un momento de pasmo en un semáforo. He obedecido y he
frenado la bici y me he quedado ahí, mirando los ventanales de la calle, pero
viéndolo todo como desenfocado. Como mirando a ninguna parte. Supongo que, con
los ojos tontamente abiertos, tendría cara de aventao. Si mi madre está leyendo
esto, tengo que decirle que no ando con cosas ni sustancias que ella no sepa
pronunciar.
Ha sido un momento estupendo. El momento de pasmo, digo.
Eran las once y cuarto, la noche estaba fresca y milagrosamente en silencio. No
pasó ni un coche. No pasó gente. La luna llena, remontando del eclipse de ayer.
Las nubes, pasando, espesas y resquebrajadas como ovejas que escapan de un
campo de batalla. El viento, mudo y sutil, esculcándome en los claros de la barba.
Cambió el semáforo, y reanudando la marcha, noto con pesar
que ha vuelto la normalidad.
Y me ha quedado como una anchura por dentro. Una especie de
bóveda que se expande, un mundo indefinido en la boca del estómago. Una
vibración excitada que pugna, desde dentro de toda la extensión de mi pellejo,
por salir a contactar con todo lo mío que hay fuera de él. Tanto escribir para
no saber explicarlo, en fin. Fue un momento breve y glorioso, pero ya lo he
olvidado. He vuelto a mi simple condición de ciudadano estándar, exasperado en
bicicleta.
Ahora estoy parado en el lago sucio de al lado de Sants
Estació, apuntando algo de ésto, antes de olvidarme de todo.
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