Es viernes torpe y esta vez tampoco vamos a vernos. No pongas ganas en mi atrevimiento naufragado. La próxima vez que me cruce contigo en una calle normal no va a pasar nada. No te hagas un plan por el hecho simple de que un pequeño brote espiral esté rompiendo la piel seminal de tu timidez en algún punto perdido de la zona más oscura y caliente de la boca de tu estómago. Estarás aventurando que yo te buscaba o que por fin o que te esperaría. Pero yo estaré pensando quien mierda va a querer los escritos de seca tristeza anodina de un simple blanco de más de medio siglo sin gracia ni minusvalía. El sonido que hacen caminando el roce de tus medias no cuenta.
Te vas a reír. De mi o conmigo te vas a reír. La mayor cumbre de mi valía fue decirme a mí mismo aguanta, así, como susurrado, y no salir por pies a la primera. Ese es mi mayor gesto, continuar sabiendo que mis armas eran de madera hinchada y desgastada por el vaivén de la marea. Aparte de eso, yo no tengo nada especial que contarte. No he vivido experiencias con drogas raras, ni con chicas populares, ni con coches que se me incendian mientras estúpidamente acelero sin saber de qué coño estoy huyendo aterrorizado. Es improbable que nos gusten canciones parecidas. Tengo un título que ni me luce ni da prestancia. Mi hombro se desmorona si vienes a llorarle. Vocifero sin estilo cuando estoy frustrado, y no transgredo ningún estereotipo de género, así que ya ves qué interesante. Soy un subnormal normal en estos tiempos, y en mis trece sigo pasando desapercibido. Iba a ser el tonto del pueblo, pero al parecer, aquí para eso hace falta ser el hijo de alguien. Ahora estoy en la calle sin más, y dormito sin descansar bajo un falso techo. A pesar de mi queja, soy un mimado de la fortuna, pero no me mires así de significativo. Comprendo que la sorpresa es altamente improbable.
Insulto con ingenio incapaz y choco con las paredes del vulgo. Así que acabo ofendiendo antes o después de haberme dado cuenta. Por dentro, esto me genera un ardor de violencia, pero todo ocurre a destiempo, y ese fuego no me subleva ni me reforma ni me trasciende. Y no me preguntes que para qué todo ese sinvivir.
Es más una blanda rabia inconsistente. Un frustrado pataleo porque no vamos a hacer performances, seguramente. Si ahora mismo te abriera mis brazos asistirías al espectáculo lamentable de que mi más bello deseo pierde elementalidad y colágeno. Tendrías grietas en las carnes como gesto de bienvenida, por las que se me derrama la luz.
A veces si te vi no me importa, a veces ni me va ni me explico, ni me acuerdo, ni hago ni desdigo lo que las embrutecidas causalidades cósmicas se hayan montado para que tú y yo suspiremos y aventuremos y hagamos arder y mandar a pique algo juntos. Tan solo me quedo mordiendo una cierta rabia privada de dejarte perdida de besos en tu cueva de la virgen del desamparo. El sabor amargo en la cabeza que te enloquece. El ácido en los bordes exteriores del manto sobre tus hombros palpitando. La dulzura a los pies de la puerta por donde se nace. El umami en el vientre. El salado sabor en las paredes anegadas de la entrada a tu corazón.
Jag.
3_4_2020
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