Se ríen de nosotros, nos mangonean y engañan, construyen en nuestras narices su propia impunidad, nos joden y se limpian en la cortina, nos quitan la cosecha y siembran los campos de sal. Alimentan nuestra desgracia cada día y nos ennegrecen las tripas. Van un paso más allá de lo lógico y admisible y enseñorean su desvergüenza. Se ríen. Se ríen.
Ante esto, muchas veces, muchos hemos pensado que habrá que cambiar algo en esta dinámica que sigue y sigue y no termina y nada cambia.
Yo llego a pensar en que habrá que poner algo que se salga de nuestra propia normalidad, algo artificial que nos sirva para despertar y arremangarnos, algo que incluso nos cueste trabajo hacer, no sólo porque nos haga salir de nuestra zona de confort, sino porque incluso, tendríamos que buscarlas fuera de nuestra naturaleza. Algo hay que hacer. Algo que sirva.
Yo he llegado a pensar que algún día tendremos que cambiar el libro por el palo. Y me he sentido muy triste por ello.
De haberlo llegado a hacer, habrían conseguido cambiarme, alejarme de mi esencia constructiva y creadora, y acercarme al sucio campo semántico de su calaña, de la calaña de ellos, que me niego a definir.
Voy a ser más fuerte que ellos, mientras pueda.
Yo no voy a cambiar el libro por el palo: perdería un tiempo precioso en aprender los rudimentos de la nueva herramienta. Un tiempo en que ellos seguirían riendo con impunidad, mientras la gente nos vamos quedando sin medios ni esperanzas, en una lenta, constante y alevosa agonía.
No voy a cambiar el libro por el palo porque eso es lo que ellos esperan. Y me niego.
Mejor voy a llenar mis libros de palos para ellos. Como vaya sabiendo hacerlo.
Aceptaré cualquier compañía y ayuda en esa fuerza y dirección.
Les voy a dedicar todos los alientos de las cosas que me construyen.
Que se preparen, que los vamos a matar de amor.
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