22 de febrero de 2020

VUELVE


El texto yo lo escribía y lo hacía como ahora lo hago, con lo que tenía lo que necesité y buscaba y me encontró por el camino. Lo hacía como ahora lo hago y casi nunca resultaba lo que yo pensé o esperaba que debería haber sido. Yo le puse marrón y le puse esperanza, qué vergüenza, yo le puse sudor candor espada mellada, su poco de esplendor atrevido ojiplático cederrón intentando evitar los lugares de la gente que proclama es que esto es como todo. Confesar en este punto lo tanto que tuve que borrar cuando vi que me salía la estatura del padre imbécil que se arroga el consejo impertinente que nadie le ha pedido. Decir, en fin, que el texto lo escribí y lo hice como ahora lo hago, sin casa y sin nevera, en la flor del perruno rencor del balbuciente agujero oscuro del diente caído desespera. Lo hice, el texto, por inútil por iluminado, por hambre lo hice como ahora lo hago, por unas tetas y por un coño, por salvar al mundo a mi manera, por poner en su momento un botón de volumen a todo eso que de las manos se nos va tan simplemente. Ya ves qué pobre impedimenta he traído a este interminable invierno descarnado. Lo que más curioso me ha resultado es que el texto me enseñó que lo hacía por soltarme, más o menos por ir aprendiendo a pegar los golpes en su sitio, decir la cosa en su momento, dejar la mierda en un estante correcto y volar como los pájaros. Eso yo lo hacía lo intentaba como ahora lo hago en este intento. El caso es que por lejos que escupía todo vuelve a caer en el suelo aguaíllo de jamón de nuevayork rosa en el que de siempre me pregunté para qué venirse a la penumbra engañosa de este puto mundo. Es por lo menos curioso que por mucho que quisiera que quiero escapar ahí estaban tus labios y los suyos, pues por mucho que uno se exprima la sangre de los huevos en despegarse, el texto siempre vuelve. En la risa confundida, en el aliento que vivió tan encerrado. En el amor sencillo por nosotros mismos. En la equivocación que se empeñaba en mantenernos mano a mano. En la leche contenida, en la sombra rota, el texto una vez y otra volvía a ponerme en el sitio de siempre.
Yo lo escribía, el texto, lo hacía como ahora lo hago, y casi nunca se acercaba a lo poco ni a lo mucho que de polla de alma corazón yo le puse, lo hice, como digo, como ahora lo hago, lo escribí y lo lancé al infinito, por ver si me encontraba allí, tan lejos bien solo, y casi nunca fue como yo pensé o esperaba que debería haber sido, porque a la vuelta de la esquina del marrón, de la esperanza, del infinito, el texto siempre vuelve.
Jag.
6_2_2020



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