23 de abril de 2011

Buscando los Pantone de tu piel morena.



No existe mejor lugar que un sitio cualquiera cuando tú estás bien.


Yo me puse muy valiente cuando dije que haría un texto para este título. Sonaba bien, y me despertaba posibilidades y matices que no quería dejar pasar. He aprendido que hay que aprovechar el momento, la ocasión. Y ésta lo era: la ocasión de participar con mi trabajo en cosas que empiezan. Alimentar iniciativas. Y aquí estoy.

Digo que me puse muy valiente porque escribir esto supone ciertos peligros que debo asumir. Y antes de entrar en materia, hay matices que tengo que aclarar.

Participo en esto porque hace falta color. Pienso que el panorama es monótono, aunque no por ello menos respetable. Participo para sumar.

Es inevitable que alguien se sienta ofendido. Es muy fácil, la ofensa. Cuando se da, tiene bajo su manto envidias, incomprensiones, malas conciencias, errores de interpretación y fallos en la intercomunicación. Intentar evitar esto, en este texto, es como iniciar un viaje y dedicar una maleta a vendajes y tiritas, a yodo y suturas. No es una opción. Aunque no de cualquier manera, ciertas cosas hay que decirlas, si pasa su momento, quedan por decir. No es justo, la vida se empobrece con ese hueco en sus contenidos.

En el XXXVII del Enquiridión, Epicteto dice:
“Si has asumido un papel por encima de tus posibilidades, habrás actuado de forma inadecuada y, a la vez, habrás desperdiciado la posibilidad de actuar correctamente”.

Me lo tomo como una seria advertencia, a la hora de ponerme con este texto.

Antes de nada, debo aclarar que este escrito no quiere representar a mis compañeros/as. Ni a sus ideas ni a sus discursos personales. Este texto es una aportación más al corpus del evento. No soy el abanderado de nada ni de nadie: si a lo largo del escrito, muchas ideas están redactadas en 1ª pers. pl. (nosotros) es por el simple recurso (tomado del redactar científico) de expresar las ideas desde, hacia y para una comunidad. Pretende reforzar y dotar al contenido de cierta resonancia “colectiva” y nada más. No he consensuado nada con nadie. Este texto tiene una pretensión exclusivamente literaria: expresa ideas que yo firmo, asumiendo las responsabilidades que puedan derivarse de su lectura. No pretendo censurar el trabajo de nadie, y si en este escrito se entendiera un menoscabo por opción o iniciativa alguna, acháquese a mi deficiente redacción. Mi pretensión es ayudar a construir, aunque soy consciente de que, como persona, me estoy construyendo sobre los cimientos de mi ignorancia. Escribo no por lo que sé, sino por lo que me falta por saber.

Notas, a cualquier edad, que eres demasiado joven cuando ves, en ti o cerca de ti, las señales de la muerte. Yo tengo que aprovechar este momento y poner lo que pueda en él, porque hace falta color. Y tengo que aprovechar los dientes mientras los tengo. Son especialmente valiosos. Para apretarlos y para sonreír.


Al final de todo, la única verdad es que ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta el qué ni el porqué de esta especie de efecto bola de nieve de secano. Yo no lo sé, pero aquí estamos, cada cual con su capacidad de ilusionarse en vacío, cada uno con su cierta desenvoltura ante lo incierto y lo indefinido. Nada está claro, pero aquí estamos… ¿Parecemos una pachanga multicolor? La verdad es que miro a mi alrededor y no veo interés por decidir un uniforme ni por consensuar un discurso ni un frente común. En nadie. Más bien creo que parecemos una orquesta afinándose y templando los instrumentos, antes de abrir las partituras, minutos antes de que aparezca el director. Con el público charlando y tosiendo despreocupadamente, mientras va encontrando su asiento. A lo mejor sonamos así siempre. Creo que en nuestro caso, el público puede seguir charlando y tosiendo: no hay asientos, creo que muchos de nosotros no seguiremos fielmente la partitura, algunos no la abrirán, otros ni siquiera la han traído, y, en todo caso, tampoco va a venir un director… No somos una panda de frívolos que viene a emplear ociosamente su tiempo y energía, pues fuera de aquí, cada uno de nosotros tiene infinidad de cosas por resolver, agujeros que tapar y cumbres por superar…

Ese ruido, que te llega como un rumor donde estés, somos nosotros. Nos unen palabras esbozadas y murmullos imperceptibles. No es sólida nuestra marca, es cierto, pero también nos une la delgada convicción de que nuestro amor por nuestros instrumentos te van a convertir nuestro ruido informe en canción.

Aunque no hacemos más que tañer, soplar, pulsar, rasguear, aporrear cada uno por su lado, pobres de nosotros, estamos aquí firmemente, buscando la parte carnal de tu leyenda, desafiando a los viajeros que volvían, apenados, sin haberte encontrado, enmendando a poetas y cantores que no te rozaron. En realidad, de entrada, no caben altos presupuestos ni largas jornadas de hambre, sed y sufrido penar en nuestros planes, pero venimos poniendo un pie delante del otro y distribuyendo el peso del cuerpo de atrás hacia delante: caminando. No es importante si no sabemos adónde. No venimos, de todas formas, a poner la guinda a una tarta que no llena ni alimenta, que no mancha ni sabe a nada. No venimos a hacer un pomposo espectáculo en medio del vacío. No venimos a cantar una canción innecesaria ni a construir casa de nadie. No nos llames artistas, no nos llames pompiers, míranos con comprensión, incluso con condescendencia, pues apenas somos un grupo de vividores inconscientes que casi sin querer han sacado fuerzas de flaqueza.


Un imposible tono de génesis.

No cabe en nuestros actos, en nuestras palabras, un aire de trascendencia ¿A quién íbamos a engañar? No venimos a contar nada. No venimos a reivindicar, ni a sustituir ni a demoler… Aunque esperamos que la mediocridad se hunda por su propio peso, no estamos en guerra abierta con la nuestra propia. Se hace lo que se puede… Aún así, tenemos que abrir los ojos al presente. Tenemos que llamar la atención sobre posibilidades que no se dan porque miramos ciertos aspectos de la vida diaria desde un agujero. El mundo no es de la forma de ese agujero, que nos encierra en su perspectiva, en su limitado encuadre.

El mundo tiene los límites que nosotros le damos, los que nos imponen, o peor aún, los que nos deslizan sin que nos demos cuenta. Me refiero, personalmente, a los límites que constriñen el “hecho cultural”. Sólo con estar tomando una caña y salir una conversación sobre libros, películas o cuadros, y ya hay gente que se tensa ante esos temas interesantes. Cambia la postura corporal, se fuerza el vocabulario y se condiciona el acento… hablar de temas relacionados con lo que a nivel usuario se llama “cultura” está subrayado en la vida diaria. O afloran los complejos o se saca pecho, o para tapar los complejos, o para airear información privilegiada. Es penoso que no hayamos acabado de instalar la cultura en la normalidad. Es penoso, aunque eso sería lo normal, el hacer de la cultura un hecho propio de la gente, que articulase su vida diaria.

En esa “vida diaria”, sé que todo el mundo está demasiado ocupado en llenar de contenido su propio vivir, como para andar preocupándose por cosas así. Esto hace que la cultura, o mejor dicho, lo que se dice que es cultura, su gestión y administración, tengan que estar en manos de ciertas voces autorizadas. Y no está mal que alguien asuma ciertas iniciativas y elabore sus propios contenidos “culturales”, pero pienso que el carácter (la redacción, la intencionalidad) de ciertos hechos culturales, el cómo se dirigen al público, por descuido o por cierta manía de airear el acervo, por simple autocomplacencia, el carácter de estos hechos culturales, digo, está delimitando, aislando y separando el hecho cultural (como idea) de la “vida diaria”. Y adelante, pues todo es respetable, no es cuestión de enjuiciar, pues todo construye, pero abramos los ojos un poco, y espabilemos TODOS. Pongamos nuestra opción.

A mi entender, la cultura no es una “elevación”, no es un “extra” elaborado por voces que se han autorizado a sí mismas, y dirigen su mensaje a sus seguidores y allegados. La cultura no es patrimonio de ninguna administración. No cabe en una oficina. No es para profesionales de la cultura ni sólo para iniciados. Es de todos y para todos. Pero falta color en el panorama. Falta conciencia e iniciativa.

Igual que hay gente que parece que sólo es religiosa en misa de 12, porque es la oportunidad de darse un paseíto con el visón y la capa española, igual hay gente que elabora y consume cierta idea de cultura para subrayarse ante el resto de la comunidad. No soy quién para juzgar ninguna opción, aunque debo decir que pienso que este enfoque “VIP” de la cultura, la convierte en un cenáculo, que aún manteniendo sus puertas abiertas para el resto de la comunidad, al final, sólo entran los socios: el grupo de gente que se siente cómodo en esa opción, sus allegados y los que, teniendo verdadero interés por la cultura, deben sobreponerse a la desubicación y extrañamiento que sienten en estos contextos, pero acuden porque no hay alternativa.

Echo de menos, repito, algo más de color en el panorama. Echo de menos algo más de iniciativa. Sangre en las venas. ¿Es que no hay nadie más con necesidades o, al menos, intereses relacionados con la expresión? Lo dudo ¿Es que falta gente con cualificación técnica, artística, literaria o de cualquiera de los campos de lo cultural? Lo dudo ¿Falta entonces capacidad de gestión-organización para articular nuevas opciones culturales? Lo dudo. Falta osadía para disentir abiertamente. Falta conciencia para saber que, sólo creyéndotelo, ya has iniciado una opción, que acabará cristalizando dándole continuidad al trabajo y resolviendo cuestiones meramente técnicas: si encuentras el calor inicial, el resto es así de frío. Falta desparpajo y autoestima para creer en la opción propia como alternativa a lo establecido. Falta entrenamiento personal en la capacidad de compromiso con el entorno social: en ciertos contextos, he constatado que muchos coincidimos en la “falta de color”, que se comparte el aburrimiento, pero nadie se mueve…

Y mientras, lo establecido sigue a sus anchas. Y por ausencia de otra opción, se encuentran sin crítica ni evaluación externa, con lo que las voces autorizadas se van convirtiendo, sin oposición, en voces exclusivas.

Al hilo del ejemplo de misa de 12, la cultura y la espiritualidad, son patrimonio básico de las personas y las sociedades. No son el acento ni la elevación: están en el contenido mismo de TODOS, en individualidad y en conjunto. Son un hecho íntimo que, formando base común, mantiene cohesionado al colectivo en su pluralidad. Con respecto a lo plural, no debemos (hacer) confundir “diferenciar” con “distanciar”. A veces ocurre que, en un ansia por afirmarnos, por definirnos a nosotros mismos, acabamos, sin saberlo, negando o excluyendo a otros. La espiritualidad, la cultura, recogen la expresión, el ansia íntima en un contexto integrador. Ante ciertas muestras e ideas –respetables, aunque muy particulares- de espiritualidad, de cultura (sobre todo en ausencia de voces críticas o alternativas), se llega a pensar que todo en religión es misa de 12 y todo en cultura es para VIPS. No. Igual que no son todos los que están, también hay que decir que no están todos los que son. Igual que un líder religioso no debería inmiscuírse en la espiritualidad de las personas, un pope cultural no puede decir que su opción es la cultura de una determinada comunidad. Los visones y capas españolas de misa de 12 alejan de la iglesia a muchas personas con sincera espiritualidad; y de la misma manera, he encontrado a mucha gente que, ante la sola mención de la palabra “cultura” se ponen en guardia: se encuentran incómodos en un terreno que sienten que les está vedado, porque lo identifican con pomposas grandilocuencias y discursos inaccesibles dirigidos a élites mentales. Esto es un empobrecimiento de la realidad. Con (mala) intención o sin ella, se está deslizando que la cultura es de los “profesionales de la cultura”, cuando en realidad es de toda la gente, y además, a nivel “usuario”, acaba calando la identificación entre creatividad y creación. Y no. En el lenguaje popular, creo que por falta de rigor en la definición, se llega a deducir que la creatividad es patrimonio exclusivo de los que se dedican a trabajos creativos, esto es, artistas, escritores, músicos, actores, programadores y profesionales de la cultura. No. Nos están encajonando en ideas que tienen más de cinco siglos de antigüedad. Y ya vale. Ya está bien de ese juego del despiste que nos vende que la creatividad es una VIRTUD, algo innato y privilegio de unos pocos escogidos por el Hado, por Dios o por los caprichos de la fortuna. Más y mejor construiríamos si pensáramos –si debatiésemos- acerca de la creatividad como una HABILIDAD VITAL que puede entrenarse y aprenderse por cualquier persona, con independencia de su profesión, formación y procedencia. En estos tiempos en que vemos retroceder las conquistas sociales, y los gobiernos y los bancos solicitan nuestra solidaridad (¡!), continuar con la idea de la creatividad como capacidad de unos pocos, me parece una tendenciosa y lamentable omisión.

Hace falta que todo el mundo crea en su creatividad.

Y todo es respetable, todo intento es valioso. Todo enfoque de la cultura está sumando. Saber quiénes somos y de dónde venimos, saber de qué estamos hechos, loable. Incluso desempolvar y sacar a la luz pública viejos archivos privados, publicar imágenes de nuestro patrimonio y defender el orgullo de nuestro linaje… Está bien prestar atención a la parte complaciente de nuestro modo de vida. Pero, con todo respeto, no todo el pasado es “linaje” y digno de orgullo. No todos los modos de vida quedarían bonitos en la vida cultural de misa de 12. No todos los pasados son esplendorosos, ni amables, ni fáciles de recordar. No son interesantes según para quién. Y claro, no salen en las fotos, no llegan a las exposiciones ni a los libros. Se mantienen en la oscuridad. No son cultura. Pero… también somos eso ¿no? También venimos de ahí ¿no? También estamos hechos de eso, aunque no nos sea cómodo mencionarlo, aunque nos lo tapemos como se tapa un antojo. También construiríamos el futuro con lo que arrinconamos en la oscuridad. La del pasado y la del presente.

Y mientras tanto, arrellanados en el sillón, desempolvamos nuestro pasado amable, trayendo al presente sus visiones como de cuadrito de salón, y nos cuelan tanto amor de señorito por los aromas de azahar de la huerta, la pureza del manantial y las sonrisas de las gentes sencillas, disfrazando de amabilidad el hambre, la ignorancia, la desnudez del cuerpo y el desamparo del alma, disfrazándolas de pintura, presentándolas como portentosas postalitas hechas con vigorosas pinceladas que captan la luz y el alma de nuestra tierra, con juegos de manos nos las presentan como valiosos testimonios de nuestro pasado, obviando la intención, la necesidad de destilar qué enseñanza podíamos haber sacado de ellas. Y mientras la cultura de misa de 12 está paseando sus añejos perfumes calle arriba calle abajo, gastando suelas, el PRESENTE ya está aquí. Cada día. No lo vemos, porque está ocupado, pateando calle arriba calle abajo, de la hipoteca al alquiler, de la precariedad al autoempleo, de la subvención a la recualificación, pasando por frecuentes descansos en casa de los padres. Sí, el presente está aquí, ya, y aunque parece que la cultura no lo ha visto, el presente también es quiénes somos y de dónde venimos. También es a dónde vamos. Creo que también tiene algo que decir.

En fin, cada cual se las acaba buscando. María os bendice a tope, y Aleluya, cada uno con la suya.

Yo creo que:
1. queremos divertirnos,
2. no queremos que nos fotografíen colgando nuestra banderita en un balcón: no queremos impacto mediático ni estar de moda,
3. somos indagadores puros, en nuestros corazones no hay lugar para el fingimiento ni la afectación: no tenemos segundas intenciones,
4. nuestra candidez nos defiende de la sobreactuación, nuestra inseguridad es un escudo contra el envanecimiento,
5. queremos amor verdadero, no del que va del me gusta al ya no me gusta con un solo clic, por tanto,

puede decirse que estamos perdidos y suficientemente indefinidos, y aunque no sabemos cómo ni para qué, aquí nos tienes: Buscando los Pantone de tu piel morena.


Un patético ardor.

Si escarbamos y llegamos a la base, si dejamos de lado detalles, juicios y eventualidades, lo que diferencia al ser humano del resto del paisaje orgánico e inorgánico, es nuestra ansia de autoconciencia, que acaba abocándonos a una ilusión de control.

Diseñamos constantemente artefactos técnicos, estrategias mentales y sensoriales para definir nuestro papel en lo que nos rodea y contiene. Si olvidamos los detalles, las diferentes religiones, modos económicos y tentativas políticas, científicas, artísticas y filosóficas parten de una misma necesidad, podemos decir, y desembocan en una macrofinalidad común. Cuando manejamos la métrica, los quanta y la sección d’or, cuando inventamos el canon praxiteliano, los semiconductores, cuando observamos las leyes de la termodinámica, cuando aplicamos el efecto Venturi, cuando conceptuamos el expresionismo abstracto, la abstracción lírica y la economía de mercado, el Dogma, el dodecafonismo, la estadística y cualquier otra ocurrencia que haya acuñado ser humano alguno en horario laboral o pajeando la mente en su tiempo libre, a lo largo, ancho y profundo de la historia de nuestra pertinaz plaga bípeda, pasando del raciocinio sin reservas a la irracionalidad con todos los grados intermedios, guiados por el impulso de la pasión más voraz e incendiaria o por el más quietista de los análisis, asumiendo cualquiera de las opciones, realizando en cierta manera la más alta expresión de la concordia, pues todo acaba teniendo su lugar en este infinito mundo paralelo que creamos con todos nuestros intentos, cuando cualquiera de nosotros, en cualquier época, contexto, tono, volumen, estilo o dialecto ha elaborado, rebatido, demostrado, cantado, construido algo que intentaba aportar algo a cualquiera de los campos de lo humano (si salvamos, digo, los detalles meramente superficiales) el único plan que ha tenido, consciente o inconscientemente, ha sido, en primera instancia, explicar o conocer o emular o controlar la Naturaleza (por extensión, la propia naturaleza del Hombre), y en una segunda instancia, intentar aportar una idea decente acerca de cual es nuestro papel en lo que llamamos “vida”, y por consiguiente, construir una explicación científica o emocional satisfactoria, acerca de qué es y qué sentido tiene, o al menos, elaborar estrategias evasivo-paliativas alrededor de la pregunta común en todas las épocas, lenguas y extracciones sociales de: “¿Para qué carajo nacemos si hemos de morir?”

Y es tan urgente la búsqueda de esa respuesta, que sin remedio, se nos escapa un cierto deje de ansiedad. Esa pregunta es la que realmente nos iguala a todos, es la verdadera base común del ser humano (¿por qué no la ponen con azulejos o neones en la entrada de los colegios o en las cabeceras de las camas o de las Declaraciones Universales de cualquier cosa?). Y también parecemos igualados en que no sirve cualquier respuesta. No admitiríamos apresuramiento alguno en este punto, tenemos tan arraigada esa pregunta… Podemos decir que se acaba instalando en nosotros una cierta ansia de exactitud, de precisión. Queremos algo que sirva, y ya, que la vida pasa… Los que queremos respuestas, queremos que nos sirvan… En nuestra redacción se traslucen nuestros modos y nuestros anhelos ocultos: como decíamos antes, inventamos artefactos que nos acerquen a la verdad, y que nos sirvan, esto es, que esas verdades estén a nuestro servicio, que nos satisfagan sin trastocar la imagen que tenemos de nosotros mismos como cúspides de la pirámide universal. En fin, las verdades que buscamos se escriben en multitud de estilos e idiomas, pero siempre las leemos en términos humanos, nos obstinamos en ver el universo como un cortijo antropocéntrico. Eso nos lleva al ansia por la exactitud. La ciencia, el arte, la religión, la economía, la política y el infinito etcétera de enfoques desde los que abordar LA GRAN PREGUNTA, tienen como campo de actuación el saber quiénes somos (el ser humano) y cómo es nuestro cortijo (el Universo). Esa ansia por la exactitud ha dado lugar a la sucesión de teorías elogiadas que acabaron siendo refutadas por un nuevo enfoque, que resultó estar más acorde con la percepción del momento, y esas que nacieron verdades y envejecieron como errores componen el cuerpo de lo que llamamos ciencia, religión, arte… Siempre, mirándolo todo, mirándonos a nosotros mismos, persiguiendo acuñar en una fórmula o en una frase el espíritu del tiempo que nos ha tocado. Pero los esfuerzos, no por honestos han de ser acertados. Porque, incluso considerando que los campos del conocimiento puedan constituir lecturas localizadas en el momento en que se realizan o emiten, aunque admitamos que la definición del espíritu de los tiempos pueda ser la suma y sucesión de catas que –necesariamente- han de considerarse parciales, fallamos, creo, en nuestra ansia de exactitud. Porque, ¿cómo podemos definir con un número (teorema, enunciado, ley, opción) algo que está formando parte de un universo en expansión/contracción? No podemos. Y pretender que la medición o definición van a tener un viso de exactitud no sólo es inadecuado e impertinente: es PATÉTICO.

(ATENCIÓN, Wiki Sapiens: Con el objetivo de no gravar en exceso este escrito, los tecnicismos no serán explicados, ni las citas anotadas. Sugerimos al lector profano interesado que consulte dichos términos, por ejemplo, en la Wikipedia, o mejor, pregunte directamente a personas con formación en Artes Plásticas y Diseño.)

El mundo (la realidad) no es vectorial, en mi opinión personal. Es un esfuerzo penoso, una condena al fracaso el identificar sus cualidades con un número (una cantidad o una cualidad estable) o con un área o volumen con contornos puramente delimitados (vectorizados). Aún así, insistimos y tenemos en mente estrategias que tienden a soluciones “vectoriales”… Preguntamos al tocino para hallar la velocidad. Y viceversa. Un desastre. Y es que las condiciones en las que nos ponemos a “solucionar” pues ya son lo bastante penosas, la verdad. De entrada, priorizamos un acceso a la realidad a través de nuestros sentidos. ERROR. Según la teoría del Big Bang (Wiki Sapiens, ¡colabora y amplía!), nosotros, el conjunto de átomos que llamamos “nosotros”, junto con el resto de átomos del universo, seríamos el fruto de una explosión primigenia que, según los científicos ahora está en expansión… ¿Y qué medición haríamos de un sistema en expansión? Aparte ¿qué estaríamos midiendo? ¿qué nos diferencia a “nosotros” del resto de átomos que se disgrega con el gran bombazo? Bueno, NADA. Llegan también las conclusiones del Principio de Incertidumbre, de Heisenberg: el átomo no es algo concreto, sino una tendencia que unas veces se comporta como una especie de mini sistema solar con el núcleo en el centro y los electrones girando alrededor, y otras veces funciona como un conjunto de ondas que vibran a cierta frecuencia, y el cambio de una cualidad a otra viene dado por la presencia del observador. De otro modo: somos un sistema energético con “actitud de observar”, estamos inmersos en un macrocosmos energético y nuestra actitud está influyendo en ese macrocosmos. Diríamos que:

1. No podemos medir fiablemente la realidad si no tomamos conciencia de que no tenemos perspectiva: formamos parte consubstancial de ella,
2. No podemos medir la realidad porque nuestra intención de observar está cambiando EN DIRECTO los resultados de nuestra medición.

Así, olvídate de soluciones vectoriales. Los budistas dicen que las pasiones nos ciegan y los sentidos nos engañan. Calderón, que la vida es sueño. Los cristianos, que esto es un valle de lágrimas, y ante eso… ¿cómo vamos a valorar la realidad en términos vectoriales, si tenemos los ojos anegados? Imposible determinar un contorno nítido, con un mínimo acercamiento a la exactitud, con esta precisión de miope recién salido de la ducha… Por no decir que si valorara Heisenberg, estaríamos proyectando un mundo forzosamente nebuloso y triste. Con esta perspectiva tan borrosa en lo físico-perceptivo y tan condicionada por lo emocional, cada vez me parece más imposible describir o acercarse a la realidad con una intención, digamos, global, que dé una conclusión satisfactoria… pero ¿podríamos pasar de observar en conjunto a acercarnos a las particularidades que componen ese conjunto, para saber, a través de la suma de sus momentos/estados particulares QUÉ ES ese conjunto, o CÓMO FUNCIONA?

¿Es la realidad un mapa de bits?

Heisenberg dice que nos relajemos: si el observador influye siempre sobre el objeto observado ¿qué ocurriría si nuestro método fuese acercarnos a la realidad “bit a bit” y sumando los sucesivos análisis, elaborar un resultado? Si en cada análisis particular estamos influyendo hasta inducir a error ¿no estaremos, de este modo, persiguiendo una suma de errores? Además, creo que se plantearía una situación parecida a la del cuento del cartógrafo de Borges (creo que está en “El Aleph”): un rey quiere llegar a conocer con exactitud su reino. Para ello encarga a su cartógrafo (o a un grupo de ellos, no recuerdo exactamente) que elabore un mapa lo más detallado posible del reino. Al final, el cartógrafo se esmera tanto por detallar, es tan exhaustivo su mapa que acaba superponiéndose al reino, cubriéndolo.

Sólo cosecharemos decepción, en cualquiera de las opciones. Y sin embargo… pensando en un mapa de bits en expansión, si asociamos esa idea a tu extensión inexplorada, ¿qué importa el arduo trabajo, la meta imposible, si el trabajo en sí es gratificante? ¿qué importa la promesa de un previsible fracaso cuando el indagador deja conscientemente desdibujadas las pretensiones de su indagación? ¿Acaso no sería el placer por indagar una finalidad digna y completa? Estamos hablando de tu piel morena… ¿quién va a hacer cuenta del tiempo o de la energía en esta búsqueda? ¿quién hará presupuesto del aliento de su corazón y dirá aquí acaban mis ansias, hasta aquí llega mi amor por el saber de qué está hecha tu piel? Y si esta piel está en expansión, con el universo ¿acaso lo que tiene de promesa y de misterio, lo que tiene de indeterminado, de indefinible e ingobernable no merece que sus indagadores –junto con la piel, con el universo- expandan sus capacidades a la par de su empresa? No es con dolor por nuestras limitaciones como se han de superar nuestras debilidades. Nuestra falta de discurso se acompaña con la incapacidad de encontrar un método fiable. Pero vamos. Estamos bien en la búsqueda. Y ese sabor a derrota ya es un bálsamo contra la vanidad y la afectación, ya prepara nuestros ojos y nuestros pies en la humildad para habituarnos a caminar entre ruinas. Si saber acerca de tu piel morena es trabajar en un interminable mapa de bits, vamos a esforzarnos en la máxima resolución que den nuestros corazones, y porque no somos turistas, vamos a buscar casa y respuesta en cada uno de tus bits, y que nuestro conocimiento acerca de tu verdad llegue donde pueda. No nos importa ganar ni perder, pues ya nos alimenta que nuestra sola indagación nos está haciendo más bellos, y además, aporta nuevas dimensiones a tu piel morena.


A quién amas, a qué amas, es un material que construye quien eres.


Para que veas,
tengo lunes tengo martes y de miércoles a domingo
ropa de trabajar que es también la ropa de fiesta
lágrimas para la felicidad, sonrisas para la muerte
aparatos virados cuerpo de baile
y corazón de refugio que te dan la mano
tengo tino localizado
talento compostura descontrol afilado
trabajo en la virtud y hago extras en el canto hermoso
tengo verbo guapo en la raíz
y palabras para que se las lleve el viento.
Todo esto
todo lo que me encuentres en los bolsillos
es para ti sola
por guapa, por limpia, por calladita
por tu lucidez tu desorientación
por mirar las cosas a los ojos
porque no me escuchas y hablas más que siete
porque no eres de abrazarse a uno mientras te hartas de besar a otro.
Yo voy a hacer por saber de qué te me escondes
yo voy a hacer por saber por qué te me escurres sonriendo, culebrilla.
Mientras tú te explicas o yo lo entiendo,
mis premios mis fracasos
mis cumbres mis cimientos en la cuneta
mi nevera llena de intentos
todo eso, para que veas
es para ti.
Para siempre, por el momento.


Cioran dice que la infelicidad es el estado poético por excelencia.

¿Podríamos añadir la insatisfacción, a modo de infelicidad de juguete, como precipitadora de un estado poético en el ser humano? Porque puede que desencadenar una indagación de corte poético sea la única forma de acercarnos a ciertas verdades, visto lo visto, en este mundo en expansión. Si partimos de cierta insatisfacción (o desidia, aburrimiento, melancolía, incapacidad, desesperación, incluso) y no encontramos sentido o tino o ganas o fuerzas o tiempo o convicción para elaborar discurso común; si además de haber encontrado que tampoco tenemos método fiable, si casi intuimos que no solucionaremos nada por este camino… si continuamos, pese a todo, ignorando la señal del imposible ¿no será que en realidad no importa tanto un resultado positivo como una buena marcha hacia una lejana utopía? Seguramente, tu horizonte, que se nos diluye, no pueda entrar en una descripción vectorial, seguramente tu mapa de bits, que se expande hacia quién sabe dónde, sin descanso ni objetivo que no sea el de crecer y conquistar espacios al capricho de tu ímpetu por vivir, seguramente, digo, tu mapa de bits sea inalcanzable, inabarcable para nosotros. Es probable que ni viviendo varias vidas cada uno de nosotros, logremos acercarnos al misterio que anima el secreto latir de tu piel morena, el que agita nuestros corazones y excita nuestros resuellos. Visto así, nuestra búsqueda está condenada al fracaso. Pero ¿por qué no dejamos el secreto de tus latidos como una de las grandes promesas que el hombre ha ido proyectando en el horizonte, una de esas medicinas inalcanzables que ya empiezan a curarle a uno en cuanto empieza a dirigirse hacia ella? ¿Por qué no nos centramos en el latido de nuestros propios corazones mientras te pensamos? No hace falta mucho más, en honor a la verdad, para que nuestra búsqueda sea digna a nuestros ojos. Somos bellos porque vamos en tu busca. Poco importa si vamos a lomos de la infelicidad hacia el imposible, sobre todo si pensamos en ti, en los colores de la piel de tu corazón. Eso nos hace latir en buena ventura. Perderemos, pero estaremos tras la pista de nuestra propia dignidad, y si caemos, habremos caído definiendo nuestro deseo, conciliando nuestras imaginaciones con nuestras experiencias para acabar creyendo en algo, y una vez en ese punto, habremos acabado ganando algo: el ensanche de nuestras posibilidades, la ilusión por nuestras expectativas, el olvido del vacuo desaliento, la ruptura con el conformismo, la despedida de la vulgaridad y la bienvenida a un entusiasmo que, antes de haber pensado siquiera en tu piel morena, no existía. Pensándolo mejor, no podemos perder, y nuestra hipotética caída, en medio de ese entusiasmo, no sería tal.

No somos pequeños ni grandes cuando somos exigentes: tenemos que pedir cosas a la vida. Tenemos que exigir en voz alta, que nos oigan, que nos oigamos a nosotros mismos y nos veamos comprometidos a renovar esa exigencia. La vida nuestra, la vida de los demás, crece con todo lo que echamos en falta y salimos a buscar. El cuerpo, el corazón, el espíritu se expanden para encontrar lo que no tienen. Hemos pasado todos los estados de la horizontalidad hasta el Wiki-Sapiens, no por lo que conseguimos, sino por lo que necesitamos. La necesidad es el motor.

Adelante pues, venimos a pedir. Sí, PEDIR, y que truenen los estamentos de la normalidad: exigimos la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Pero no nos referimos a comer dos, tres veces, andar por la calle a salvo de burlas, vejaciones e indignidades, no, no nos referimos sólo a beber y reír y dormir bajo techo decente y seguro. No nos referimos a llenar la barriga, no, queremos llenar el corazón, la cabeza. Y no queremos llenarlos con migajas ni con cuadraturas del presupuesto. Venimos a pedir, ¿pero a quién? ¿Quién tiene talla, quién el criterio efectivo para alzar la luz y dibujar nuestro camino, el que resolverá nuestros amores incompletos, nuestras frustraciones? Nadie ¿Quién alzará el dedo que señale el fin último de nuestros conflictos, la clave para solucionar la perpetua hambruna? Nadie ¿A quién vamos a oírle la voz con la garantía de que nuestra vida va a mejorar? ¿A Dios? No nos debe favores, y bastante hace con existir en el más remoto recoveco de nuestras tormentas. Somos NOSOTROS los que tenemos que levantar y hacer avanzar la luz del día. Nosotros, que tenemos como mínimo el empuje de la ignorancia, nosotros, que somos apenas una prometedora mezcla de ingenuidad y desvergüenza, nosotros vamos a ir poniendo las piedras que encontremos, nosotros, que apenas llevamos lo que somos, vamos a cruzar hasta la otra orilla. Seguramente llegaremos mojados y maltrechos, pero nunca frustrados ni decepcionados: a lo mejor, al llegar allí, sólo nos vemos a nosotros mismos en el otro lado, pero como mínimo desde aquel lado se ve este, y después del reto, después de los avatares que implique cruzar, podemos mirar hacia aquí, hacia las palabras y los hechos de hoy. Veremos nuestros aciertos y equivocaciones, iluminaciones y patinazos, nacimientos, catástrofes, veremos las energías que se gastaron y las que encontramos o tuvimos que improvisar. Todo estará bien, pues aunque sólo haya más de lo mismo al otro lado, a ese pobre resumen le hemos adjuntado necesidad, decisión, acción, experiencia y conclusión. Y así es como avanza un universo en expansión.


Otra vez Cioran: El sol nos enajena, pues al mostrarnos el mundo nos liga a sus mentiras.


Mira con ojos más inquisitivos lo que ves todos los días. Haz preguntas a las cosas, sé exigente. Eso que ves es “la normalidad”. Mira como si a fuerza de mirar, te salieran rayos X de los ojos, y lo cotidiano pudiera transparentarse. Si das con ese mirar afilado, que más que un mirar es un ver, si ahora, en esa normalidad que se transparenta ante tus ojos, encuentras cosas que no veías antes, si encuentras que ves de forma distinta lo que sí veías antes, pregúntate cada día si te gusta lo que ves.
El siguiente paso es preguntarte cuál es tu papel en todo eso que ves.
¿En qué puedes ayudar para que lo que (en tu opinión) no está bien dentro de la normalidad sea corregido?
¿En qué puedes ayudar para que las cosas buenas (positivas, constructivas, al menos) de la normalidad sigan adelante?
Así, al ver que puedes meter mano en ello, verás que esa normalidad que veías antes como un decorado a tu alrededor, en realidad, no es nada distinto a ti. Estás dentro de ella y ella está dentro de ti. Y esto no excluye a los demás. Todos somos parte de un mismo caldo.
Esfuérzate en eso, y con consciencia, lleva adelante la realidad, con tus palabras y con tus hechos. Ayuda, si puedes, a abrir los ojos a otros, pues toda ayuda mejora el sabor de la normalidad.
Con este esfuerzo, con esta consciencia de que todo es todo, dejarás de ser, en esta vida, un actor del montón, cuyo único y aburrido texto es preguntarse por qué a mí en las duras y regocijarse en el me lo merezco en las maduras.


Entre la percepción desapasionada (aunque condicionada por nuestros prejuicios y las limitaciones de nuestros sentidos) de un objeto real, y la proyección de nuestras emociones (sueños, deseos, anhelos profundos) sobre un objeto imaginario, nuestra mente (me refiero a nosotros, aunque seamos mucho más que nuestra mente, en realidad) no sabría decir cual de las dos opciones es la más real. En el caso del objeto real, un exceso o un déficit nos lleva a una valoración parcial y confusa de la realidad. En el caso del objeto imaginario, el deseo, la emoción, constituyen un motor y una directriz para escenificar, en nuestra mente, nuestros anhelos y necesidades.
Puestos a vivir, forzosamente, en un ilusión de realidad a la que nuestra mente puede acceder, supongo que, personalmente, por abierta y constructiva, me encuentro mejor en la imaginación.


Estamos peligrosamente habituados al “si no lo veo, no lo creo”. Por un lado, consideramos “real” sólo lo tangible, y apartamos de la realidad lo potencial; por otro lado, nos dejamos caer en la pasividad si esperamos a “ver” para “creer” en algo. Y entonces, ¿cómo avanzan las cosas? ¿Quién debe ponerlas ante nuestros ojos?

Podemos invertir el orden, buscando evolución y crecimiento. “Si no lo creo, no lo veo”. Y ya en esta formulación se encuentran nuevos sentidos. Creemos antes de ver, y creamos para ver. La fe no espera pruebas y emprende el camino antes de que esas pruebas den señales de existencia. El ímpetu creador tampoco entiende la espera, la pasividad: sale a hacer crecer las potencialidades.

Así, si dentro de nuestro ímpetu sin discurso conseguimos proyectar nuestra fe, si logramos sentir que somos pequeñas tazas de ese caldo que se esparce por el espacio y que compone el universo ¿qué nos limita entonces?

La imaginación no ocupa lugar, entonces, ¿por qué no atrevernos a tareas imposibles? ¿por qué no dibujar descabellados planes utópicos? Si hacemos el presente con desánimo o frivolidad o escapismo o simple tristeza, ¿qué futuro hemos empezado a construir? Vamos a tomarnos en serio nuestra fe, vamos a poner amor en lo que somos, en lo que queremos, y vamos a dejar preñado el presente con la convicción de la fuerza creadora de nuestra imaginación. El futuro va a tener nuestros ojos.


Liebres adelantadas por tortugas.

Es estúpido, desde el lado racional del entendimiento, intentar saber acerca de los Pantone de tu piel morena ¿pero quién puede abordar el amor, los frutos de la imaginación desde un lado racional? Te estamos persiguiendo ciegamente, porque buscarte, encomendarnos a tu imposible, es nuestra posibilidad de sortear la indolencia y el conformismo. Por eso, mientras más lejos estés, mejor, mayor alegría en el camino; cuanto más esquiva te muestres, más sutileza entenderán los ojos de nuestros corazones. Más fe. Más imaginación. No puedes esconderte, porque ya estás en nosotros. Y no importa si desde cierta óptica estamos condenados al fracaso: eso nos adorna.

Nosotros queremos el Pantone de cada color local en tu piel morena. No importa si va cambiando ¿no os da un poco de miedo el llegar a algo definitivo, que lo limita y constriñe todo? Es verdad que a partir de algo definido empezamos a entendernos, a construir, al menos en el contexto de un armazón lógico, pero también perdemos intensidad cuando se cierran las búsquedas. Con la conquista de una nueva cima, viene el descanso y el descenso. El retorno, el confort. Nietzsche dijo algo así como que los triunfadores acaban perdiendo los ingredientes que les llevaron al triunfo. No sé si hablaba de “ganadores” o “vencedores” o yó-qué-sé, pero seguro que entraban en el campo semántico de los que van de sobrados con razón. Los vencedores se adormecen en la suficiencia embriagada de sus conquistas. Tienden hacia la pasividad. Acaban siendo liebres adelantadas por tortugas.

“Una vieja royó un pino porque estaba de contino”. Más agilidad, por favor. Más indefinición. Más diversidad, menos seguridad. Más miopía. Para tener que mirar las cosas una a una, más de cerca. Con compromiso. Con humildad científica. Con admiración, con veneración, con curiosidad. Todo ello es necesario. Tenemos que prolongar el esfuerzo y forzar la renovación constante de la actividad, que tiende a la inactividad si no la alimentamos

1. con una razonable pasión desenfrenada en presente continuo,
2. con la interna convicción de una lúcida solución esbozada en un horizonte muy lejano.

Así, sabiendo que tu piel no tiene límites, sabiendo que no dejarás de buscar refugio en lo eventual, en lo contingente, aquí estamos, poniendo la herramienta cuentagotas en tu amado, en tu intuido mapa de bits en constante evasión. Sabemos que en invierno, te sentarás en una recachita y equivocarás todas nuestras mediciones, culebrilla. Sabemos que con sólo aparecer ya te estamos condicionando, que con sólo mirarte de cerca, en silencio, un ligero estremecimiento lo cambiará todo, sabemos que todo lo que pusimos de ciencia cierta en nuestros besos va a volver al abismo oscuro, a la ignorancia. Y se nos volverá a escapar tu piel morena…

Pero déjanos cuidar tu hambre, velar tu reposo, déjanos beber tus lágrimas. Tus volúmenes, confía, déjalos en nuestras manos. Mientras resplandezca nuestro cuenco dorado, mientras un cordón de plata se mantenga vivo en nuestros alientos, el pulso no desfallecerá. Quizá nos desprecies, relativices y ridiculices, sí, pero nada nos va a quitar la belleza de habernos encontrado, marchando juntos en tu busca. Nada apagará la humilde luz de tu contacto. Nos habrás mirado apenas un segundo, pero en nuestra alma va a mantenerse imborrable el habernos hecho dignos merecedores de tu incomparable gesto de desdén.


“Buscando los Pantone de tu piel morena”. Es el texto de presentación del evento del mismo nombre, (Exposición colectiva + Ciclo de conciertos) celebrado en Coín (Málaga) en Abril-Mayo 2011.

13 de abril de 2011

Texto Pantone 9.

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Entre la percepción desapasionada (aunque condicionada por nuestros prejuicios y las limitaciones de nuestros sentidos) de un objeto real, y la proyección de nuestras emociones (sueños, deseos, anhelos profundos) sobre un objeto imaginario, nuestra mente (me refiero a nosotros, aunque seamos mucho más que nuestra mente, en realidad) no sabría decir cual de las dos opciones es la más real. En el caso del objeto real, un exceso o un déficit nos lleva a una valoración parcial y confusa de la realidad. En el caso del objeto imaginario, el deseo, la emoción, constituyen un motor y una directriz para escenificar, en nuestra mente, nuestros anhelos y necesidades.

Puestos a vivir, forzosamente, en un ilusión de realidad a la que nuestra mente puede acceder, supongo que, personalmente, por abierta y constructiva, me encuentro mejor en la imaginación.


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Texto Pantone 8.

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Mira con ojos más inquisitivos lo que ves todos los días. Haz preguntas a las cosas, sé exigente. Eso que ves es “la normalidad”. Mira como si a fuerza de mirar, te salieran rayos X de los ojos, y lo cotidiano pudiera transparentarse. Si das con ese mirar afilado, que más que un mirar es un ver, si ahora, en esa normalidad que se transparenta ante tus ojos, encuentras cosas que no veías antes, si encuentras que ves de forma distinta lo que sí veías antes, pregúntate cada día si te gusta lo que ves.

El siguiente paso es preguntarte cuál es tu papel en todo eso que ves.

¿En qué puedes ayudar para que lo que (en tu opinión) no está bien dentro de la normalidad sea corregido?

¿En qué puedes ayudar para que las cosas buenas (positivas, constructivas, al menos) de la normalidad sigan adelante?

Así, al ver que puedes meter mano en ello, verás que esa normalidad que veías antes como un decorado a tu alrededor, en realidad, no es nada distinto a ti. Estás dentro de ella y ella está dentro de ti. Y esto no excluye a los demás. Todos somos parte de un mismo caldo.

Esfuérzate en eso, y con consciencia, lleva adelante la realidad, con tus palabras y con tus hechos. Ayuda, si puedes, a abrir los ojos a otros, pues toda ayuda mejora el sabor de la normalidad.

Con este esfuerzo, con esta consciencia de que todo es todo, dejarás de ser, en esta vida, un actor del montón, cuyo único y aburrido texto es preguntarse por qué a mí en las duras y regocijarse en el me lo merezco en las maduras.


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Texto Pantone 7.

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(…)tenemos que abrir los ojos al presente. Tenemos que llamar la atención sobre posibilidades que no se dan porque miramos ciertos aspectos de la vida diaria desde un agujero. El mundo no es de la forma de ese agujero, que nos encierra en su perspectiva, en su limitado encuadre.

El mundo tiene los límites que nosotros le damos, los que nos imponen, o peor aún, los que nos deslizan sin que nos demos cuenta. Me refiero, personalmente, a los límites que constriñen el “hecho cultural”.(…)

Texto Pantone 6.

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(…)Mi pretensión es ayudar a construir, aunque soy consciente de que, como persona, me estoy construyendo sobre los cimientos de mi ignorancia. Escribo no por lo que sé, sino por lo que me falta por saber. (…)


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Texto Pantone 5.

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A quién amas, a qué amas, es un material que construye quién eres.


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Texto Pantone 4.

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No somos pequeños ni grandes cuando somos exigentes: tenemos que pedir cosas a la vida. Tenemos que exigir en voz alta, que nos oigan, que nos oigamos a nosotros mismos y nos veamos comprometidos a renovar esa exigencia. La vida nuestra, la vida de los demás, crece con todo lo que echamos en falta y salimos a buscar. El cuerpo, el corazón, el espíritu se expanden para encontrar lo que no tienen(…)


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Texto Pantone 3.

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(…)Cioran dice que la infelicidad es el estado poético por excelencia.

¿Podríamos añadir la insatisfacción, a modo de infelicidad de juguete, como precipitadora de un estado poético en el ser humano? Porque puede que desencadenar una indagación de corte poético sea la única forma de acercarnos a ciertas verdades(…)?

Texto Pantone 2.

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(…)creo que se plantearía una situación parecida a la del cuento del cartógrafo de Borges (creo que está en “El Aleph”): un rey quiere llegar a conocer con exactitud su reino. Para ello encarga a su cartógrafo (o a un grupo de ellos, no recuerdo exactamente) que elabore un mapa lo más detallado posible del reino. Al final, el cartógrafo se esmera tanto por detallar, es tan exhaustivo su mapa que acaba superponiéndose al reino, cubriéndolo.

Texto Pantone 1.

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No existe mejor lugar que un sitio cualquiera cuando tú estás bien.


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3 de abril de 2011

Cruceristas

Te tienen encerrada en una opinión. En una idea que a mí me parece apresurada, irresponsable y superficial, basada exclusivamente en lo que ven.

Se llega a ciertas palabras, y a partir de ese momento nos echamos a dormir: ya pensamos que tenemos controlada una parte de la vida, y pasamos a otra cosa. Una opinión, creo, debería estar basada en una indagación consciente y comprometida, y no en un juicio banal y despreocupado. Parece que no pasa nada cuando decimos y sentimos con tibieza, pero esa puerilidad acaba instalándose en nuestros rincones más íntimos. Sí pasa, nuestra percepción del mundo, nuestra vida, acaba contagiándose de esa temperatura cómoda con que miramos las cosas, acabamos viviendo bien en una peligrosa indiferencia, porque andamos largas distancias (“largos” sentimientos y emociones, “largas” y hondas decisiones) como con botas de siete leguas. Sentimos que hacemos grandes avances, nos percibimos operativos y eficaces recorriendo nuestras largas distancias (raramente amplias y casi nunca profundas), emitiendo nuestros juicios sumarios, pero en realidad estamos, sin saberlo, despreciando el jugo de la vida. Ni lo probamos.

Te tienen encerrada en la opinión que tienen de ti. Piensan que no se juegan nada, pues no son conscientes de su propia tibieza: no hay que molestarse en escuchar. No cumplen los protocolos mínimos de la comprensión. No hay prudencia ni reserva. No hay respeto ni curiosidad. Dieron el gran paso y tú estabas en medio del campo, y estabas en su camino, y no tenían tiempo de agacharse a mirarte y preguntarte. Y te han dejado atrás.

Yo creo que en su opinión no han incluido la frescura ni la libertad innegociable con que te manejas. No descarto estar engañándome a mí mismo, pero tampoco que ellos, por comodidad, también lo hacen. No dejo de ver, en mi posible autoengaño, las cosas a las que ellos no han llegado. No han entendido la soltura animal con que manejas tus emociones. No llegan a que tu aire anárquico no impide que seas honesta y responsable. Es cierto que tus maneras, a veces, son elementalmente animales, pero precisamente por eso, son puras y orgánicas. En cruda comunión con el alma de las cosas. Parece que no estamos suficientemente preparados para el aire puro, parece que la naturaleza, su crudeza, su sencillez demoledora, su virginidad, nos vienen grandes. No te han mirado. No te escuchan y no te dan margen ¿No temen estar perdiéndose la vida en vivo? ¿No temen estar desperdiciando el ejemplo de la vida sin filtros, sin condiciones? ¿Han probado alguna vez la intensidad? ¿La sinceridad en la vida adulta? ¿La honestidad? ¿Cuánto tiempo pueden mantener los ojos abiertos? Abiertos DE VERDAD ¿Cuánto tiempo? ¿Y lo que sienten? ¿Cuántas veces han sentido sin que haya puertas o paredes, compartimentos que parcelan y clasifican la realidad? ¿Cuántas veces se han atrevido a dejar de lado esa vida que heredamos, llena de caminitos punteados, con indicaciones, obligaciones, constricciones, líneas a seguir, espacios a rellenar? ¿Cuántas veces han sentido sin más? ¿Sin límites, sin condiciones previas ni arreglos posteriores?

Tú vives en riguroso directo… pero les da igual tu vida en directo. Poco importa si esa forma de vivir, vista desde cierto ángulo, nos revela lecciones por aprender. Territorios inexplorados.

Yo quiero bajarme de ese caballo impetuoso que es la vida normal, que no deja de correr sin freno y se pierde, por su velocidad, el ver las cosas en su ritmo preciso. Quiero bajarme de ese caballo que con las pezuñas ha levantado el polvo que tapa el brillo de lo maravilloso en lo cotidiano. Quiero bajarme, y recuperar el aliento antes de que el polvo vuelva a posarse. No quiero ir mucho más lejos. Quiero saber qué hay aquí, debajo de todo este polvo. Quiero dejar de cabalgar sin objeto, repitiendo burdamente el dibujo de todos esos itinerarios que heredamos en lo mental, lo emocional y lo perceptivo.

Con las pezuñas de una opinión indolente, se destrozan infinidad de flores que son verdaderos tesoros en nuestra vida normal. Y si las pisamos dejamos de verlas, segamos la posibilidad de su aroma y color. Perdemos, sin saber, preciosos acentos que hacen genuina nuestra vida cotidiana. La despreciamos sin saberlo. Nos empobrecemos dejando de saber de la existencia de esos diminutos ingenios vegetales, que son insustituibles depositarios de una química que destila pureza e intensidad a la vida. A la tuya y a la de cada uno de todos los demás. Un efluvio enriquecedor que se pierde, pues lo han pisado con la tranquilidad de la inconsciencia. Un efluvio que no podrán descubrir ni integrar en sus propios procesos químicos… Y lo peor es que, en ese empobrecimiento, la vida sigue, no hay una señal que te obliga a parar y recapacitar acerca de tu propia estupidez, no hay un contador o un detector que te haga mirar a conciencia la composición de tus entramados sutiles ¿Cómo podrán entonces, los inconscientes, buscar un alimento que no saben que necesitan y que no echarán en falta? No, no es feliz esa condena a una anemia ignorante. Yo sé que el mundo sigue girando a pesar de esa matemática coja. Sé que todo avanza atravesando esos delicados desajustes, que todo acaba equilibrándose a pesar de que vivimos en ese burdo descuido inconsciente. Sé que la gente hará su felicidad con impurezas de más y con alimentos de menos. Sé que la vida normal también puede caminar con botas de siete leguas, asumiendo, obviando lo que nos falta y lo que nos sobra. Lo sé. Pero me resisto a pasar por esta vida con la desgana y la sosa alegría de un bobo turista acomodado, que pasa por la vida convirtiendo las cosas importantes en las escalas de un crucero: fotos, souvenirs, y rápidos recorridos prefijados.

El AMOR es el medio y es el fin. Me desoriento en tu salvaje extensión embravecida. El viento tapona mis oídos, y llega a doler la intensidad de la luz, la pureza del aire que respiro. Pero sólo quiero crecer, aprovechar el tiempo que me sea dado. Que el tuétano se vea atosigado por el hueso, que el hueso se sienta prisionero de la carne y del tendón, y que éstos se sientan maniatados, esclavizados por la piel, y la piel por el espíritu. Y que el espíritu acabe desperezándose en una rebeldía desvergonzada y gaseosa, estallando incontenible hasta penetrar el último escondido recoveco del cosmos. CRECER. Pegar un pingo y salir de lo que soy, de lo que me hicieron creer que soy, de lo que estoy preparado para ver de mí mismo, salir de lo que conozco de mí, y ser cada día algo nuevo que me revolucione las tripas con nueva emoción, con cuerpo, mente y corazón desconocidos. Y salir a tu encuentro, al encuentro de la puerta que abres, al encuentro de lo que eres en cada momento y ponerme enfrente de ti, intentando saber qué debo hacer o no hacer contigo, desde dentro de mi ser en carne viva.

Me niego a escucharles, a sentarme en su opinión sobre ti. Me niego a sobrevolarte y pasarte de largo. No quiero mi opinión sobre ti. No quiero ponerte una piel, ni un traje. No quiero elegirte color ni ponerte frontera. Quiero el alma de tu cuerpo, quiero la carne, la idea de tu espíritu. Tus flores raras, tu olor del último confín del universo. Quiero tu química indescifrada en expansión. Tu conflicto, tu sabor incomprendido. Los quiero. Si pueden estar en mi mano, si abres una puerta que pase por mi lado, vamos.

Amo con premura animal tu parte deseable, pero sobre todo amo tus paisajes ocultos, las calles a las que nadie se atreve a entrar. Tus trastiendas vírgenes. ¿Que soy un imprudente? ¿Qué soy un inconsciente, un temerario? Sólo soy un viajero que se bajó del autobús porque le aburría este tour que sólo busca el itinerario amable de la vida, empecé de turista pero caí subyugado por la parte de atrás de la foto. Empecé a ver y me atrapó el conocer. Sólo soy un caminante que busca la salida de este mundo normal, acostumbrado a sentir como le han enseñado. ¿Que puedo perderme, vivir equivocado? ¿Que puedo dar con los huesos del corazón en el suelo? Sí. Aunque tampoco nadie me está escuchando a mí, ocupados como están, escuchándose unos a otros su opinión sobre ti. Les dije AMOR y no entendieron. El amor es el ímpetu, el accidente y la medicina. Caer es lo de menos. Pueden tener razón, y que yo no sea más que un ingenuo a lomos de la desesperación y cegado en mi desvarío. Pero el amor pone coraza de guerrero en el valor de un niño. Puedo caer, pero no caeré sin amor.

Pico espuelas y me expando para buscarte. Como un gas. Sin paredes ni forma. Sobrevuelo sus consejos y la empobrecida atmósfera de su vida normal. Y como gas, veo con claridad, desde dentro y desde fuera, que con lo que van opinando acerca de ti, van levantando muros innecesarios en esta vida y que, sobre todo, los están encerrando a ellos mismos.


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