Las
mañanas suelen ser de ansia esplendorosas. Las mañanas contigo por
dentro en lontananza, me vienen preciosas, terribles y te siento
faltando, como si en otra vida nos hubieran desgajado por venganza,
por envidia, por medida precautoria, ay yo no sé. Es tan sólo que
me despierto tan falto y tan lleno de algo tuyo en la cama.
El caso
es que te me sobrevienes, como que te me asaltas, y entonces se me
hace un mundo sacar un palmo de piel al nuevo día. Te me
sobreimpones sin mi permiso, sin tu voluntad, y demoro desperezarme,
se me pone cuestarriba la mañana, y me mascullo maltrecho tu nombre
y te apellido de lejana.
Ay
anhelos, ay fatigas, y qué lejos te va a acabar sonando todo, pero
no sabes lo grande que se hace eso de que no estás, ni al lado, ni
en una silla, ni entre mis brazos, y quién sabe en qué más no
estás. Yo me tengo que decir en voz alta hay que hacer algo por la
vida, y entonces ya voy teniendo fuerzas para quitarme el pijama.
Pero
mordiscos y abrazos a mí mismo, pues por dentro de mí, tú sigues a
lo tuyo, a ti todo te da igual, y me muero por encontrar algo blando,
me beso el hombro, y tú sigues por dentro con pertinaz inquina, como
haciendo preguntas escondiendo la mano, como tirándome piedras con
la boca cerrada. Y me lanzo a mantener el calor de la almohada,
seguirte, mantenerte en vilo, besarte en algo, por ejemplo la esquina
aristada de un mueble de aglomerado. Yo me ahogo, como ya te he
dicho, yo me arrebato porque nada es suficiente, y me acaba doliendo
la sobrevenida certeza de este amor tan interesado. No quiero tener
momento de pensar en la postura y compañía en que duermen tus
zapatos.
En fin,
preciosas y terribles mis mañanas contigo por dentro, mientras me
levanto. En este plan no escrito, que me estalla en los textos, las
teclas y las manos, sólo encuentro consuelo en que si llega la hora
de los besos presenciales, al menos en tacto, aroma, contenido, calor
y textura, yo sé que todo va a ir a mejor, seguramente.
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