Vengo
del taller, he dado dos vueltas y me han dado las tantas. He acabado
en la playa, no he cenado, no tengo un duro y me miro las manos, que
las tengo vacías, abiertas mirando al cielo, con los dedos como
sosteniendo invisibles volúmenes carnosos. Uso todo el día resina
de poliuretano de color marrón. Se me ha quedado marcada, pegajosa y
tenaz, con alarmante evidencia, de los dedos a los codos.
El aire
de la noche es como el caldo que sale de una fruta al sol. Los chicos
y las chicas comparten sus tatuajes y yo no tengo agenda para
esperanzas ni para desprecios.
A la luz
de la luna, mirándome los brazos, he tropezado con el perfume de un
suspiro resignado, mientras me digo que ya está bien:
-Yo me
voy pa la casa. Con estas manos de mierda, no me va a querer ninguna.
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