Culpa mía, pues
aunque ya me sentía colmado en tu sola
compañía, supongo
que pondría ansiedad en mis besos, o
acaso me arrebataría en el éxtasis de
nuestro abrazo,
que a tu piel desnuda,
con su callada respiración, mientras
dormías,
le vino un sobresalto.
Culpa tuya, digo yo,
por echarte a dormir, tan tranquila,
con un desconocido como yo,
que te requiere, despierto ahí,
a dos palmos.
Culpa mía, debo admitir,
que tras el susto
ya no pude dejar de pensar con ternura
en lo pequeñito
que tienes el corazón.
Culpa mía por lanzarme
a fantasear no sólo con que acabarás
deseando dormir la noche de cada día
abrigada en los huecos de mis abrazos,
no,
culpa mía por imaginar,
culpa mía por construir, por proyectar
noches interminables durmiendo
pegado a tus labios, respirando
aires de perromuerto, besándote
ese veneno que sabes
poner en los párpados.
Culpa tuya no sólo por existir:
culpa tuya por mirar de frente, por
tu elegir deslenguado, por decirme
y preguntarme irresponsable,
por querer venir y por expresarlo.
Culpa mía, en fin,
por saber tan instantáneo, de entrada,
que ya te has instalado en mí, amor, y
eso,
pequeña presidenta de las corazonadas,
pienso
que debemos arreglarlo.
Abrazado a ti,
en esa noche de claridad y desamparo,
sólo encontré misión
en asistir a tu sueño, en aceptar que
ya pueden ponerme barricadas de
sirenas,
ya pueden sobrevenirme precipitaciones
de hierro,
sin nubes, sin claros,
ya puede subir y bajar la marea a su
antojo que,
amiga mía, tendido contigo en el
cuarto,
respirando el calor de tu cuerpo,
entregándome febril,
al disfrute limpio de tu tacto,
que sepas que,
por culpa mía,
por culpa tuya,
detrás de mis besos sencillos, mientras
tú duermes,
yo no hago más que masticar
el runrún
de que te amo.
.
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