20 de enero de 2012

CADA DÍA ES UN COMIENZO RENOVADO.


Yo, que me conozco, o al menos me conocía, sé que igual que no me hacen falta razones de peso para levantarme por la mañana con mi mejor sonrisa, yo, que igual que soy capaz de avanzar tranquilo entre nubes de tormenta, lluvias de veneno, y ríos, mares, océanos de puercas señales disuasorias que se desbordan en su mezquindad, igual que soy un hombre libre de elegirme feliz entre tanta pobre miseria, tanto sentir opaco, tanto hablar obtuso, tanto opinar liviano, igual que sé mantenerme limpio y ajeno a toda esa mierda, igual que me mantengo inocente ante la maldad, comprometido entre la indiferencia general y, se me ocurre que tampoco soy torpe en el mantener en buena forma esa capacidad de seguir viviendo apasionado, absorto y hambriento de cosas que no entiende la mayoría, y aún así, sigo, con toda la honestidad y pureza que encuentro, tendiendo mi mano para intentar encontrar otra mano que sepa o pueda o quiera jugar conmigo a este juego, o por lo menos, haciendo visible –aún tragándome los nudos de la decepción- mi intención de extender esa mano con honradez, para dar y para pedir, para construir, para ayudar a construir, o como mínimo para hacer esa postura bonita de despegar la mano del cuerpo y ofrecer la palma mirando al cielo, y que se escenifique ese afán ofrecido, que se vea, no importa si alguien se ríe, y hacer todas esas cosas en voz alta y que se sepa que sí, que disfruto en plenitud de cada segundo de mi libertad para hacer y sentir todo esto, de frente a las cosas que siento, aunque la lógica, la gente a la que yo quiero amar y el mundo normal acaben dándome la espalda, y sí, seguir haciendo las cosas que dicta mi sentido de la dignidad, y que se sepa que no, que el sabor incomparable de la libertad que manejo para seguir adelante con todo eso, no me embriaga, no me adormece, no me atonta en la vanidad ni en el enmimismamiento, y es precisamente esa libertad la que me abre los ojos y me muestra mi incompletitud, y me revela la certeza de que sólo con la ayuda de los demás puedo ser el que quiero ver cuando me encuentro en soledad, sin máscaras, desnudo de excusas y atenuantes… Ése que te digo que soy, ese que te digo que conozco, ése que sabe a su manera burda que sin amor el Hombre no es más que un átomo desgajado de la Ley Natural, y que por eso, ese que te digo que soy, vuelve una y otra vez, y se empeña en componer la mejor sonrisa de su cara para colaborar, en conciencia, con la buena marcha del complejo y sencillo rodar de la mecánica natural, ése, digo, igual que puede avanzar manteniendo sana y fuerte la alegría, igual en el campo floreado que en el espino, igual en el manantial que en la tierra agrietada, en la ventolera desquiciante y en el amable y templado susurro de la primavera, ése, porque se conoce, o al menos se conocía, también sabe que igualmente sin razones de peso, sin señales que le empujen, sin enfermedades evidentes en el ánimo, sabe que nunca está demasiado lejos el día en que se puede levantar con capacidad suficiente para colmar los arsenales e impedimentas de las legiones de la melancolía. Y cuando se da ese día fatal, ése que te digo que conozco, sabe que la fuerza que antes tenía para la alegría sin motivo, muda en una energía incontenible obstinada en levantar muros de tristeza. Y la única medida la da el perder el resuello. Y ese que te digo que soy, viéndose al pie de esos muros de aislamiento, se encuentra aún con fuerzas para cavar una zanja profunda hasta la caída del sol, hasta encontrar un aire irrespirable, viciado de soledad. Y el campeón de la alegría se pone a entretener las fuerzas de la desesperación y ensaya despedidas de su parte sosegada. Y todo lo acabo haciendo por el placer agónico de mirar, desde el fondo del agujero que cavo, cuánto he conseguido alejarme, por mi mano, de la luz de las estrellas del cielo.



Muchos de los que me conocen dicen, a pesar de todo, que me frecuentan por mi sonrisa. A éstas alturas, no sé si lo dirán con algo de sorpresa condescendiente con mi ingenuidad, pero supongo que, desde su propia perspectiva al menos, están en lo cierto. Mucha gente, por mi risa fácil, me ha tratado como un tontolaba que está de espaldas a la realidad, pero más bien, esa risa fácil se debe a todo lo contrario: soy un tontolaba mirando a la realidad a los ojos. Pocas veces me he reído por descuido, y nunca me he reído para engañar. Mi casa siempre ha estado preñada de chistes buenos. Ni regalo mi risa ni la desperdicio. A veces, ciertamente, puedo estar riendo de un nerviosismo que viaja hacia la desesperación. Pero siempre río con los ojos abiertos. Valoradlo. Valorad mi empeño en la apuesta por lo que avanza, por lo gozoso. Valorad mi pelea contra los muros de tristeza que yo mismo he levantado. Nada es gratuito. Soy una semilla que crece por alejarse de la tierra que la acoge. Con agua y pan de mi pueblo, con alegría sincera, voy camino de una tierra extraña. El descontento es mi entusiasmo, a veces. La desesperanza es la fuerza, casi siempre. Soy un gorrión solitario posado en una rama de almendro. La disfruto, colmado, aún sabiendo que no ha de durar. Envuelto en su frágil aroma, limpio y preparo mis plumas, esperando el mensaje fatal que traen las primeras agujas del viento frío: el hogar verdadero siempre está más allá, y hay que levantar el vuelo. Más y más lejos. Levantar la barbilla y tener presto un brazo para la caricia y otro para el denuedo. Un pie para agradecer mi lugar en la tierra y otro emprendiendo la marcha hacia mi verdadera casa, que no sé dónde está. Siempre más lejos.

No soy nadie. Apenas uno que ama, ríe y llora con toda su ambición y premura, como si el amor y la risa fueran a gastarse para siempre, como si a los ojos agotados de lágrimas se les abrieran los paraísos.

No es encontrar el amor, desengáñate, es construirlo cada día. Con las pobres o las sofisticadas herramientas de tu alma. No es atreverte a afrontarlo cuando lo encuentras, es atreverte a vivir atrevido. La vida es el encuentro, y no el amor. En soledad, el amor es un medio y la vida es su fin. Es a ella a la que tenemos que hacer el honor. La vida, la que se escribe con mayúsculas, es mantener en tensión el ansia por renovarte cada mañana al levantarte. Es encontrar amor y risa, mientras haces todo lo posible por olvidar que la vida soñada en la noche es más amable que el día que te espera.



Tu alma es más ancha que lo que le has recorrido. Tu corazón es más profundo que lo que le pides. Todo TÚ es más capaz que ése sucedáneo de vivir en el que te han conformado. Acuérdate de cuando no tenías dientes y sólo querías masticar. Acuérdate de lo difícil que era dar dos pasos seguidos sin caerte, de cuando tu desafío era encontrar pronto una pierna o la esquina de un mueble para agarrarte, para levantarte rápido y seguir en el intento. Acuérdate de aquella alegría por lo sencillo. Acuérdate de aquella inmunidad ante el desaliento, de aquella serenidad inconsciente que te elevaba como una pluma por encima de tu propia pequeñez. Acuérdate y saborea lo que conseguiste. Digiérelo de una vez. Verás que por el camino has olvidado la consciencia de tu grandeza. Pídele hoy cosas imposibles a tu alma. Las tiene. Ponle metas inalcanzables a tu aliento, a tu corazón. Agárrate a la alegría del pez que no necesita explicar qué es el agua. Atrévete. Atrévete a escribir en el blanco con la pasión de tu última tinta. Atrévete a dibujar en el vacío con tus colores que se gastan. Haz de tu vida el himno del aroma de los cerezos que languidece en el crepúsculo. Atrévete y serás como la primera voz de Dios, que se renueva.



Todo ha de continuar, y tengo que mantener la mirada arriba y afilada. Las últimas mitades se confunden con todo lo que se renueva. Tengo que mantener vivo el ardor en mi espíritu, mantener la fe en cuanto puedo construir con mi hambre, con mi ceguera, porque, antes aún de haberte hablado de pálpitos, hilos o tangencias, ¿cómo se escribe que volvía a ti sin haberte conocido? ¿cómo se escribe la primera palabra de la luz, sumidos en la más virginal oscuridad?

Todo debe agotarse para dejar sitio a lo que viene retoñando. Es ley natural. Es sencillo como amar, como sudar. Es constructivo como soñar mientras siguen creciendo las hojas en el campo. Eficaz como sonreír sin elegir, acertado como decidir sin juzgar. Las señales no tienen signo ni cariz. Las señales son de cambiar o de continuar. Son de despertar o de seguir adormecidos. Las señales no se crean. No se eligen. Se imponen por sí solas, y se les echa cuenta o se las obvia, y todo continúa, con naturalidad, condicionado por nuestro gesto. Lo posible y lo imposible viven juntos en nosotros. A dónde tú señales se dirigirá el universo.

Igual que inspirar y expirar forman mitades de una misma respiración, igual el amor entra y sale, va y viene en nuestras vidas sin dejar nunca de estar en su justa naturaleza. Y está hecho de montañas heladas y de llanuras ardientes, y el más tonto le pilla todo el sabor y el más atinado no se lo explica. Y tiene el alma llena de proezas, aunque se maquille, a veces, con el color de los destemples. Y mira a donde quiere y a veces parece que su voz no te toca. Pero siempre, siempre es atinado. Es justo en el grado que pone a sus presencias y sabio en sus ausencias. Es libertino y descarado en los pasos que da, para irse sin rendir cuentas, pero viene fresco e inocente, aunque vuelva como un viejo gato en celo: si viéndolo cansado, sucio y magullado, lo reconocemos, acabaremos comprendiendo, y nunca nos parecerá inoportuno.


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29 th Affliction Crossroads.

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Para asegurar, al menos, un buen comienzo, podría decir que, la verdad, entre aquel mediodía y la mañana siguiente había conseguido, salpicadas, algunas horas de paz.

El momento que vivía era de un equilibrio delicado. El dolor y el amor me venían de la mano. Deseos. Retos y montañas. Anhelos e infecciones.

Alimentando afectos y confianzas, el tiempo se me acabó echando encima y ya esa tarde, a la hora que era, no me iba a poner a trabajar. Me había tomado –enterita- una botella de vino con JW por Joanic. Entre una cosa y otra, en realidad, no me había quedado cuerpo de ir a preguntarle el nombre a una librera de la que no olvidaba la sonrisa. Me quedé en la casa, tirado en el sofá mientras oscurecía, escuchando canciones de las que nos gustan a mí y a mi hermano.



A veces, algo parecido a la suerte, la buena o la mala, la que tú mismo haces o la que te encuentras, decide que el amor o el dolor son una falsa alarma. Un desengaño o una feliz equivocación. Y esa misma suerte te deja espacio para que la mires desde el ángulo que quieras.

A día de hoy todo sigue una senda templada.

Aquella noche me dormí leyendo “El Amor es el infierno” (Groening) mientras comía chocolate. Y me dormí con la dulce y engañosa percepción de que, entre todo lo que me afectaba, yo podía decidir qué iba a mantenerse a flote y qué iba a ir a peor. Así que acabé dándole la razón a Montse, cuando me dijo que yo estaba equivocado.


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17 de enero de 2012

A VECES

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Me porto como un vendaje
que busca herida.

Y no.

Ya está bien de tanta confusión.

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