Yo ya no quiero pensar nunca más en lo que una vez te dije que tú tenías tan pegado en la silla. Yo ya no quiero vivir más tan constantemente desahuciado entre el pasaje del ilusionado y la calle del imposible. Que te mordería hasta ordeñarte las sonrisas ya no es algo noticiable. Aventurar que el día menos pensado vas a saber que la solución de algo tuyo pasa por que yo te encuentre reunidos algunos puntos sensibles que te hagan derramarte sin culpa ya no es argumento aceptable, me parece. Pero te he visto un segundo más callada de la cuenta. Te he sentido mordiéndote algo por dentro, agitando cansada las ramas flexibles del árbol de la tristeza. Estabas preciosa con el pelo cubierto de esas hojas, pero me he dicho fulminante ni se te ocurra volver a desear que esa mujer caiga en la cuenta de que eres una simple persona digna de que con un afecto mínimo le toquen al menos el brazo desnudo en verano. Nada más, como siempre últimamente, me he dicho. Nunca más, como lógicamente imaginarás, y me clavé salvaje los dedos en la palma, la palabra en la lengua sin sangre, y seguí mirándote con la cabeza agachada a una distancia suficiente. Yo sé que para cosas como esta no nos han dado la vida, y si es así, para qué la queremos. Yo sé que la vida está hecha de muchas cosas imbéciles que le dan base al mundo de los imbéciles y les mantienen los pezones duros y brillantes los dientes. Yo sé que la vida está hecha de cosas valientes que nunca van a llegar a nada, pero que sostienen la vida de los valientes, aunque los mantenga hundidos, y sostienen la vida de los imbéciles, aunque éstos nunca se vayan a dar cuenta. Yo sé que la vida no es para verte así de triste, y continuar imbécil adelante. Yo sé que la vida es valiente y qué mierda importa el vómito que me trague, la maravilla que se me escape de los poros del alma, mientras tú vienes a saludar para quedarte desde el principio con los brazos colgando, como suspendida en una épica que no concibes. Yo maldigo mi certeza de que ya no queden rastros de suspiros que seguir al paso de la tormenta, pero te siento cuando te tengo delante, y se me clava por dentro ese regusto melancólico que te viene tan grande, y tierno me estremezco, y te pienso sucio, y de rabia me voy corriendo a darme un burdo y sencillo consuelo, y al final, en ese inútil desfallecer con tu nombre que se repite susurrado en la boca, me he mordido fuerte la rodilla pensando que tú también echas de menos los días en que de lejos mirábamos juntos al amor, que era como una taza de caldo humeante que no nos atrevimos a llevarnos a los labios.
Jag.
17_7_19
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