El caso
es que sé que desde el encuentro y el mirar curioso, que pasó al
simplísimo observar admirado, que resbalaba y se atascó por
semanas, meses, en un espeso no saber qué pensar/sentir fascinado, y
luego el empezar a entender que sí podría lanzarme –con peligro
lógico, asumible- a aquel temprano atreverme a pensar que por qué
no, que quién le podría poner puerta a mi sentir sencillo, que
quién ganaría nada con quemarme el puente antes de cruzarlo, yo
pienso y digo y sé, desde ese sucederse de mi cobardía natural al
atrevimiento, de mi mudez estúpidamente precavida, desperdiciadora,
al esbozo del descaro, del miedo tan mío al sencillo dibujito de mi
dignidad y la suya, yo sé y digo, a pesar de que después de tanto
poema escrito por intentar enterarme de los cambios, de las
evoluciones, los pasos de una cosa a otra, después de saber que aún
así, a pesar de tanta letra cantando por su preciosa existencia, a
pesar de tanto verso que le acumulo, no tengo argumento ni discurso
preparado, y a pesar de eso, yo, primero siento y pienso y digo y sé
que amo con todas sus tres letras a esa mujer.
Y todo
este devaneárseme en las entrañas la fe, la esperanza, la claridad,
por tener los ojos en su apertura máxima en saber, por tener en el
corazón la boca más grande para decir que desde aquel recién
nacido momento, desde aquel remoto sentir temprano, yo amo a esa
mujer sabiendo que es el tipo de mujer a la que sigues amando aunque
la fe crepite en llama devastadora, y aunque la esperanza se anega y
empantana constantemente, nunca he de ver perdida esa claridad de
saber que esa mujer a la que amo, es el tipo de mujer a la que amas
antes, durante y después de todas las consecuencias, pues en momento
nimio de fugaz sabiduría ya vislumbré que ella es ese tipo de mujer
a la que sigues amando después de haber conocido, sopesado, sufrido
su ir y su volver, su derecho y su revés, su inteligencia y su no
saber nada, pasando por la duda y el empleo sistemático del ninguneo
estratégico premeditado, la elusión vagamente esperanzada, el
cansancio lógico por la carga que no ha pedido, el
irresponsablemente femenil descuido deslenguado, el lanzarse a
aprovecharse en abuso, incluso, de su elemental bárbaro poder
ovárico.
La gente
puede pensar que la amo sin más. Y no.
Yo sé,
humilde, en pie, tendido arrodillado, que ella se va a mantener jefa
absoluta de mi alma, compañera capitana de mi corazón modelado por
la fría ternura de su metálica mano.
Yo lo
sé, pues con sólo mirarme se me caen temblando las llaves del
cortijo.
Lo sé,
y que me quebrante el resuello con las facturas atrasadas que le
dejaron las culpas de otros si quiere, que me bendiga el cuerpo con
cardenales sin fe ni religión ni sentido, que me dé en la frente y
me hipoteque el sueño a fuerza de ovariazos, como digo.
Esa
mujer a la que amo, es el tipo de mujer a la que sigues amando
habiendo sostenido con descarnada realidad todo lo que la hace mujer.
El tipo de mujer a la que sigues amando destrozado, desnudo e impío,
a pesar de que nuestra belleza va mirando sin remedio a tierra.
Es el
tipo de mujer a la que sigues amando aún después del crudo
precipitarse del último decorado.
Jag.
20_sept_2015
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