Caminando dolorido quejumbroso confiado, se me ocurrió esta misma mañana que atravesaría la carretera para pasar cerca de donde trabajas, sin más, no sé por qué, como un ritual bobo desasistido del adorno de la lógica, del aliento del fin. Y sabes, te vi finalmente, absorta, apatarrada, sucia descompuesta en un banco del parque de fuera, masticando a cien por hora, el pelo desgreñado, la atención ansiosa en el dedo eléctrico golpeando con furia el móvil, machacando algo para el potaje de luego, suplicando sin fe por el amor de nunca, que se ha ido, yo supongo, que no fue para tanto, que no atendió a lloros ni desesperos, o a lo peor echando el poco tiempo en una tontura. Tendrías olor a trabajo en un respiro, me imagino, tendrías sabor a sangre mordida mal domada. En fin, te pasé de largo sin lanzarte de saludo ni una mala tentativa, sin soltarte un cachito de tu nombre a ver qué pasaba. Yo me dije mejor seguir viendo cómo miras cuando no me estás mirando, que así, callado escondido de pie pasando, estoy no sé para qué, lo más cerca tuya. Más adentro, sin molestia, me decía, de quien eres sin saludo, sin aviso, sin tarjeta ni postura. Y sabes tú que igual de linda que en esos tiempos cuando yo pensaba tan ciegamente que algo tuyo indescriptible es tan como mío, o para mí, o para todo lo que nos concerniese por dentro alrededor de un roce hipotético corporal espiritual del ánimo del hambre voraz destructiva de tanta cosa que le sobra a lo esencial y a lo verdadero, oye. Que no me quedaba tiempo de atender a los rencores que tengo agarrados por este puto mundo. Una maravilla, te digo, eh.
Jag.
11_12_2020
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