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¿Por dónde me llega el amor?
¿Por dónde me llega el juego sucio?
Por encima de estos extremos de mi incertidumbre, por encima de la sospecha fatal de que tengo el tino perdido, por encima del temor a equivocarme en cada una de estas identificaciones, debo fiarme de mi instinto. Sin más. Y sé que debo perseguir, poner mi empeño, mi fe, sólo en algo que me ayude a avanzar. Esa es una luz intensa que no puedo apagar. Que los cambios que vengan me sirvan para superar cosas que ahora mismo tengo bloqueadas, sin avance. Se me ocurre que, habiendo hecho una lectura global de mi situación y actitudes con respecto al amor y asuntos adyacentes, una lectura que me ha llevado su tiempo y algo más, y durante ese tiempo, y sobre todo gracias a ese algo más he sabido mantenerme conformado, paciente y hasta cierto punto, incluso sereno en mi camino en soledad, pienso, en mi brumoso y sencillo parecer, que un crecimiento digno y contundente podría venir dado por el encuentro y la construcción de alguna de las formas de la compañía, y hacerlo en acuerdo compartido con una mujer de carne y hueso, sí, y por aventurar ese acuerdo lo más alejado posible del encuentro momentáneo, de la precaria tangencia de las carnes, que sólo está animada por el furor acumulado, que se descarga puntualmente, por el deseo caprichoso y animal, por qué no podría yo desear (líbreme la fortuna de querer excluir con ello la posibilidad de mordiscos inmisericordes y arañazos apremiados por la impaciencia del ardor irracional), desear, digo, en esa mujer de antes de mi torpona disertación sobre los sudores, desear en ella un espíritu colaborador, comprensivo y afín. ¿Será mucho pedir? Comprensión entendida desde el ansia de completitud y la esperanza de la reciprocidad. ¿Sería posible? Que ella y yo nos pongamos en nuestras manos, confiados, sin dejar de estar en nosotros mismos. Que nos podamos amar con cuidado y sin precaución. Eso me gustaría. Y a ella también, supongo.
Y a mí, pidiendo estas cosas en mi vacío, en esta especie de remedo de la serenidad, se me ocurre su nombre. El nombre de ella. Y pienso en el nombre y detrás sólo está ella, no otra con su nombre, no otra que se le parece. Y me viene ella y me pongo a poner atención a su señal, ¿qué quieres? Me veo así, pendiente de algún tipo de marca en mis días, que me diga que no se me equivoca el corazón, que no me anda descaminado el brumoso entendimiento cuando atiende a los debates que se me andan tramando en la boca del estómago. Y aún así, qué más da, uno sigue pendiente de ese nombre que precede a una mujer concreta, y se mantiene atento a sus mínimas señales porque total, qué escuela tiene uno para guiarse decentemente en estas cosas, sino la colección de inexplicables chispazos hormonales a los que uno empezaba a atender en la pubertad aquella, tan alejada, pero que en estas cosas uno nunca llega a destetarse del todo. Y en estas señales, que el adulto siente absurdas, alejadas del sentido común y la buena marcha de la vida real, uno nunca deja de intuir que ella, o lo que ella tiene de extraño o inexplorado o incomprensible, es al mismo tiempo un foco de atracción irresistible. Y es algo parecido al ímpetu agonista que tiene la gente que se queda atrapada en los incendios, que no sólo no hace por escapar del peligro, sino que unas veces se queda clavada en el sitio, observando fascinada el fuego que avanza irremisiblemente, y otras veces, incluso se acerca con paso trémulo hacia la perdición, como subyugada por la fatalidad. Y esta capacidad suicida –con respecto a los inexplicables impulsos de las vísceras– no sólo no se pierde con el tiempo y las decepciones, los aprendizajes de la madurez o del cansancio, ni con la seriedad de la vida adulta. Qué va. Al revés, que uno como yo, al menos, hace la lectura de que salvando esta fascinación suicida por el incendio femenino, todo lo demás, todo lo que en este mundo tenemos bien clasificado y explicado, todo lo que en la vida tiene una razón delineada y un fundamento ineludible y necesario y lógico, todo lo que nos hacen ver como bueno y conveniente en nuestras vidas, pues todo eso, a uno como yo, no le parece más que una absurda y soberana estupidez. El jodido y aburrido camino hacia la decrepitud y la muerte. Un juego de mierda que nos tiene puesta la jáquima y el serón y la montura desde que nacemos hasta que morimos. Y todas esas cosas ilógicas y salidas de madre, pues nos las han ido identificando como “locuras“, y nos educan para que las callemos y no les hagamos caso, para que las mantengamos ocultas bajo la normalidad. Y yo no dejo de ver que es como si llegáramos a una linda ciudad desconocida y nos diseñaran los recorridos y nos pusieran una hora de salida y llegada al hotel, y nos impusieran el menú y nos dijeran el hambre que podemos tener, como si nos dijeran dónde hay que ir y a quién hay que conocer. Huele a cuerno quemado... ¿no será que no se quiere que la gente se desmadre y empiece a soltar chorros incontrolados de intuición y percepción crítica, tan inclasificables en los perfiles de clientela potencial, tan incontrolables y extraños a lo que espera y necesita para su autorregulación la concepción judeo–cristiana del amor...?
Y sí, firmo y afirmo este mundo extraño basado en los cimientos líquidos de la intuición, en las fronteras gaseosas e inestables de la pasión. Y continúo en esa persecución de lobo hambriento que babea por un alimenticio aroma invisible. Sin descanso. Sin guía fiel. Sólo con un mapa interior, reinterpretable a cada segundo. Haciendo las lecturas sólo en la propia fuerza del pálpito y del aliento. Y así me va. Pero me miro las cicatrices y el pellejo maltratado, la piel curtida por tempestades saladas puntuales, los labios agrietados, y si al mismo tiempo de verme todo eso, me acuerdo de que todo eso venía acompañado de relámpagos deslumbrantes que iluminaron todo mi mundo, de sonrisas que me recorrían instantáneamente el cuerpo, y me acuerdo de que esas sonrisas vinieron acompañadas de unos ojitos soñadores y unas manos que me comprendían, que aceptaban en el momento mis cumbres y miserias, mis fallos, mis acentos, y tenían además sus concavidades un cierto gusto por explorarme, y esas sonrisas y esos ojos soñadores sabían darme lo mejor de su aliento, y me lo daban en un idioma que a mí me dejaba sin dudas y sin capacidad para negociar... Y saboreo otra vez esas cosas, aunque sea en el recuerdo que se pierde, o en el presentimiento ilusionado, y me digo, esta vez con alegría, así me va, y que le den porculo al mundo establecido, que explote mi balance negativo. Cuando llega la hora buena, el resto del tiempo, el pasado y el por venir, están de más.
Ahora pienso en ella, como tantas veces he pensado en castillos que acabaron desmoronándose ante mis ojos, y no puedo, no tengo fuerzas para dejar guarnición en el campamento. Voy con las mejores banderas de mi fe. Voy hacia el abismo, quizás, pero voy a romperme el pecho o la vida entera por una bonita batalla, con toda su sangre, su dolor, fuego e incertidumbre. Y si caigo, pues ya tienen su cota los cronistas, que ya contaba con esa posibilidad, entre muchas otras, desde el primer día que empecé a amar. Daré con gusto, al fin, primer plato a gusanos y buitres, guano a las yerbas del campo de batalla, explicación y tranquilidad a los enemigos de la locura de amar sin armadura y hasta la última consecuencia, y si consigo caer con estilo, pues con eso daré también algo de poesía épica.
Y se apagará, como corresponde, la última fuerza del corazón, pero con la última luz, con la última sangre, voy a dar las gracias por cómo me va y por cómo me ha ido. Daré las gracias a mi flaca bravura por todo lo que perdí, porque me enseñó a poner con humildad, una y otra vez, un pie y luego el otro, un poco más adelante, en el suelo, levantando el cuerpo, haciendo avanzar al ánimo dolorido. Daré las gracias al universo inconmensurable por todo lo que no me ha sabido explicar, en la victoria o en la derrota, porque con indiferencia por el resultado, ha conseguido que yo tenga que llevar a mi alma, a mi corazón, más lejos, y los ha hecho más anchos, más profundos cada vez. Los ha llevado más allá de la explicación, más allá de la estrechez de mis torpes expectativas.
Daré las gracias, entonces, por cómo me va hoy, pensando en ti, sin saber adónde voy ni qué equipaje llevar. Y daré incluso las gracias a Dios, si es que Dios hace lo posible o lo imposible por ser o por existir, si es que tiene la divina conciencia de que puede haber uno como yo, que le va como le va, pero que buscando meter mano plena a su vida, y viendo cómo la velocidad de su luz va a ir decreciendo inexorable, de pronto necesita, urgentemente, por amor, dar las gracias a Dios.
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...fronteras gaseosas e inestables de la pasión...me encanta!!!! Eres un exquisito elixir...escribes lo que pienso mejor que mis propios pensamientos, los amplías e incentivas. Gracias a ti y a Dios, porqué no?
ResponderEliminarQué hacer, cuando lo que sientes no lo identificas y te arrastra como un zombie hacia un abismo que te cuesta evitar??? Qué hacer cuando sabes que eso no es lo que quieres y te abandonas a un impulso interno? Qué hacer cuando una fuerza ajena a ti te quita las fuerzas para tomar decisiones en un momento decisivo??? ....
ResponderEliminarUn sencillo ejemplo de lo que sienten varios corazones y meditan varias mentes, simplemente genial!!!
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