Ella se queda como ida, mirando lo que hay de siempre al otro lado de la ventana.
Nada se va a mover en su vida, parece, mientras se pasa una mano distraída por debajo del sobaco y se rasca sin necesidad un punto en lo más alejado de la paletilla.
El café y el móvil están fríos, insignificantes, y todo le parece como de la tienda de abajo, como una costumbre de un día de diario.
Todo está tan sordo, tan pardo, tan espeso, que nunca le echa cuenta a que cada día tiene un momento en que la posee un escalofrío. Que tiembla como una duda que se ha quedado cogida de un pelo, en el extremo de una hoja de una rama de naranjo bravío, en el último desmayarse de una brisa sin yerba joven, sin llama de una vela, mientras todo el mundo está dejando caer la noche.
Jag.
12_10_2020
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