Emm, bueno, ya sabes que todo siempre apresurado, como que se acaba, como que se escapa, que se desdibuja hasta dejarnos el cuerpo con la sensación de que nunca había sido ni estado ahí realmente. Yo lo dejo caer así, como blando y aparatoso, como temblando la mano que lleva el plato de los espaguetis, y todo cae tragicómico sin ruido levemente humeante. Yo no sé hacerlo bien, me parece. O es que no lo tengo todo puesto en el sitio, en cuanto al alma, a la viabilidad de mi espíritu, me refiero. Verás, yo sé que aún es pronto para bajar los brazos así de lastimosamente, que todavía tendrán que venir tiempos en los que seguramente mi fiabilidad, mi consistencia serán parcas, frías y humildes como las de las simples piedras. Que todo va a empeorar, seguramente, estoy queriendo decir. Esos tiempos que aún no han llegado, vendrán con esa dura certeza honesta, y sólo entonces me quedaré sin margen de seguir pidiendo un lugar decente en el mundo. Pero qué puedo decirte desde mi hermoso fango maltratado. Estoy en algo más que un tiempo en que no entiendo la holgura de ese margen. Ya ahora mismo me entiendo como esa piedra que sirve más bien poco. Quizá a la simple fuerza de la gravedad, a la violencia más tonta y más primaria, y a poco más. Yo imagino que nunca voy a oler contigo un pan que hayamos amasado y que tenemos que sacar del horno. Soy esa piedra con esos escasos márgenes de mejora por lo que de malo o de lógico aún no haya ocurrido. Soy esa piedra que da para más bien poco, y que además tampoco puede confundirse con una piedra interesante que llevas contigo. Es más, tampoco soy una dura piedra consistente a la que confiarle un lugar en el pilar de una casa en la que puedas cuidar y resguardar y esperanzarte con tus hijos. Soy una piedra pequeña, sucia y gris con agujeros en su cuerpo. Quizá lo más emocionante que pueda darte sea la posibilidad de que cierres un ojo y te construyas la ilusión de que vas a encontrar un nuevo mundo mirando por mi agujero a mi través. Ya ves qué pobre aventura. Ya ves qué corto el gozo en esta ridícula expectación. Encima te vengo como un mago barato, con esa premura de que todo siempre apresurado, como que se acaba, como que se escapa, que se desdibuja, todo vaho en el cristal cuando me miras en el páramo desde tu lugar de refugio y resguardo, todo charco que se está secando de manera imperceptible. Lo mío siempre está de la mano de un hambre voraz, soberbia y ofensiva, sin etiqueta, sin paladar, sin cuenta, sin epopeya, sin adorno, sin paciencia. Puedes haber entendido los más distinguidos sabores, puedes querer esperar y construir los más dignos manjares para levantar el palacio único de tu alma y de tu cuerpo en este tiempo que te han dado y que se acabará en su momento, puedes todo eso, pero cuando se está hablando de hambre verdadera, parece que la vida está en peligro de acabarse ahora mismo, y te lanzas a devorar ballenas varadas descompuestas, con panes chiclosos y vinos rancios, manidos frutos de la Tierra que abandonan su tiempo de pujanza. Uno abre su agujero así, y así se ofrece, apenas para que mires a mi través y que tú te imagines el mundo que quieras, que yo no voy a hacer por construir ni derribarte esperanzas. Tan sólo así, tan desmadejado y tan blando y tan patético uno se deja caer en la idea de protagonizarte un suspiro de milagro. Tan sólo así, tan ingenuo, uno se hace la fofa convicción de que antes de que todo esto se desintegre, uno mismo también merece amor de alguien como tú.
Jag.
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