En un plano, repentino o meditado, en que consigo encaramarme a sentirme rey del brillo, príncipe del aroma, mago del efluvio, jefe del divino pegamento, y me siento fuerte como el paso de las estaciones, esto es: sólido, seguro y digno, en definitiva amado de mí mismo, acabo diciéndome convencido por las esquinas que la vida ya por fin se está poniendo las pilas para que me pase contigo algo bien bonito.
Me digo que me amas calladamente durante tu tiempo de trabajo.
Aunque luego no puedo dejar de empezar a temblar con la posibilidad de que suspires y descuides y disminuyas tu eficiencia, provoques rotos, desajustes, accidentes y otras cosas propias del empaque relajado y dulcemente soñador de las enamoradas, y acaben llamándote la atención. Y entonces me digo que NO. Que eso que te provoca males durante las mejores horas del día no es amor.
Entonces, opto por formular la dicha de que me amas, callada o abiertamente, en tu tiempo libre. Eso.
Aunque no tardo mucho en pensar quién me acabo creyendo que soy yo para asaltarte pensamiento, corazón, cuando quedas libre cada día. Que quién soy yo para disponer así de tu tiempo.
Bueno, la cosa es que invariablemente van pasando los días y yo sigo contigo por dentro dale que dale, y me voy dando cuenta de que, más allá de las dimensiones de mi mente a las que yo consiga acceder para evitar acabar subiéndome por las paredes cada vez que te pienso, yo con esto tuyo tan simplemente mío, como Dios como Dios, pues no.
Jag.
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