La verdad, no sé hasta qué punto tendrás todas las ganas de vivir de tu parte.
No se me ocurre pedirte nada. Me pongo delante tuya y sólo me sale la audacia desmesura suicida de sentarme y quedarme quieto lo más cerca posible de tu casa, y comerme un yogur en el parque, o leer un libro o manosear el tiempo acariciándote de algún modo inútilmente en estas notas, esperando que tu ventana dé a mi alma, sabiendo con algún tipo de sabiduría imbécil que un día cualquiera tu corazón va a acabar volando hacia mí, después de tender una lavadora blanca.
Y vas a acabar preguntando temblorosa pero qué estás haciendo aquí maíz del cielo, hombre del demonio, que quién te habrá pedido juegos espectáculos como si no te importaran mis vecinos.
Y temblarás porque sabes que esas cosas que te pondrían de repente a preguntarme, en realidad no tienen demasiada vuelta. En realidad tú sabes que todo eso que nos pone tan cerca de la locura o de la maravilla, no exige ninguna ciencia de nadie, porque está hecho de todo lo sencillo que se entiende en todas las partes y en todos los corazones. Y cualquiera puede hacerlo con cualquier lápiz pequeño en una esquina de cualquier papel que encuentras por la casa.
Temblarás porque un desconocido feo y torpe se come un yogur mientras te espera, o derrama poemas ingenuos haciendo tiempo mientras te espera, mientras piensa tu nombre a los cuatro vientos.
Temblarás porque la pregunta la escribes en un papel traslúcido, que pones sobre la respuesta.
Temblarás porque sabes que todo eso está hecho de nuestra sangre y de nuestras cosquillas.
Temblarás porque todo eso está hecho del miedo más profundo por la más grande alegría.
Temblarás porque en un momento se hace eterno lo que tantas y tantas veces a ti y a mí se nos ha acabado, o se nos ha muerto, o se nos ha hecho mentira.
Temblarás si te acercas, como tiemblo yo al saber que el sentido de todo es correr y salir a buscar para darte todo lo que no tengo.
Temblarás, yo lo sé, y nadie tendrá la culpa de que cuando me miras yo me sienta como cuando llegaba a casa después de que, a la salida del colegio, me esperaran tantos para burlarse y hacerme morder el polvo.
Nadie tendrá la culpa de que yo te mire y sepa, sin conocerte, que el dolor sigue, que no se me repara el orgullo ni se me cansa el cansancio.
Pero te miro, y sé que ya he llegado.
Jag.
10_12_17
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