15 de febrero de 2015

Tengo miedo a la muerte.

Y eso a pesar de que sé que durante toda la vida han ido muriendo cosas en mi. Partes insustituibles y hermosas, tesoros que me hacían caminar pleno de orgullo por la vida y que perdí para siempre, ademanes puros, gestos que hicieron de mi un ser bello y fuerte y que empezaron a languidecer, a ennegrecer hasta convertirse en una costra, en un estorbo. Murieron mis intenciones, las que me convertían en un animal beneficioso para el mundo. Murió mi limpieza, murió cuanto había de verdad en mi. Murió mi apreciación de lo bello, de lo justo, de lo útil. Murió la conciencia plena de todo lo que iba muriendo en mi, murió mi pena por esas muertes, mi sentimiento de pérdida irreparable. Murió mi deseo de abandonar los duelos.

Todo eso y más ha muerto en mi. Y sin embargo, aún me siento solo, miro a los niños pequeños por la ventana y siento ese mismo miedo ancestral a mi muerte última, esa muerte que destroza alguna vez el sueño a todo el mundo.




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