Quede
por delante de todo que agradezco tus acercamientos. Mis palabras no sabrían
hacer justicia a lo que con tus opiniones ayudas a construir en mi. Me
alimentas con tus adhesiones y me iluminas oscuridades con tus críticas. Todo
eso aporta a mi crecimiento. Y por ello, muchas gracias.
Pero
este texto no es sólo un agradecimiento. Es una carta que, públicamente, está
dirigida a ti. En esta carta debo
abordar cierta extrañeza que queda entre mis textos y algunos de tus
comentarios.
De
Leibniz me viene que sobre las cosas que no conocemos siempre tenemos nuestra
mejor opinión. Supongo que es una norma no escrita de prudencia o cortesía:
basándonos en una cierta confianza incondicional, nos acercamos a lo
desconocido proyectando nuestras ansias por que todo tenga un buen contacto y
un feliz término. Y aireamos, en ese contacto, nuestra más feliz y abierta
disposición hacia el otro. Que por uno mismo no quede.
He
tenido varios amigos que trabajaron como modelo para pintores y estudiantes de
arte. Siempre han convenido en que, viendo juntos los distintos resultados de
sus sesiones de pose, siempre había esbozos ante los cuales, con sorpresa o
incredulidad acababan preguntándose “¿Pero éste/a soy yo?”
Cierto
es que cada uno modela la propia opinión de lo que uno mismo es, o siente, o
expresa, o representa ante los demás. Y eso es un trabajo diario, un esfuerzo
loable por la corrección y mejora de lo que uno mismo es, y de lo que, en
cierto modo, ofrece y pide a la vida. Y a los demás, claro está. El problema,
creo, está en que a veces podemos llegar a confundir esa opinión con la verdad.
La
opinión es frágil. O mejor: es orgánica, fluida. La verdad siempre está de
paso. Y por eso, mejor no aferrarse, ni a una opinión, ni a una verdad. Eso lo
puede tener uno mismo, más o menos, asumido en la intimidad, pues ya más de una
vez, a poco que hayas observado y hecho contabilidad de ti mismo, te habrás
visto enfrentado al movimiento, o al cambio, o a la renegociación con las cosas
que tú mismo quieres, o percibes, o sientes, o eres. En la intimidad, uno
mismo, supongo, acaba habituándose a esas fluctuaciones y sorpresas. Pero otra
cosa bien distinta es la de verte en un contexto en el que un colectivo de
personas compone un grupo natural frente a ti, otra cosa es sentirte, con
respecto al colectivo, situado solo en una especie de palestra o escaparate,
expuesto a la mirada, a la opinión de ese colectivo. Es el caso de mis amigos y
amigas que trabajaron como modelos en pintura, o el propio caso en que escribo
y comparto un blog literario.
En
estas situaciones, cada una de las personas que forman ese colectivo tiene una
opinión propia, una percepción particular de lo que ve o siente cuando se sitúa
frente a ti. En esos momentos puedes llegar a constatar con sorpresa la
multitud de perspectivas desde las que la gente puede verte y valorarte. Y
contra eso, a favor de eso, no puedes poner ni quitar nada: todas esas
perspectivas, esas opiniones, son verdad. Son sus verdades, es cierto, pero ¿quién dice que tomadas una a una
esas verdades son menos ciertas que la tuya? ¿Tú? Una cucharadita de agua que
sacas del Océano Atlántico sigue siendo una parte descontextualizada del Océano
Atlántico. Ya no forma parte de sus corrientes, cierto, ya no tiene olas ni
flora ni fauna marina, y probablemente ha empezado a cambiar de temperatura,
pero antes de sacarla, y después de que hayas devuelto esa cucharadita al mar,
forma parte indisoluble de ese conjunto de vidas, procesos, reacciones y
sensaciones que llamamos Océano Atlántico. Cuando desde la palestra miras al
colectivo y distingues a un individuo, y accedes a su percepción, a su opinión,
estás accediendo a una parte descontextualizada de la verdad. Puede que no te
guste lo que oyes, si le preguntas, puede que no aceptes lo que se ve desde su
perspectiva, pero... ¿a quién se le ocurre intentar conocer el Océano Atlántico
observando una cucharadita que hemos sacado de sus aguas? Una opinión sacada
del colectivo es un caso particular de la verdad. Un enfoque personal, que se
suma a infinitos enfoques. Y no con ello se puede decir que sumando cucharadas
tenemos el Océano Atlántico. Es mucho más complejo que eso. La verdad sobre ti
es mucho más y mucho menos que la acumulación de las opiniones. Es algo que se
escapa de tus manos (y también de la suma de todas las manos). Por eso, creo
que el sentido de este texto no es investigar para corroborar o desmentir la
sorpresa que me causan tus opiniones acerca de mis textos. Debo quedarme en el
respeto que me causa tu percepción personal, y agradecer tu implicación al
comunicármela. Pero hay otras cuestiones que se dan en las percepciones entre
colectivo y emisor particular que sí quiero tocar.
Mucho
antes de que nuestros ineptos gobernantes empezaran a decir que en nuestro país
sobran profesores, di clases de Plástica en Enseñanza Secundaria. Durante tres
cursos completos. Aunque ya llevaba bastante tiempo exponiendo mis pinturas y
publicando textos, fue en esa época como profesor, cuando tuve una acceso más
veraz y conciso acerca de qué eres ante un público, y de cómo tus mensajes
llegan a los individuos, por una parte, y al colectivo, por otra.
Los
alumnos ponen apodos a los profesores. Supongo que por un lado, es una forma de
reconocerte integrado en un grupo, el grupo de los alumnos, y definirte, de
alguna manera, como enfrentado a la otra parte, la del profesor. Bueno, todos
hemos sido alumnos ¿no? También, supongo que es una forma de reírse del
control, de la autoridad, una forma de ponerla en cuestión, y por tanto,
también una forma de reconocerla. No quiero seguir por ahí, por no alargarme
demasiado. Sólo quiero señalar que en aquel tiempo como profesor, me gustaba
saber cuál era el apodo que finalmente me ponían. Me parecía una forma de saber
qué cualidad, rareza o defecto era la que observaban los alumnos,
democráticamente, para nombrarme.
Nombrar
las cosas es una forma de identificarlas, definirlas y poseerlas. Y para esto,
en el caso del colectivo frente al individuo, no sirve la aceptación del nombre
que tiene. Para el colectivo, y lo digo desde el recuerdo de mis tiempos de
alumno, es demasiado sumiso llamar al profesor por el nombre del profesor. Es
demasiado frío y acorde con las reglas:
¿dónde está el papel de los individuos dentro de ese colectivo? Colaborando en
la búsqueda de un mote, dejas constancia de tu participación en el
funcionamiento del colectivo, te defines dentro del mismo, y fortaleces los
lazos que os unen. Además, lo haces en un nivel alternativo al que ya viene
predefinido: el de que el profesor enseña y vosotros aprendéis, y acatáis su
forma de entender y llevar esas cosas. Reconoces que en cierto modo estáis en
sus manos, pero, si aceptando que él sabe Física y vosotros no, si el sistema
educativo, sin preguntaros la opinión ha decidido que tenéis que saber Física,
y ése es el responsable de enseñarte y evaluar, si además, al principio de
curso ya empezáis a deducir que será duro y a pesar de los esfuerzos o las
trampas, muchos de vosotros vais a suspender Física, si ya se reconoce esto
así, el colectivo tiene que poner un punto de rebeldía o de cuestionamiento, de
evasión ante lo ineludible y lo impuesto: a uno que te va a suspender tres
veces seguidas y va a condicionar tu tiempo libre en verano, no le puedes
llamar por su nombre.
Durante
ese tiempo de profesor, cuando me enteraba del apodo que me ponían, y
recordando que siempre hay una fase de lluvia de ideas mientras se acaba
imponiendo el más acertado, el más curioso, el más cruel, original o divertido;
cuando me enteraba del mote que había superado todos los cortes y llegaba a
sustituir, en privado, mi nombre, pues sinceramente, lo veía como algo que me
ayudaba a valorar qué relación tenían los alumnos conmigo, cómo me veían y cómo
me vivían. El apodo que me ponían, que podía variar de un curso a otro o no, de
un nivel a otro o no, yo consideraba que ME DEFINÍA.
Todo
esto, sin alargarme más, es porque, pensando en ciertas líneas de comunicación
que se abren alrededor de publicar y compartir “Hambre”, estoy viendo ciertas
cosas que, como mínimo, me sorprenden en lo referido a la imagen que estoy
dando a través de mis textos...
Publicando
el blog, igual que cuando expongo, sé
que no sólo expongo mis trabajos. Inevitablemente, también me estoy exponiendo
a mí: estoy entrando en un escaparate donde confluye la mirada de un público,
de un colectivo. Tengo que respetar, pero no tengo que quedarme parado
ante malas interpretaciones: soy MODERADOR de la imagen que da mi obra y
ADMINISTRADOR de la mía propia. Quiero que esa relación sea ORGÁNICA y DE INTERCAMBIO,
porque quiero que mi público no se encuentre limitado al rol de consumidor
pasivo, pero yo quiero dirigir y moderar ese diálogo.
A
tus comentarios, ésos en los que te haces alguna cierta idea de mi/s amante/s,
se les unen otros que he recibido. Desde aquí, desde mi, todas esas
intervenciones están componiendo, en frente común, una opinión edulcorada de lo
que hago y de lo que soy. Tengo verdadero pavor a que una neblina de confusión
se extienda, impenetrable, entre nosotros. Eso empezaría a lastrar nuestro
contacto y acabaría separándonos sin remedio.
Mucha
gente, al hilo de mis temas, al hilo de mis intereses, está fantaseando acerca
de lo que podrían sentir mis amadas. Supongo que la imaginación es un mundo que
puede construirse con idealización. Supongo que depende de en qué manos caiga
lo imaginado, dependiendo de las necesidades, carencias, ímpetus y debilidades,
la imaginación de cada uno puede abarcar un panorama amplísimo, en el que son
factibles la ensoñación creadora, la forja de modelos ideales para aplicar a lo
cotidiano, la proyección de valores abstractos como referente constructivo, e
incluso la pura y libre especulación enfocada al desarrollo utópico, alentado
para sobrevivir sin contacto con la mínima posibilidad de la aplicación práctica
en la vida real. La imaginación es libre, y para eso está. El problema surge
cuando no se entienden los grados de separación entre lo que algo es y lo que
uno piensa o imagina que es.
Tú
lees mis textos, sacas una conclusión de quién soy a través de ellos, y
fantaseas acerca de mis amantes. Agradecí tu acercamiento, tu intento por
comunicar de vuelta, y no resistiría que de mis palabras por tus opiniones
destilaras un desprecio. No es hoy, al hilo de tu carta, cuando he empezado a
ver la necesidad de hablar, desde mi, de “Hambre”, de desenmascarar ciertos
lugares comunes que, fatalmente, se están formando alrededor de esto. No es la
primera vez que leo una opinión y pienso:
-“Hambre”
no es un diario ¿Tendría que dejarlo claro?
Tampoco
es la primera vez en la que, viendo que a un texto literario se le mide con un
juicio moral, sale de mi:
-“Hambre”
es parte de mi trabajo literario, pero “Hambre” no soy yo.
Y
tampoco es el primer comentario que saca de mi un :
-“Hambre”
es un blog de contenido literario, no
un foro de debate.
En
fin, han habido muchos días en los que recibo opiniones y comentarios, que
siempre agradezco, en los que estoy mascando sorpresa y estupefacción. No sé,
las cosas son así cuando asomas la cabeza a la calle. Todos esos días me he
refrenado, y he dejado el agua correr. Hasta hoy, que me encuentro cansado de
muchas cosas, y no he tenido cuerpo de resistir cómo, desde tu perspectiva
oblicua, me ves como una especie de ser adorable. No.
Creo
que no serviría para tener un club de fans detrás mío. No sabría mantener
demasiado tiempo una sonrisa como para las grandes ocasiones. Duele cuando es
fingida. No podría redactar una imagen personal para conformarla a la que
sugiriera mi trabajo. Me vería prisionero de mis éxitos. Las relaciones que
quiero en mi vida, honestamente, las prefiero basadas en profundas realidades
invisibles, aunque presentes. Intento evitar las ilusiones que uno se monta
alrededor de coincidencias momentáneas y evanescentes ligadas al mundo físico.
Para mí son más reales las primeras, la verdad. La decepción está acechando en
ambas opciones, igual que la alegría. Supongo que elegir una sobre la otra es
sólo una cuestión de feeling.
Me
dices que piensas que mis amadas han debido estar encantadas... Mis amantes, las
mujeres que me aman... Quizá ese plural es la primera idea errónea. Se desliza,
como descuidado, multiplicándome tormentas en el corazón. Y lo pienso y me
digo:
¿Amantes?
En todo caso amores, tomados siempre de uno en uno.
Sigo.
En el caso de tener amantes o tener amores, el patinazo mayor es el verbo. No tengo:
SON.
En
este mundo en el que uno es ante la gente sólo después de cacarear las
conquistas de su orgullo, después de airear los kilos, los metros y récords de
su egocentrismo, me es muy difícil decirte cuánto amo sin emplear el verbo tener.
Amo desde el despertar hasta el momento preciso en que por cansancio o por
cordura o por aburrimiento tengo que dar el día por concluido. Amo todo ese
tiempo, me siento amado, y duermo solo.
Siempre
me digo que soy más del Amor que de sus manifestaciones, que siempre están
pendientes de nuestro pobre sentido interpretativo, que a su vez está colgado
de nuestros caprichosos apetitos, que a su vez se sienten (fatalmente
equivocados, me temo) heraldos de nuestras necesidades. No quiero seguir
viviendo equivocado, por eso, aunque el alma canta a diario por una mujer de mi
talla, me mantengo solo y múltiple en el camino de la lealtad hacia el Amor.
Algunas
mujeres, cuando les digo eso del Amor y sus manifestaciones, se ponen de los
nervios. Claro, no me encuentran asas por las que agarrarme, supongo. Y me
dicen:
-Lo
pones así de difícil porque en realidad sólo quieres estar solo.
Para
seguir aclarando las cosas, yo les digo que sí y que no.
A
veces, para espantar la soledad me digo que tengo una relación abierta con el
Universo. Eso queda bien mono cuando se lee, sobre todo cuando tienes más de
treinta años, comes todos los días, tienes un concepto de “vida privada” y
“desarrollo personal”. También influye que tengas cierta estabilidad económica
y cobertura sanitaria, que vivas en un entorno que garantice cierta seguridad
física; queda bien cuando, a pesar de que ya te has llevado algunos desengaños
respecto a lo que son las cosas y a lo que te dijeron que eran, mantienes viva
la concepción de que es posible negociar con la realidad para mantener a flote
tu mundo emocional. En definitiva: lo del Amor Universal queda bien mono en un
lector de mediana edad con la supervivencia física y emocional más o menos
garantizada. Entonces, gracias a los rudimentos espirituales que la gente
acopia en los cursos de Reiki y Feng Shui, gracias a mantener una vida social
compuesta por vegetarianos, profesionales liberales, ecologistas, animalistas,
funcionarios y mochileros que nos ponen diapositivas de la India, gracias a que
pagamos Tai Chi y Yoga, es fácil pensar que mi soledad es la de un Buda
inalterable. Pero no. Del Buda tengo la barriga y la calvicie, pero me falta la
serenidad.
Una
vez, después de haberme superado como hombre y amante, después de haber
construido con lo que al principio no tenía, después de haber trabajado todo lo
que necesitaba ser para estar, una mujer me dijo, sin señales
previas, que ya no quería dormir más conmigo. Y ya está, fue un abismo enmedio
del mar, como el finis terrae que
temían los antiguos. Se serenó esa herida y agradecí profundamente esa claridad
que despejó los horizontes de mi mente, de mi corazón. A veces hay que limpiar
el solar, y no puede hacerse poco a poco, pues uno empezaría a elegir entre los
recuerdos y guardaría tesoros que en realidad no lo son, y al final lo que iba
a ser una limpieza, acaba siendo un lavado de cara, un reordenar lo que ya
tenías, y sigues con los mismos lastres y las mismas equivocaciones
enquistadas. En ese sentido tengo que dar gracias a aquella furia destructora.
Con todo el espacio que me dejó libre en el alma, quedaron desnudas, diáfanas y
elocuentes muchas situaciones y negociaciones que mantuve en el pasado. Me
vinieron de golpe todos esos momentos en que puse mi amor en personas que en
realidad no me entendían. Vi claro cómo puede uno seguir adelante el día a día
obviando esos déficits en la comprensión, en la comunicación, y cómo puede uno
decirse a sí mismo “tengo una relación” o “amo a fulanita” sin estar avanzando
realmente. Y todo eso no es más que un decorado vacío, desprovisto del
verdadero alimento de la vida, y se puede prolongar por años, en el mejor de
los casos, si acabas haciéndote cargo de la situación real. También puedes
seguir adelante toda la vida, pensando que el amor es eso, dar y recibir esos
equívocos, como dos espejos enfrentados, que se multiplican los reflejos hasta
el infinito, y mantener esa mentira hasta el fin de los tiempos. Y todo eso,
admitido por no estar “solo”.
Cuando
se serenan las aguas de la debacle, la soledad se vive de otra manera.
No
magnifico la compañía.
He
comprobado más veces de las que hubiera querido que mi parte mejor, el tesoro
que puedo ofrecer, no es de suficiente talla o entidad como para resistir la banalidad
del mundo.
No
me desperdicio en estúpidos devaneos.
Sé
que puedo seguir hasta el infinito con estas negociaciones a la contra.
Mantenerme recto y basar mi serenidad en la amargura, en la carencia o la
resignación. Pero no soy como mis arrebatos más ácidos. No soy mi queja. Sé que
la mínima señal del AMOR me pondrá a sus órdenes. Puede parecer que transido
por una lectura abstracta del AMOR, doy la espalda a la posibilidad de sus
dulces manifestantas. Pero qué va.
Mi
mundo no es fácil, pero no es un mundo de renuncia. No intento evitar el dolor,
que es una señal inequívoca de lo no conveniente, pero tampoco salgo a
buscarlo. Sencillamente, he tenido que acostumbrarme a estar bien sabiendo que
las respuestas que uno tenía contempladas en la mente, en el corazón, o llegan
en tiempo, forma o procedencia inesperada, o nunca llegan. Me he acostumbrado a
valorar el amor que puedo dar, independiente de respuestas, al mundo.
Mi
única parte serena ha sido aprender a cantar. A tener ganas de ilusionarme después
de haber limpiado el solar, después de ver el horizonte vacío y silencioso. Y
en mitad de ese silencio, poner mi parte mejor en el canto que dice:
Te
pienso, te siento y canto,
pero
no te canto a ti.
Canto,
en mitad del silencio, canto
para
que lo escuche la gente y sepa que canto
porque
tú estás.
¿Se
me entiende? No lo sé.
¿Se
me comprende? Quizá alguien, con parámetros parecidos.
Ya
he visto la cara de la belleza decepcionada, y no es agradable. Es cara de
destrucción y falta de fe y de ruina. Ya he visto la cara del deseo que, por
supervivencia, se estira calamitosamente en un constante y penoso languidecer.
No quiero algo así. También me he tenido que habituar a vivir en el silencio
con respecto a cosas que no espero que sean comprendidas, pero que igualmente
me ayudarían a avanzar. Me he tenido que montar un mundo no dependiente del
juicio rápido de la comunidad. Y ese mundo, del que no puedo negar su
inconsistencia ni precariedad, tiene que estar basado en afirmaciones. Y las
afirmaciones, cuando lo son, aunque sean momentáneas, han de ser profundas.
Muchos de entre los que no me comprenden, confunden el afirmar con el
movimiento de cabeza que te permite salir del paso y continuar el día. Pero no:
afirmar es dar un paso en la vida. Es DECIR. En lo grande y en lo pequeño.
Constantemente, sin descansos. Es acometer algo y saber, al mismo tiempo, que
eso es lo que viene. Afirmar es llevar tu responsabilidad hasta las últimas
consecuencias. Es presentir la muerte que traen los bárbaros del norte, y
transformar ese temor en un gesto que construirá la Gran Muralla. Es pensar y
empezar a hacer lo correcto en total simultaneidad. En sincronía.
El
Amor está hecho de movimientos tan profundos que son imperceptibles, pero
siempre son tendentes a la construcción y crecimiento de su propia naturaleza.
Siempre son útiles. Siempre son sabios. Y tengo que aprender a manejarme en esa
sintonía. En la de lo útil, a pesar del silencio. En la de lo constructivo
enmedio de esta especie de tensa soledad latente.
¿Sabes?
Cada mañana intento salir a la calle con mis mejores ingredientes, con mis más
útiles alientos. Y ocurre que salgo a dar vueltas, y no encuentro futuro en
quedar con alguien. Como que doy los pasos y ya he perdido la fuerza o la
esperanza que se pone en esas cosas. Conocer, contactar, comunicar. A veces no
encuentro el mínimo interés en destilar sus diferencias, a veces me salen
automáticamente estribillos malignos que me echan a perder las ganas de
mantenerme en el juego. Y después del deseo no adivino sino la decepción, y mis
mejores gestos me abocarán, como máximo triunfo, a recoger los laureles del
hastío. Y aunque me resisto a pensar que la vida es así, pues, la verdad, con
mis actos, o con mi dejadez, acabo haciéndola así.
Y
a pesar de ello, me acabo dando a compartir. Escribo y lo saco a la luz. Y la
gente me lee textos sobre amor y ve en mi un Casanova licencioso que se redime,
un Don Juan que va y vuelve de sus infiernos. Si te pudiera decir cuántas
lindas posibilidades se han acabado pudriendo porque, ante mis más bellas
flores, una mujer respondió con pereza, otra con silencio y otra con cobardía.
Si te pudiera contar que, como un estúpido seguí cargando esos frutos
ponzoñosos y no supe soltarlos a tiempo, y se sucedieron nuevos encuentros, y se
multiplicaron posibilidades, y una mujer, y otra, y otra más llegaron
ofreciéndome sus más lindos campos de cultivo, y yo sólo estaba ocupado en
cargar con la más mísera moneda, y sólo tenía pereza para la primera, silencio
para la segunda y cobardía para la tercera. Cómo contarte que me vi alimentado
por la miseria que me echó a rodar por tierra. Cómo di, lo que con más dolor
recibí. Y solté todo lo que me quemaba en corazones buenos y fragantes, que
sólo querían acercarse. Si te pudiera contar cómo me vi, en fin, pagando con la
misma moneda, echándolo todo a perder.
Comprende
que no soporte, que con pálpitos, acabes disfrazándome de adorable.
A
veces me fallan las ganas de gustarle a alguien. Porque a sólo dos segundos de
detectar su sonrisa linda, su cuerpo fragante, su andar cadencioso, ya me
empeño en adivinar alguno de los protocolos del amor en los que me vi varado, y
le proyecto sobre el juego del cuello al hombro el de la temeridad que me lleva
al rechazo, y en la mirada limpia le adivino la ilusión que hace escala en la
pasión para acabar en la decepción. Y el dolor, limpio y consciente, que nos
espera allá, en nuestras cumbres.
No
tembló mi mano cuando solté toda mi cobardía. Ni me tembló la voz cuando
contesté con silencio. No ahorré esfuerzos al dejar escapar mi pereza. No. No
temblé ni dudé, y con ello, ayudé a ensuciar el mundo.
A
veces un viejo y absurdo temor pone mis células en desbandada. Y me tiraniza la
certeza de que los mejores cantos a la libertad los escribieron presos. Lo
mismo las canciones de amor, escritas por los que se vieron apartados de su luz
en la oscuridad y de su sombra en el desierto ardiente. ¿Y si mis mejores
canciones están musicando un imposible? ¿Y si tanto ruido y adorno están sólo
cubriendo descarnados vacíos? A veces tengo aferrada la impresión de que, del
Amor, el poema es el todo. Que mi vida sólo tiene ese indagar. El canto. Puede
que lo que sepa del amar lo sepa más por la falta que por los goces. Pregunta a
los pájaros enjaulados, que cantan su desdicha, que es tu placer. Y mira el
nombre del blog que lees. “Hambre”.
Su máxima satisfacción es compartir las ganas, los anhelos. Hay más de deseado
que de conseguido. Y así está bien, pues lo que uno desea es primo hermano de
lo que uno imagina, y a lo que uno desea le caben todos los adornos y todas las
bondades que sepa tramar la fantasía. Y con respecto a lo conseguido, cómo
evitar la pomposidad y la jactancia, cómo evitar la ofensa o la envidia del
oyente que fue aventurero menor. Y cómo evitar el sentirte prisionero de lo que
pasó de una forma y ya nunca más de otra. En fin. El que anhela vuela, y el que
cuenta batallas, con pies en la tierra, se ve forzado a contar por siempre las
mismas, y en su cuento ha de omitir, por su buen nombre, las desdichas que, a veces,
hicieron en el recuerdo un mejor trabajo que los premios a los que precedían.
¿Y
esas mujeres que tú dices? ¿Y mis
mujeres? En una, en dos de ellas imaginé mis hijos. Y fíjate. Ya veo esa
cuestión demasiado lejos. Las cosas se truncaron, y es casi una dulce tontería
estar haciendo acopios para la siembra mientras te dicen que esto no puede ser,
y tu mundo se disgrega ante tus ojos y sus pedazos van girando frenéticos, a tu
alrededor, y no tienes tiempo, ni tino, ni espíritu para saber, en ese momento,
que hay un mundo detrás, o dentro, o a través, o gracias a esa desgracia en
desorden. Ahora descanso en brazos del Amor Universal. Tiene unas leyes más
sencillas. En mi caos sólo supe ver que la belleza, a veces, se te queda
sonriendo sin hacer nada, hermosa, frágil y fría como una porcelana fina,
mientras todo lo que tú eres se desmorona. Y tu sueño, tu fantasía, tu
compañía, tu inspiración te dice que ya no quiere dormir más contigo. Y sólo
después de haberte habituado al paladar agrio, al silencio elocuente, sabes ver
qué necesario fue que aprendiera a desdecirme de esos besos que ya no íbamos a
darnos. Y en cada paso que tropieza, cada posibilidad que se trunca, la casa de
uno tiene que tirar unos cuantos tabiques por dentro, y hacer habitaciones nuevas
en las que guardar muy hondo los nombres de esos niños que no van a nacer.
Todo
se ve necesario cuando la perspectiva es la amargura. Todo se ve necesario con
el florecer de las expectativas, que a veces no tenían más que un profundo
aroma momentáneo, que se perdía, fecundado por insectos extraños. Cayeron los
pétalos y engordó un fruto absurdo que no traía semilla alguna, que dobló el
tallo hasta partirlo, y nos torturó con el pobre panorama de algo que se va
pudriendo con lentitud, en el jardín delantero. Todo, sí. Todo fue necesario
para que aprendiésemos que el amor no se rompe, que sólo se rompen los
acuerdos, las fórmulas de compañía. Que el amor continúa más allá de nuestra
pobre y pequeña humanidad. Todo fue necesario, en mí, para que hoy sepa que las
amo a pesar de nuestras desdichas, nuestros arrepentimientos, silencios y
escalones insalvables. Las amo porque las amé una vez, y eso no termina. No
podría ser de otra manera, que cuando amas, ni ella ni tú tenéis las riendas.
El amor no puedes cabalgarlo ni dirigirlo, es un viento que te envuelve y
respiras. El amor nos cuida y nos sabe humanos: caprichosos, inconstantes,
egocéntricos, mal avenidos, inspirados y desalentados, hermosos y mezquinos,
orgullosos y desprevenidos, valerosos y acobardados, y etcétera. El amor nos
mira, como un padre que todos los caminos ha andado. Comprensivo, se muestra
clemente aunque no tengamos cuerpo ni espíritu suficiente para mantener el
aliento de la poesía. Y por eso, a pesar de los muebles, los libros, recuerdos
y cachivaches que íbamos acumulando para nuestra hoguera de despedida, de
alguna manera, más allá del desbrozar el presente, más allá de esa limpieza,
mientras se asumía, quedaba flotando, como enseñanza, una única certeza: el
amor sobrevive a todo eso. Y sólo el amor sabe dar los pasos más allá de las
lágrimas y los dientes apretados. El amor, con las ropas hechas jirones, sabe
darte pistas de que la máquina va a seguir funcionando, a pesar de que pusiste
toda tu ineptitud y sobreactuación para que se estropeara.
Todo
va a seguir adelante. Porque no somos más que visitantes en una posada que no
tiene puertas y cobija a todo el mundo. Y aprenderemos a reconducir el deseo,
aprenderemos a poner en otro nombre el mismo amor. Y ese debatirse, ese
negociar con lo que no sabemos, con lo que nos sobrepasa, con cuanto
encontramos de queja, dolor, iluminación, valor, determinación, todo ese
proceso de asunción de nuestros límites y valores verdaderos, todo ese esfuerzo
de sentirnos verdaderamente nacidos cada día, eso, y sólo eso, es vivir.
Me
duele imaginarte esperando de mi algo importante.
Es
bueno que sepas, de todos modos, que cuando pongo bonitas palabras, no hago más
que poner lacitos a mi ruina. Cuando pongo espinas no hago más que intentar
entender este tonto mundo banal y edulcorado, y con las cartas marcadas. Nada
es casual. Nada es fingido. Ya me sentí solo, estando en compañía.
La
casa crece hacia dentro, con todas esas cosas que no te voy a saber explicar.
No verás crecer las fachadas. No ocupará más suelo. No suben sus tejados ni se
multiplican las ventanas. Crecen los muros, en grosor, hacia dentro. El
espacio, pues, en las habitaciones, es más angosto. El frío es más profundo y
la voz más sorda. Verás la misma casa, con un jardín descuidado en el que la
maleza se emancipa, pero los muros son más fuertes. He empezado a tirar muebles
y adornos superfluos. Mi hospitalidad está intacta. A pesar de que son
bienvenidos los amores nuevos, que siempre son el mismo, en el interior sólo me
va quedando sitio para lo esencial.
.......el amor y el dolor están a la misma profundidad...alcanzamos uno y siempre le sigue el otro...es el bucle vital al que estamos abocados desde el inicio de los tiempos...uf! suena algo desolador pero no lo es, es la esencia para ir saciando el HAMBRE
ResponderEliminarEl cabron de Thomas Bernhard decía que ya todo nos paso, de una manera u otra, de camino a la escuela.
ResponderEliminarDinos por favor, querido Hambre, ¿cuales eran los apodos que te pusieron tus alumnos?