Aquí
me tenéis para
decir
sin vergüenza, tacto ni
preámbulo
ni grifo ciertas cuestiones
que
no me importan, a saber: los
años
vacíos ni los días preñados, no importan,
ni
cuánta materia orgánica, que con furia escatológica
esparcí
mecánica
mientras
agitaba banderas, en mis tiempos,
la
tuya, la mía
la
que teníamos a mano, la que guardábamos
en
el corazón, no importan, espabila, pues
los
colores, las opiniones, las sensibilidades,
se
ponen allí, se quitan de acá, y las alumbramos
con
el sol que nos conviene. No importan
los
amores que se pudren por exceso de riego, los que
dejé
secar saltando por la ventana, dejándote
una
tonadilla en los labios. No importa
la
frustración, con su contrato indefinido,
con
su pan bajo el brazo, la dolorosa
falta
de fe, la escasa convicción
que
tengo puesta en las sorpresas
que
me tengan preparadas mis congéneres: los que
van
como locos por la calle, absorbidos por sus asuntos, los que
tienen
la ilusión de mi compañía. No importa
demasiado
tener
los dientes repartidos
por
todo lo ancho y largo de la geografía,
y
haberse levantado con
patética
sonrisa
echando
de menos el suelo. No importa
el
calor de mí ni el frío de los otros. Ya está bien.
Que
le den por culo a la consideración
a
la mano izquierda y a la academia
de
las normas de cortesía, porque
no
importan,
que
revienten de una vez
los
campos semánticos,
los
grupos estrambóticos
comisiones
matemáticas
de
vacua logística.
Que
les lluevan los premios y se los lleven
de
una puta vez al Olimpo,
que
les lluevan las multas
cuando
las rimas
les
chorreen por las pantorrillas,
que
les lluevan los amores,
que
les suden los honores
redactados
firmados compulsados por el subsecretariado
del
Alto Comisionado de la Real Baja Alcantarilla.
Que
les lluevan y que me dejen, que les den viento
a
bocanadas o cutres soplidos de entretiempo, mas
que
se vayan flotando con su coro
de
angelitos descabezados, y que pongan el huevo
allá,
allá a lo lejos, más lejos
de
donde picó el pollo ultravioleta.
Que
no importan, te digo, y que se me esfumen,
que
se descompongan en mil colores,
en
privado,
los
cenáculos improvisados que
dedican
su vida, lo mejor
de
sus fuerzas a hacerle ahogadillas a la perdiz
en
la caña
en
el vermú
en
la sevesa biar
en
la absurda
en
la desastrosa complicidad que afianza
la
pluma improbable,
ésa
que les llevó
a
adoptar postura imposible,
cada
una, cada uno
en
su caso, en su casa
intentando
llegarse con la lengua materna
a
su pichita, a su chochito.
Y
también viceversa, eeeh?
No
se me malinterprete,
no
se me ofendan matrones ni patronas, vuelvan,
vuelvan
en paz a sus aspiraciones, vuelvan,
vuelvan,
en fin, a sus revoluciones
a
sus pegatinas trascendentales
a
sus dientes de leche apretados,
a
fin de cuentas, están sobradamente dotados:
¡Aaay,
qué tetas turgentes,
aaay,
qué muslos aceitados!
¡Ooooh,
con sus pícaras sonrisas complacientes,
ooooh,
con sus ojetes debidamente decolorados!
Pero,
¡Reyes y Centollas! (No)
¡Gallos
y Galletas! (No)
¡Perros
y litronas! (Ahora, ahora
retomo
la tensión de la rima):
que
se vayan, sería lo lógico,
que
se vayan y dejen sitio a lo lícito. Yo sé
que
suspiran por poner sus desvaríos en el top de las tendencias,
yo
sé, pues con frecuencia se agachan
y
se les ve el vivillo,
que
en secreto admiran
a
los que dieron un palo eficaz al agua,
a
los que acabaron sentados en eventos, en subvenciones
a
la derecha del padre,
a
la derecha de la madre, joder,
a
los que superaron con número sus deficiencias de género, supongo
que
es lógico, admito
que
es lícito, por ello
pueden,
por mí, queridos queridas hermanos hermanas,
reventar
en paz, yo sé,
que
una mitad vino a la poesía
porque
les salió un master, yo sé
que
la otra mitad la abandonará
porque
les salió una cana
mirando
adelante, o de culo, todos estos
volverán
volverán
al negocio de sus padres
volverán
volverán
a ese rinconcito de su corazón en el que cuadran las cuentas
volverán
volverán
con las bocas listas para chuparle el internet al vecino
lógico,
admito
lícito,
supongo
que
pongan el picante en las comidas familiares
tocando
en secreto, con el pie desnudo
a
la hija del ferretero,
con
los ojos en blanco al primogénito del farmacéutico mientras
con
aterciopelado acento
susurran
en voz suficiente:
“Llou
ounai veiss
fouí
ain dai pain dain tístai”
No
importa, no importa y perdonad
que
haya perdido el hilo recordando tontería
perdonad
sin envenené el verbo sacando a pasear mi sucio filo,
no
todo va a ser brillo, hostia
no
todo puede ser una honesta indagación por
la
rara belleza de mi tiempo, ¿Acaso
habéis
perdido la perspectiva elemental
de
que soy tontamente humano? ¿Acaso
olvidáis
que integro la plaga
que
hace sangre al planeta?
Por
la buena digestión de vuestros primeros calostros
no
me relajéis la vela, pues sabed
que
no fumo ecológico
que
no como animales felices de véritas
que
no visto comercio justo
ni
viajo solidario.
Soy
frugal, sencillo aunque no siempre fácil
qué
queréis, cago mierda de pueblo,
densa,
consistente y si hace frío,
convenientemente
humeante,
y
yo la miro, y yo le digo
un
adiós desangelado pues sé
que
un alto porcentaje del peso y el sentido de mi mensaje
me
abandonará cuando tire de la cadena.
Así,
ya ves, es eso, y ya está.
Excusad
la rima que sobrevivió al excusado,
mantened,
en lo posible, la risa, aún con dientes afilados, yo sé
que
hay que sostener la cara como un buen vecino, yo sé
que
puedo haber picado alguna teta caída, yo sé
que
algún malnacido puede darse por escandalizado, mas
consolaos,
que eso también es vida.
No
pido perdón, pues la ofensa sería una buena señal:
algo
bueno aprenderemos o algo inútil rompimos. Excusad,
eso
sí, que tan estúpidamente
en
cosas que no me importan, me haya alargado.
Después
de todo,
mear
vinagre desde el trampolín
y
que me aspen si lo incendio,
es
lo único que me calienta,
lo
único que me divierte.
¿Qué
puedo decir de lo que me importa?
Me
siento huérfano, soltero, escupido, aburrido, segregado
de
alguien a quien le interese.
Son
apenas cuatro cosas
que
uno comprende en silencio
cuatro
cosas que uno construye en vacío,
tontas
cosas que contemplo en subjetivo.
Nadie,
nadie
da un paso efectivo. Nadie,
nadie
puede acceder a la verdad de que
el
tesoro al que voy
ya
lo tenía de niño, alegría,
que
no pide el paro, valor
para
mantener a salvo
esa
tonta inocencia que me hunde y me aleja
de
la elementalidad humana, no es lícito
ponerte
a buscar palabras, convenciones
a
los motores de las entrañas.
De
mi natural sale el seguir solo. Eso es
lo
lógico. Mantenerme
empalmado
para dar al mundo
lo
que es del mundo. Poner
el
alma ensanchada en lo que
entre
líneas
va
dando cuerpo al poema. Y aquí,
porque
en mi huerta el trabajo nunca acaba, aquí
improviso
mi torpe despedida.
Déjenme
en paz, pues, las huestes de la medianía,
que
estoy ocupado en mantener encendido, en secreto
ese
fuego que yo tengo. El fuego
que
no se ve y que ilumina por dentro
las
cosas que no estaban.
Ese
fuego que enardece
el
trotar trastabillado
de
mi potrillo purasangre.
.
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