5 de mayo de 2020

Día 52 del confinamiento,


BORBONES PUERTOURRACO
Una y Uno, una vez, se pusieron a saber de verdad en qué habían estado metidos tanto tiempo a tanta profundidad y cuánto daño. Obviamente suspendieron. Al entender que nadie les acompañaba en las carcajadas que habían encendido, decidieron sabiamente echarse a un lado y buscar un lejano lugar de cuento en el que comerse a besos las heridas y sobre todo, lavarse las partes y las manos.
Una y Uno, en otro raro poema distinto, dejaron atrás la casa en llamas, repartieron por el camino los papeles del trigal destruido, y se ocuparon de ocultar de la mirada del público, las letras de ruina que sus secuaces compusieron para los himnos que los acompañaban: nada podía sostenerlas con todo aquello temblando, nada alcanzaban a expresar de lo que las carnes al aire estaban exigiendo. Así que se vieron avanzando de la mano por el llano hacia ninguna parte, dejando que, con las aguas cenagosas oliendo a muerte, también cayera un lento inexorable atardecer a sus espaldas.
Habían estado hechos todo el tiempo el uno para el otro.
El higo olía a empresa, realmente. El nabo además, sabía a pasado.
Dejando de pensar, por un momento, en las cosas del campo, Ella le había dicho a Él hay que ver maldito frente nuboso, cuánto puse por saber a ciencia cierta que eras tú el bocado, que eras tú el calor de mi nido alimentando fuego triunfante contra la desesperanza. Él le había dicho a Ella fíjate que todo el mundo se sabe nuestros chistes y ya no nos queda nada. Apenas flagelarnos y comernos cosas blandas. Poner nuevos nombres raros a nuestros hijos, que les ayuden a vivir enternecidos y alerta en paisajes de niebla, a un paso de abandonar, como nosotros, las maletas, escapar por los desagües y amanecer un día en el sueño roto de una ciudad de flan sin sitio para la sugerencia. Nos queda, apenas, le había dicho Él a Ella, entregarnos cuerpo a cuerpo y ahorrar bisagras de nuestros cofres. Es verdad que todo ha desaparecido, le había dicho Ella a Él, apenas cayó en la cuenta: dónde habrán ido a parar los números los aromas, el canto de los pájaros del pardo la espesura, dónde ese ardor abstracto de avanzar sin pararnos a saber si es huir, si es empujar, si es parar las lágrimas de los saurios por lo que para siempre se nos muere. Si es componer los nuevos cantos con la boca rota, en un aire urgente, adaptarnos a que sólo tengamos amor, como la gente, y nos apretemos con urgencia el sudor de las palmas de nuestras manos, inmóviles en el llano inhóspito, mientras desde nuestros pies clavados, avanzan alargándose, juntas hacia la noche, nuestras sombras, tan inciertas.
Jag.
4_5_2020



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