guardarme, y esquivando ese acabar siendo un viejo perro cansado y avinagrado.
Ese pasado que yo tuve está quedando lejos. Y nada pesa lo perdido, lo quitado, lo no conservado.
Todo mi resuello puesto en mi brillo desprendido, que va donde yo voy.
No soy para siempre, y esa verdad es el único tesoro digno de sostener hasta el final.
Jag.
21_9_21
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Ante un teorema matemático que no comprendes, dices:
-No soy matemático.
Ante una demostración de Física que no comprendes, dices:
-No soy físico.
Ante una obra de Arte que no comprendes, dices:
-Eso no es Arte.
Jag.
21_9_21
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Date tu tiempo y busca tu espacio. Quiérete y acéptate tal como eres. Es el secreto de la armonía.
Si eres un miserable hijodeputa que vive de destrozar a conciencia la armonía de los demás, apela a que tienes todo el derecho a equivocarte.
Jag.
19_9_21
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En realidad no soy yo quién para pensar siquiera ese tanto que duele cómo te habla algunas veces la vida que tú elegiste.
El amor es una pequeña pupila negra y dura que brilla silenciosa en el hueco profundo entre espinas que me miran desde sus puntas.
Me descubro tenso y comedido cuando llego a saludarte tan cordial.
Creo que tú y yo tenemos esa cosa que está al fondo de iniciativas valientes de la miseria. No se va ni me espera, y quizá necesita envejecer para tomar aliento.
El amor lo es todo, y para eso hemos venido, para amar, como dijiste tan imprudente en el pasado. Después vamos por las calles, tan alegremente jugando a garabatos de alientos e ilusiones.
El amor está en todas partes, en este mundo que anochece.
El amor está cabalgando al trote en lo que celosamente callamos. En lo que nos guardamos.
No sabemos si sabe adónde va.
No sabemos si viene hacia nosotros.
El amor es esa palabra cansada de que le pongamos el sentido de la vida sobre los hombros.
El amor no va a ninguna parte.
Es una mierda elegante,
y al final lo acaba dejando todo
tan en su sitio.
Con toda su altura y profundidad,
con todo lo sucio y lo exaltado,
con su redención,
amplitud y bajura, al final
desde su principio,
me duele la cabeza contigo.
Y así todo eso,
a lo mejor mi falta de fuerzas,
mi costumbre por mi hambre,
así todo va tan suelto,
todo tan mudo y desmadrado,
tan sencillo mutilado,
a las horas que son en esta vida.
Jag.
18_9_21
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La quieres -me decía-, díselo, entonces.
La quieres -me digo-, bien, entonces. Ya te lo dices tú, lo sabes. Quiérela, sin más.
No hay que hacer algo con ese ruido que te sobra.
Jag.
15_9_21
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con humildad y en silencio, es eso lo que hay por ganar.
Las cosas suceden a lo largo de un tiempo.
Después, en el momento en que nos encontramos con ellas, para ver qué son, nos valemos de la impresión que nos deja ese instante concreto.
Jag.
12_9_21
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En lo que escribo casi todo lo que pongo es de mi.
No por nada, no me siento preparado ni próximo para dejar por escrito algo honesto y cabal de otra o de otro.
Inventar e imaginar, invento e imagino constantemente, pero eso lo dejo en otra esfera aparte de la escritura: inventar-crear-imaginar es para vivir, no para encerrarlo en mis limitaciones al escribir.
Así que, al escribir, si te fijas, al ponerme con las cosas del tibio sol a la caída de la tarde, o con las cosas de quienes creen tenerte de su lado con dos monedas o una sonrisa, o cuando me centro en hablar del hastío que me producen las amistades que me ven desde el marco emocional de hace treinta años, cuando escribo sobre eso, si te fijas, siempre estoy escribiendo de mí.
Escribo de mí -me parece- porque desde chico me siento mortal.
Escribo de mí porque siempre he sospechado que hay una holgura dolorosa entre lo que las cosas son y lo que se cuenta de ellas. Y eso se complica porque todo bicho viviente se arroga el derecho a contar, basándose en su apreciación personal, y hace ostentación de lo que cuenta, sin hacer miramiento por su subjetividad ni por su limitación emocional, intelectual o perceptiva. Todo el mundo tiene algo que contar, como tiene un ojo del culo, lo que pasa es que mucha gente va a todas partes con ese ojo del culo por delante, tan gallarda e irresponsablemente.
Escribo de mi, y lo que pongo en el papel no es algo que me salga de mi ojo del culo personal. Es mi escrito, que quedará por escrito cuando yo no pueda contar. La conciencia de poner-por-mi-mano-algo-de-mi-y-que-firmado-quedará. Si al final resulta ser una cuenta reveladora de mi pasmosa ineptitud y/o subnormalidad, bueno, pues yo la firmo y la dejo por escrito. Mi verdad es.
Escribo de mi porque ahora estoy vivo y puedo hacer el cuento de mi, que es mi mentira y mi verdad, pero lo cuento yo.
Uno es quien es, y también lo que cualquiera, de uno, quiere contar.
Escribo de mi porque sé que fuera de mi va a haber, seguramente, por lo menos otro cuento que no escribo yo, mientras estoy vivo y me esfuerzo en mi redactar.
Escribo de mi para poner por escrito algo honesto y cabal sobre las pobres fuerzas de mi espíritu transitorio y mi cuerpo que se desgasta y desmorona, y lo pongo bien visible a este lado de la holgura dolorosa que hay entre quien soy y lo que cuente un malevo o descuidado o simple o pobremente bienintencionado ojo del culo acerca de quien soy ahora. Escribo de mi, mi cuento, por mi mano, para completar los cuentos que otros hagan sin contar conmigo en los infernales tiempos venideros, para ayudar o contestar a las críticas o sonetos o ponzoñas acerca de quien fui.
Jag.
10_9_21
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Si el mundo me parece una construcción perversa para que siempre ganen los mismos, si la vida la veo como una amalgama de ingredientes improvisados, sin un plato pensado, en una cocina sin sentido, si todo es un perseguir ingenuamente una razón que no es posible, si vivir, finalmente, es apañarnos como podamos, hacer la mejor lectura de lo que nos pase, de lo que nos dejen hacer, lo que sepamos ver o nos encontremos, si todo es tan vestirse para un evento al que realmente hemos llegado sin que nos invitaran,
¿Por qué tendría que ordenar esas cuentas en una novela?
¿No sería, siguiendo ese orden, como hacerles el juego a esa raza de perversos corrompedores que nos tienen la vida encajonada en esos sostenes que nos ahogan, esos zapatos que nos aprietan y las correcciones que nos tienen echadas a perder nuestras ansias de algo más fresco y más abierto que esta mediocridad de nacer y buscarte un puestecito en el Estado y morirte con ropa por estrenar y amores por satisfacer?
Jag.
8_9_21
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