23 de junio de 2019

PENSÉ MAÑANA NO ME ACORDARÉ Y NO HABRÁ NADA QUE CONTAR


Te vi anoche, y creo que vi apenas un reflejo brumoso de mi corazón seco.
Te vi anoche, y creo que vi con desgana, sin miedo, qué queda de digno en el mundo cuando yo no soy valiente, cuando me siento vacío y derrotado y convencido tan sólo de que no tengo nada para dar.
Te vi anoche, y apenas te rocé sin querer pidiendo una cerveza. No hicimos por saludarnos, y más tarde, en un segundo eléctrico, rodeados de gente que gritaba, se encontraron nuestros ojos, y no hicieron nada.
Y en ese espesor de aire que nos separa, mirándonos a cada cual por separado, el reflejo de lo que queda de ti y de mi si te miro vacío y agotado, sin llevar ese amor con que nos vestimos de maravilla, para después desnudarnos lo más lento que podamos.



Jag.
22_6_19


.

20 de junio de 2019

EL MAL DOMESTICADO

La derrota es soez. Y quien me lo relacione con lo vulgar, seguro tiene la nevera surtida. Toallitas húmedas en la despensa, maneras de escapar de esta vida asfixiante. Yo estoy agotado, así, de entrada, de escribir siempre girando alrededor de más o menos lo mismo, desprovisto de cualquier atisbo de sentido, visión, destino, futuro. Vueltas y vueltas siempre alrededor de la obsesiva certeza de que aquí no va a pasarme nada. Que no tengo qué contar. A lo mejor o a lo peor puede que haya algo en mí que no funciona bien del todo. No sé. Pero conozco a alguna gente que no encaja. Y acabo de tomar café con uno que dice que no sabe cómo ser aquí. A veces me canso mortalmente de estar siempre cabalgando este pesado vivir desfallecido, inventándome mi poquito de ridícula luz propia como la que encuentran los funcionarios acomodados cuando se apuntan a un cursillo de clown. Luz para sobrevivir al presente asfixiante. Viajes al caliente trópico y volver para la cena. Sobrellevar el sinsentido, tener algo que contar y traer unos imanes guapos para la nevera. Ese color abrumado predominante en la radiante luminosidad de mi pueblo. Esa desgana de tener que limpiar el piso y la huerta. Y este desmayo irresoluto tan mío. Tan arrogante. Este lúcido desfallecer que me asegura que todo esto es un paso hacia lo que me corresponde.

Un paso hacia lo que merezca de una vez.

Soy un perdedor.

Soy el mal, domesticado.

Mañana, una lluvia de fuego caerá sin piedad sobre nuestro palacio. Dime que no habrá nada que nos oscurezca. Dime que nada va a hacer que nos sintamos derrotados sin remedio. Que nadie va a pensar, viéndonos en el suelo, que caímos temblorosos como pequeños animales aterrados que se ocultan al amparo de unas hierbecillas. Dime que algo parecido al amar temblaba agonizante en nuestros ojos, antes de que, escapándosenos una lágrima, diésemos todo por concluido. Dime que finalmente resistimos. Que nos mantuvimos hermosos y erguidos. Que la noche nos encontró limpios en nuestros nombres. Frescos en nuestros lechos, valientes nuestros corazones, todavía.

La sangre palpita, silenciosa y expectante, en mi cuello.

Un paso más hacia lo que me corresponde, te digo. Hacia el lugar y el momento en el que tantas y tantos desesperaron. Siempre más allá, con ímpetu desordenado. Siempre un poco de color imaginado para ese encuentro maravilloso en el que insisten los augures. Aunque ya todo esto me está pareciendo como muy viejo. Vaya pobre zopenco me he encargado de ir criando por dentro de mi piel de siempre, me digo. Al principio pensaba que había perdido la prisa, el empuje natural de la sangre por seguir vivo. Después parece que me rendí del todo al haberme mantenido ilusionado tanto tiempo, tanta promesa, tanta expectativa, tanta cosa que en realidad me inventaba. Ella quería saber de mí, y forzaba patéticas excusas, que me llenaban de ternura, para que fuera a darle un zapatazo a alguna de las paredes blancas de su casa. Nos tomamos en la calle un té cualquiera, y una especie de esperanza nos miraba con los ojos brillantitos, meneándonos el rabo. Todo era nuevo y prometedor y excitante como un caballo azul eléctrico que va evaporando las gotas de rocío de la hierba, mientras va haciendo una raya indeleble en el verdor de la pradera. Todo era nuevo y prometedor, y mientras hablábamos de cosas de paso, apoyados en la mesa del bar, no dejaba de tocarse distraídamente las tetas.

Y siempre, pobre maldito zopenco, me digo, ¿eres tú? No puedo estar seguro.

Tu brazo se abre un poco y deja la mano inerte, asomada al borde de la mesa. Como saliendo unos segundos a tomar el aire. Es sólo un momento. Tan sólo el tiempo justo para que yo esboce nuevamente cimientos de palacios en miradas despreocupadas, inmortales himnos del suspiro entrecortado. No me sonreías a mí. O sí.

Me sonreías porque forma parte de tu trabajo o de tu manera de ser. O en cualquier caso, me sonreías porque también sonreirías si no hubiera sido yo. O no. Sonreíste no tanto por mí, como porque de repente aparecí y te inspiré de pronto eso. Y quizá eso marcó el amplio intervalo en el que incluímos que con eso estamos peligrosamente cerca del punto en el que la gente normal se pone a fundar una familia funcional, una empresa próspera, una sociedad esperanzadora, un edificio imponente y amplio para llenarlo de gritos de gozo, en el que también caben los sentimientos elevados, los profundos, los innombrables; y quizá también el extremo opuesto en ese intervalo, el que nos asegura que en realidad no hay razón que se sostenga para que nadie, ni tú, ni yo, le echemos cuenta a esto. Quizá me sonreías a mí, en cualquiera de los casos, y realmente tú no eras tú, y ni tú ni yo lo sabíamos en ese momento. Quizá estabas viviendo un momento de rapto. De todos modos, cómo me insististe en aquellos tiempos. Cómo me sonsacaste. Cómo me fuiste preguntando hasta que todo en mi boca por dentro fue sabor de tu sangre. Cómo indagaste hasta verte escrita en algún capítulo de mi libro del deseo. Aunque con eso acabó tu ansia, a mí ya se me quedó dicho por dentro lo que fuera que mi parte de dentro pudiera decir de ti. Y ahí dejaste el higo aplastado en la silla, viendo cómo me descomponía. Respeté tu silencio cobarde y me tuve que inventar este ardor educado. Construí delante tuya una normalidad, aunque te sintiera viva en todo lo que respiraba, en lo que hacía de la mañana a la noche. Construí una nueva amabilidad teniendo tan presente tu sexo caliente, mordiéndose los labios en la oscuridad de su habitáculo de aglomerado. No me sonreías a mí. O sí.

Quizá sonreías por flaqueza. Por debilidad. Por algo ilógico y fugaz que te recordó alguna nostalgia de la carne, a algún burdo dolor taimado que se te emperraba escondido hasta ese momento. Y quizá entonces, pues eso. Sonreír para sobrevivir. Para hacer algo. Para descartar la posibilidad de morir de frialdad, y luego tener que recomponer cada mañana la tersura viva de la cara, animados los gestos, penosamente, hasta que llegue la mueca definitiva. Quizá esa sonrisa era también un rendirte al absurdo. Quizá de pronto una maravilla íntima en forma de explosión controlada de lucidez. Quizá de pronto no hacer nada porque sabes de pronto que en realidad no hay nada que hacer con esta vida imbécil. Quizá por eso sabes que cualquier día es estupendo para ser feliz. Porque también sabes que cualquier día es estupendo para saber que no hay nada que vaya a venir a salvarnos cuando todo se derrumba del todo. Y venga, sonreír. Qué daño puedo hacer o sentir tan simplemente sonriendo. Qué puedo ganar o perder. Habrá algo tan sencillo y profundo y comprometido y liviano y mendaz despreocupado como sonreír. Qué puede ser mejor o peor. Quizá también todo a la vez súbitamente, quizá eres débil o lista como un hilo de agua que encuentra sin pensar la pendiente, y se te improvisa en la cara una llamada inconsciente de oferta que parece un anuncio de socorro en la luz de la tarde que va perdiendo ardor. Quizá una flor destartalada color atemperado, que huele a amanecer temperatura de sudor, y pensar sin querer, él sabe que esto es así, y que yo soy posible. Y entonces una sonrisa un poco titubeante, confundida, mitad oye que estoy aquí, mitad por fin has llegado. Quizá el confundido soy yo, y he recibido tu sonrisa como la mano de quien acaricia mirando por la ventana.

Sonreír. Qué daño puedo hacer o sentir tan simplemente sonriendo, Qué puedo ganar o perder. Habrá algo tan complicado y superficial y pesado y veraz desentendido como sonreír. Qué puede ser mejor o peor. Quizá una última llamada de auxilio. Tan frágil. Tan amorosa y patética.

Y en este desmayo irresoluto, en este pobre color imaginado, ¿quién eras tú y quién era yo, en todos los casos, cuando aquel día tu sonrisa atravesó los cielos y vino a posarse en mi, como un pequeño estilete que al poco de clavarse tenuemente en la cáscara dura y tensa, desgaja en un crujido repentino y profundo la sandía, que se abre como una estrella de carne escondida en la piedra?

Y a pesar de todo lo que diga, ¿quiénes somos tú y yo, sin esa sonrisa tuya, que flota con un desalentado brillo puntual, entre nosotros?


Jag.
20_6_19


.

SOSEGADO


Como el dibujo de luz que tiembla en la mesa cuando acabo de dejar el vaso de agua que no voy a terminar de beber a esta hora de la tarde, cuando tú me miras, y sonríes, yo lo sé.
Jag.
10_6_19


.

11 de junio de 2019

VEN CUANDO PUEDAS

_Ven cuando puedas. Aquí todo se ha puesto a funcionar a cámara lenta. Veo cómo lentamente una maceta hace una estrella de tierra y geranio cuando cae al suelo desde la ventana. Lo veo casi antes que el grito de la vecina, la lectura de los vientos, la pausada certeza y confianza del suelo, que no se va, no.



_Ven cuando puedas. Estoy temiendo de veras que pienses que te lo pido. Poco a poco, los millonarios están confirmando los rumores, y ya te digo, todo se ha puesto a funcionar a cámara lenta. Veo cómo lentamente la gente se dirige, en paso pastoso, con mujeres, consejos, dragones y trabajos, hacia sus afanes, que no sé adivinarlos, pues no me los han contado o compartido anticipadamente.



_Todo se ha puesto a funcionar a cámara lenta. Apenas puedo ver más lentamente cómo yo mismo camino, sin mujeres, con dragones, con trabajos y consejos, sin saber adónde me dirijo. Veo cómo tengo un tiempo lento añadido para saber que el camino no me va a regalar la luz que yo no lleve. Un tiempo exasperado de saber que cuando caiga no acabaré hechecito un poema de estrella de tierra de geranio. Ya voy sabiendo que, haciendo cuentas, voy a tener, en lento, bastante más tiempo sin saber adónde he de dirigirme. Estoy temiendo de veras que pienses que te lo pido. Ven cuando puedas, que ahora me parece que vas a poder, o a querer, mucho más lentamente.

Jag.
11_6_19


.

3 de junio de 2019

EN REALIDAD ME PARECE QUE NO ES IMPORTANTE QUE UN DÍA DEJARA DE HACERME GRACIA EL CHISTE



Me está pareciendo a veces que a pesar de tu cálido esfuerzo por la empatía. Me está pareciendo que la mayor parte del tiempo tengo que tener extremos de prometer cosas, yo qué sé, de contestar cartas, pero no. Tú ya sabes de qué hebra sutil e irrompible está tejido mi humor. Que a veces se hace de la pelusa delicada que aterciopela en la tarde la piel visible de las hierbecillas del campo. Que se torna opaca en un suspiro de levante. Y ya. Tú ya sabes que a veces un puto agujero de luz que te mata de ceguera. A veces tú y yo risas porque sabemos de la miseria la alegría de que están hechas las cosas. A veces una hora diez minutos cuarenta y seis segundos de esperanza, nuevamente. Y otra vez a sorber ese caldo reconfortante que no sabe a nada. Tú lo sabes y no juegues conmigo a que no nos hemos dado cuenta. Y entonces, a pesar de que ya estoy prevenido de consignar tan torpemente lo que personalmente me atañe, ¿por qué tengo que lamentarme por el tiempo de las estúpidas reclamaciones de atención que no puedo sostener? Mírame. No debería moverme. Estoy aquí. Ni tan siquiera un mínimo cambio en la cadencia de la respiración. Ni un grado de temperatura en el pecho. Ni un milímetro de desvío en el paso. Y ahora a degüello. Sin descanso ni respiro. El mundo es algo blando que no podemos entender la gente. Es algo que nos contiene. No podemos verle la forma porque nosotras y nosotros somos el límite. Somos soberanamente imbéciles en lenguaje inclusivo de toda la vida, y le damos la espalda a una nube desecho gaseoso que ardiente se pierde ojo por ojo. A mí sólo me hace falta un suspiro un día que me digas que es que luego siempre se ponen muy pesados, para que yo acabe nadando tan llanamente solo en este lago de miel que a ti te hunde. A mí tan sólo me hace falta ese pequeño imperceptible aire de más en tu saludo para que una pequeña nube de polvo dibuje en tu casa un pañuelo blanco que te libera y despide de los últimos litros gramos metros de mi recuerdo. A qué viene entonces mira lo que me han dicho alguna gente que no conoces. A qué tanto protocolo y parsimonia para acabarme enseñando la desnuda mandíbula inferior de un cobaya o un hámster. Qué me importa realmente una cabrita blanca y marrón chupando el komorebi en una loseta. No te lo tomes tan a la tremenda. En otro tiempo, de haberme dibujado tus tetitas en el reverso de una hoja de papel arrugado, yo me las hubiera compuesto para salir recién duchado de mi sótano, para sacar para ti lo que de afectuoso tuviera el día, y decirte hermosa, que te haría un campo de trigo nevado justo en el centro húmedo de la divina majestad de tu corazón caliente. Sólo que ya he mandado a tomar porculo la primavera. Sólo que ya se me han gastado las dentelladas para tu desgracia. Se han acabado precipitando en el cajorro de una curva cerrada de azúcar cercenado. Tú me has visto las manos quietas y me da igual si no respiras. Me has visto la boca callada, los pies clavados, irresolutos, inocentes, perdidos de barro. Me está sobrando todo esto, y por qué me cuentas que tan raro duermes. A ver si te enteras por tus medios de que ya estoy cansado mortalmente de vivir en la pugna por mis sueños. No quiero negar que la gente apueste por la felicidad, por una bonanza inconstante o por el estúpido bienestar. Yo también me siento fatalmente equivocado en la orilla opuesta, pero no voy a aplaudirles. No voy a reservar con ellos habitación ni voy a compartir trecho. Ya me está sobrando todo esto. Ya está de más toda esta palabra ruidosa sin fe en la oración, sin vergüenza en la súplica ni pertinencia corrección en el verso. Supongo que todo esto se precipita en la desmayada tristeza sorda y silenciosa de después de un polvo sin amor ni emoción deseable, que se escapa hacia el desagüe de las cosas como son cuando nadie te ha prometido nada. Y ahora supongo que te soy demasiado opaco en tu insomne pérdida del camino hacia lo bello. Ahora soy quien menos ayuda si te hago ver que confundiste una curiosidad simple con el sentido verdadero de algunas cosas que te importan. Todo es tan sencillo. Desiste. Estás perdida. No tienes el color ni la talla de mi vacío inaguantable. Todo lo que a ti te atrae de mí, tan sólo es una capa fina de una decepción por haber vivido. Tan bella. Tan inútil. Una manera de juego etéreo que me envuelve y me abriga en mi camino torpe hacia el lógico encuentro con la básica reserva química y espiritual de la pestilente humanidad de oriente a nortesur y occidente viceversa. Un juego sutil, más por débil que por fino, más por frágil que por acertado, una capa que adorno de mortales bacilos que encuentro en ti y en mí, hechos de luz oscuridad para que todo acabe cambiando para bien, para siempre, que acabe plantando flores en los pechos derrotados y les inspire para salir al mundo con antorchas de amor regenerado, y que se hunda para renacer en sonrisa fértil todo lo que está siempre fuera del juego. Una capa, como te digo. Una capa que hago en su momento preciso, y que sin más se superpone a otra. A otra que a otra en otro momento a otra cubrió, a mi orden, en el desconcierto. A otra que en mi pasmo me ayudó me parecía. Y esa otra a otra que hice por mi vivir desnudo, aunque de vergüenza me cubría. Esa que me vistió y con el tiempo me desdijo. Esa que cubrió a otra que pretendió precederme y ante el mundo dejar mi huella digna con un compás que sereno yo quería. Una y otra capa sin apenas preguntarme qué pasó para que sin parar me sucedieran. Una y otra hasta hacerme este gordo pellejo que sin querer te lleva a engaño por quién soy yo, una y otra que me ocultan y me defienden de tu atención. De tus besos. Una capa tras otra, añadiendo un peso que apenas me deja resuello para ese extraño dolor. Una capa, recuerda. Una capa simple que te deja extasiada de novedad y cada vez de mí más y más lejos. Tú me ves aquí. Y estoy aquí. Aquí. Pero cuántos latidos, cuánto gemir erróneo te separa de entenderme. Cuánto le falta a este mundo respirarnos para que sepáis sin dolor que mi canción es mi único abrigo. Que es mi casa de colores, que quiere cobijar a todas y a todos, ciertamente, pero que ya no quiero vivir más en el sueño. Que no hay una puerta de abrir para que llames. No hay una habitación para que vengas con tus cosas, ni tan siquiera un pasillo para que con la cabeza descubierta, el corazón en la mano, te me acerques.


Jag.
3_6_19