Ya imagino que para ti, en todo esto sólo hay el postergado misterio por saber cómo acaba. Que todo lo que me veas va a ser una pose que se entiende perfecta desde tu postura, y yo no tengo ya desaliento para eso. Hoy no he pisado la calle. Me he dedicado a prevalecer por sobre otras civilizaciones aspirantes a imperios incipientes. Era sólo centrarme en disparar mi volumen de población civil, extender con rapidez y profusión mi red de recolección de recursos, y construir estructuras defensivas demasiado cerca de los núcleos de población de los rivales, de manera que todo movimiento que ellos hicieran por lograr su manutención más básica, pudiera interpretarse como agresivo, y diese carta de legitimidad a una escalada de violencia por la defensa de mi integridad territorial y la preservación de mi modo de vida. He destruido sus edificios de desarrollo tecnológico, he arrasado con los medios de gestión de su cultura y de su espiritualidad, de manera que a su población sólo le quedase pensar en los niveles más elementales de la subsistencia: la comida, el agua limpia, estructuras básicas de resguardo frente al desatarse indiferente y furioso de los elementos. Creo que he logrado que sus hijos sientan que han nacido en el país equivocado, que sus padres no tenían derecho a parirlos y asentarlos en esa tierra de derrota y lamento. No he almorzado fuerte. He estado viendo imágenes de Kiefer, y he pensado que en la calle la gente seguirá desperdiciándose en desmayados y futiles matices entre el "por qué a mí" y el "me lo merezco". Así me he volteado el día. Sin pensar en nadie de manera que acabemos en dolor ni en risotada de orgullo ignorante. Tú también habrás echado tu ratito, especulando a dónde coño va a parar todo esto, sin caer en la cuenta de que tú también has nacido en el país equivocado. No hay que perder tiempo en explicarte que, cuando son reales, todas las tragedias tienen buen final.
Jag.
26_9_2020
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