A lo primero una mujer oscura decía muérdeme, empújanos.
Estábamos como en el apartado iluminado mortecino de un bar de Pedro Antonio.
Tú no tenías tiempo de decirnos nada. Tan sólo subrayar certera con el cuerpo que estás de mi parte.
Todo se precipita como un mudo desaliento como la noche cae como una espada de plata sobre los olivos.
Todo puede ciertamente empeorar hasta que acabe echando de menos estos olores que yo digo que me marchitan, encontrar todo lo que hay de vivificante en esta lentitud que me impregna de gris entristecido.
Pero le he pegado una patada distraída a una piedra, y de repente me he sentido pensando que tu dulce humedad callada sí es un buen fin en la vida que ahora contemplo, tan nebuloso desganado.
Jag.
13_12_2020
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