Desde el líquido amniótico, a una temperatura ideal, libre de compromisos sociales y constrictivas fórmulas de cortesía, vi que el mundo estaba metido en un agujero.
Me lo enseñó mi madre, y por el momento seguí sonriendo elementalmente, tan ajeno como estaba a que la vida me iba a pedir, como mínimo, dos juegos de dientes para vivirla.
Más tarde comprendería más cosas, y encontré más agujeros donde yo esperaba que encontraría tanta cosa necesaria e imprescindible para que vivir mereciera la pena. Por esos agujeros, a la gente se les escapaban las fuerzas, el sentido y las esperanzas.
También descubrí uno en mi. Uno que, como los otros, me revelaba lo que nunca sería, lo que siempre me faltaría.
Hay muchos agujeros en el mundo. Pero el primero me lo enseñó mi madre. Y en su fondo yacía, cruel e insensible, mísero, triste y sin fuerzas, el mundo.
Jag.
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