27 de mayo de 2013

HONRAR LA VIDA

¿Y si en el tránsito del nacer al morir te das cuenta un día de que ni haber nacido ni la muerte segura están en tu mano?

Mientras tanto, enmedio del despropósito, nadie te está enseñando a morir.

Nadie te muestra que, peor que la muerte en sí, es prolongar indolentemente el tiempo que sin pedirlo te han dado.

Nadie se está ocupando en señalar que, peor que morir, es vivir perdiendo la vida.


Gràcia, 26_ Mayo_2013

24 de mayo de 2013

GRAN DE GRÀCIA


Un poema difícilmente ayuda a dejar las cosas asentadas.

Un poema sirve para glosar los huecos de todo lo que no te dije.

Un poema es perfecto para atreverme a saber que tu mirada de ayer en la cola del súper se lleva algo mío. Algo que no quiere dejar de acompañarte.


 Gràcia. 24 Mayo 2013


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23 de mayo de 2013

DIOS EN FORMA


A veces parece que tengo la voluntad guardada en un bolsillo roto, y a cada paso que doy, me voy dejando un poco de esa voluntad por el camino. Esos días son más desangelados, y las cosas que pienso, las que siento que debo componer para mantener mi vida dentro de los márgenes de la dignidad, pues tienen menos consistencia, menos fuelle. Parece que, en esos entonces, sólo me va quedando convicción para construirme trampas para mí mismo. Prejuicios en mi contra. Pruebas que me impongo, que no he de salvar.

A veces te miro y te proyecto una mirada triste y fatua que no tienes. A veces te pienso y me domina esa corriente eléctrica que se le impone a uno enmedio del descontrol, de la ira, de la tragedia, y que le da a uno fuerzas insospechadas, como para derribar muebles con una mano. A veces te siento y el mundo que componemos, las cosas que más o menos componemos a medias, se me presentan como ruinas en potencia, desalientos, imposibilidades, equívocos y tropiezos mal disimulados entre absurdos macizos de flores. Me torturo sabiendo que la voluntad se me está escapando, pierna abajo, y desprecio el escaso acierto que tenga para intentar cerrar el boquete, y me cierro a la remota posibilidad de mantener la barbilla alta, buscando posar la mirada en el horizonte más limpio posible. Todo parece un dolor de muelas ilocalizado. Te miro y te pongo los gestos decadentes, las tontas delicadezas del señorío endeble. Te invento mugre para taparte el brillo natural, me giro y dedico el resto de la tarde a componerme un decorado de resignación. Aún cuando no se ha firmado derrota, ni se ha librado batalla ni se ha intuido siquiera la mera hostilidad. A fin de cuentas, no hago más que maquillar con sonora arrogancia mi torpe cobardía. Se me cansan las ganas, parece, de vivir en permanente tensión competitiva. Se me cansa la convicción, supongo, para vivir en forma, e intentar sacarle punta a mi buena voluntad, para ser más exhaustivo con mi sensibilidad y más trabajador con mis señales. En fin, sé que en mis buenos tiempos esos obstáculos que te pongo no serían tales. Me quitaría los impedimentos de un manotazo, seguramente.

Sentado o de pie, con una tranquilidad suficiente, yo sé que, puestos a proyectar irrealidades subjetivas sobre lo que cada uno acabará percibiendo del mundo, es igual de fácil justificar ante uno mismo la dicha arrebatadora de una tormenta de miel en el paraíso, que el sentir que la vida normal es el tropiezo fatal que te hace caer de boca y romperte el espejo del alma en el revolcadero de amor de una pareja estable de jabalíes verrugosos del infierno. Igual de fácil, no me engaño. Al final, la realidad tangible estará tan cerca o tan lejos de una posibilidad como de la otra. Entre engañarte a ti mismo con una alegría subjetiva y mortificarte con una tristeza inventada, igual de subjetiva, mejor la primera ¿no? Las dos son, como realidades, igual de reales. Frutos de tu mente pachucha, a veces, de tu corazón calenturiento, según tus reservas, raros trofeos conseguidos por tu emotividad huidiza y falta de tensión.

Es más inteligente, de entre todo lo que proyectas, hacerle cuentas a lo útil, lo productivo, lo favorable, lo constructivo. Lo divertido, incluso. La vida real no es más que una superficie de color uniforme que espera tu definición, que tendrá los colores que tú le pongas. Esa vida “real” es prima hermana de la cara con que la afrontas. Vivir es componer con la mezcla de lo que percibes y lo que proyectas.

Como la zorra que escupe vinagre a las uvas que no alcanza, yo me pongo a pensarte como la representante de una clase antagonista, como una simplona dilapidadora de fortunas. Como si sólo malimaginándote pudiera evitarte, alejarte sin más, de mis ansias.

Aunque ahora no dispongo de las fuerzas para planear lluvias melosas contigo ¿por qué no dejo de pensar si sería posible un puente entre nosotros? ¿Quién podrá negarme contundentemente que en algún rincón de tus intenciones hay algún tipo de voluntad de acercarte, poco a poco, a mi, a lo que soy, a lo que imaginas o percibes? ¿Con qué pruebas podría negar una pasión mínima hacia mi? ¿Quién podrá afirmar que en la cinemática de tu porvenir es imposible que tu corazón no vaya a dar pasos de curiosidad, de apuesta por mi?

Aún siendo consciente de nuestros grados de separación, tampoco dispongo de rudimentos para negar con convicción que acabarás encontrando la humildad o el ímpetu de dibujar por tu mano la física de tu propia naturaleza y llevar, según tu dibujo, según tu intención, con trazo firme o pulso titubeante, con esquema certero o esbozo desalentado, tu vida a mi encuentro. No tengo fuerzas para provocarlo, pero no encuentro argumentos para negarlo, pues, ¿quién puede decir los colores de lo posible o de lo imposible? Sólo el dibujante.

Sólo quien dibuja su vida sabe que en ese juego dibuja su destino, y sabe que está en su mano elegir los colores. Y está por encima de equivocarse, provocando catástrofes, o de ser certero y construir palacios en el aire. Por encima de lo idóneo o lo desafortunado está la certidumbre de poner un poco de bondad o de utilidad en el mundo propio y en el de los demás. En ese juego de crear la vida, no importa demasiado el tener una mochila de certezas o una maleta de inseguridades. En ese juego, si uno de sabe en el juego, es su propio dios, con la maravilla o con la debacle que acabe construyendo. Y en ese juego, que es privado y es universal, bailan los medios con los fines, el antes con el después, porque la percepción de esa decisión creadora, está fuera de las fuerzas lógicas: el dibujante, el dios, está aportando su decisión consciente, su decisiva consciencia, a las fuerzas elementales de la Naturaleza, de las que forma parte.

Así, aunque ahora me esté inventando este amor nuestro, esta compañía tiene la fuerza de alguna divina convicción que tiene escondida el Hombre. Así la siento, como un alimento secreto e inexplicable que no sale de ningún mercado ni terreno de siembra. No es un alimento recolectado. Aunque es inventado, provoca, precipita las fuerzas que están por encima de lo concreto y lo tangible, Desnuda la realidad de las cosas. Es el alimento que se le opone a la adversidad, y le da aliento a esa fuerza misteriosa que da al Hombre razón e impulso para abrir los ojos, para que se vea a sí mismo como el único motor de la rueda de su propia dignidad.

Amar es jugarse la vida. Es un ejercicio de maestría en la paciencia y la humildad. Y eres el mismo coloso vencedor y el mismo corpúsculo a merced del azar, hagas o no hagas, esperes o des los pasos. Por encima del triunfo o el fracaso, amar es saberte protagonista del amor. Triunfa quien lo sabe y obra en conciencia, consecuentemente. Muere de inanición quien sólo espera o recolecta lo que cae en sus alrededores. No importa si se siente bien alimentado: vivirá ciego y equivocado. Y entonces, ¿por qué quedarnos en la pobre opinión de que las mieles son sólo posibles en la imaginación? ¿Por qué no pedir todo a la vida? ¿Por qué no salir a la vereda silbando nuestra mejor canción, en toda su sencillez y descaro, con la convicción de que con el humilde impulso de nuestra voluntad estamos aportando, en nuestro momento, con nuestro acento propio, una parte vital a la banda sonora del universo?

Así, en mi canción, voy a limpiar las notas negras, las opiniones desfavorables (elecciones arbitrarias, al fin) que nos mantengan alejados. Adiós a los torpes juicios que me acerquen a los jabalíes verrugosos del infierno. Así dibujo mi convicción. Si después se revela que finalmente he patinado, si al final, el sordo dolor de las equivocaciones pudre mis estructuras, ¿qué importancia tiene? En AMOR, nacen y mueren, se alzan y hunden buenos dibujantes, músicos magníficos. Portentosos creadores, míseros mortales que avanzan en la derrota, con una tonadilla en los labios. Mantienen intacta la sonrisa en algún lugar recóndito, pues todo el que ama, todo el que crea, acaba siendo consciente de su propio aliento divino.


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17 de mayo de 2013

IGUAL QUE UN RELOJ PARADO


tiene dos horas exactas al día,
yo tengo en un momento fugaz
la certeza
de que todo lo que escribo
es verdad.


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14 de mayo de 2013

LOS VOTANTES


Queremos una democracia
con alto contenido
en fibra.


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HAGO COSAS

que me salvan la vida y al mismo tiempo me sumergen en un estado de completo nerviosismo.

Me salvan la vida porque veo que, a pesar de que están desconectadas de las resoluciones que hay que tomar para llevar a buen término la mecánica cotidiana (ingresos, éxito personal/social, etc;) esas cosas que hago, aunque sean extrañas a los demás, me ayudan a definir mi papel, lo sitúan en el momento y el lugar que ocupo, esto es, me ubican en el mundo y dignifican mi vida.

Las cosas que hago me sumergen en un estado de completo nerviosismo porque, aparte de que raramente ayudan a mantener satisfactoriamente las cuestiones relacionadas con la cotidianidad, aparte de eso, me exigen una cuota de concentración en mí mismo, aunque sea para observar activa y profundamente la realidad que todos vivimos. Demasiadas veces, creo, la conciencia se alimenta de soledad.

El mundo está lleno de cosas que yo no sé y todo el mundo sabe. Los días buenos me siento curioso, los días malos me veo ignorante y segregado.

El mundo está lleno de cosas que yo sé y que nadie sabe. Los días buenos me veo campeón del amor por todo cuanto ofrezco, los días malos me siento un imbécil arrogante, que de puerta en puerta, disfraza su ineptitud para la normalidad regalando tesoros incomprensibles que abarrotan los trasteros de la gente.


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MAESTRO

Hay cosas que dependen de tu pulso y empeño. Hay cosas que dependen de tu postura ética, lírica, ergonómica. Y con esas cosas tendrás amigos, tendrás amor, vendrán de la mano de tu suerte o dándole las gracias a la alegría o al dolor que pusiste en ellas. Encontrarás que la vida está preñada de sorpresas, las que te hacen crecer flores en los ojos, y las que las queman. Obtendrás tu luz propia, no obstante, por azar o insistencia, por amor, por estribor, y acogerás esa fina conciencia que intuías en los gemidos del pavo que abrieron tu hervor, los arrebatos de tu efervescencia y sabrás, reposada, que para vivir no bastaba con amar y ser amada, pues además del amor habrás de observar su pertinencia, su grado, su temperatura, enfoque y ocasión. Y vas a saber, serena, que la vida se empeña en machacarte, caprichosa, con preguntas sencillas sin respuesta. Pero tú, tú sonreirás por tu carne blanca. Tú sonreirás, desde tus vellos escondidos, por ciertas esperanzas secretas. Con esa fe sencilla que pones en las cosas, harás que caminen a tu lado, con ángulo sabio y conveniente verás cómo todo se pone de tu parte y vivirás. Vivirás con el gesto alegre, el andar bello, nervioso, impaciente. Hacia el sembrado o hacia el futuro ignoto. Pasearás tu belleza criada con caricias, mientras la moldeas con rasguños, ilusiones, mentiras y certezas. Y enmedio de la tormenta de avatares y pequeños sucesos insignificantes que colorean tu universo, dirás cosas que te construyen y no me importan, dirás himnos, dirás amor y dirás mierda. Y mientras, el bolígrafo se me está gastando, pero tu respeto irá por buen camino, seguramente, tu espíritu ennoblecerá sus carnes con tino, con luz y arrojo, seguramente. Me llevarás presente, me echarás en el olvido, qué importa. Sólo tu risa, sólo tus buenas intenciones, sólo tus valientes decisiones cuentan. Trabajarás los alientos que esconde tu cuerpo, dirigirás, con seguridad, las tensiones del alma.

Por eso, siéntate de una vez, muchacha, como te he dicho. Hazme lo que tienes que hacer como te he dicho doscientas veces que lo tienes que hacer. ¿Qué trabajo te cuesta?


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1 de mayo de 2013

EL ORDEN.


Las cosas que acaban importándonos, en un principio, no tenían entidad para nosotros. En ese principio, al verlas o sentirlas por primera vez, se nos aparecen como tonterías subjetivas, pijadas, rarezas y caprichos que todos tenemos por dentro y que cada uno mantiene ocultas a los demás, pues tememos que esas blandas ocurrencias revelen algo de nuestra inconsistencia mental o minusvalía no patológica a nivel emocional. En un principio, esas cosas no pasan la criba de la reflexión, y se quedan ocultas, casi sin querer, en un cajón indefinido donde amontonamos lo que no sabemos ver con lo que no queremos ver: nuestros fantasmas, los complejos inconfesables y tantos chispazos de emociones raras que ni con nosotros mismos queremos compartir.

Las cosas que acaban importándonos, en un principio, no son importantes.

Pero ocurre que, por azar o descuido, por un ataque de celo responsable, por un arrebato de ciega honestidad, de puro aburrimiento, o por oscuras cuestiones de supervivencia en el diálogo con uno mismo, a veces, esas cosas salen a la superficie.

Cada persona, cada cosa, tienen su interruptor específico para que en determinado momento, lo que ha ido originándose en un espacio exclusivamente privado, madure, rebose o estalle, quedando a la vista de esa persona misma, y con la posibilidad de exponerla ante los demás.

Lógicamente, como cuando un niño nace, el encuentro con la luz, el paso del interior acogedor al exterior, deslumbrante e incierto, provoca confusión y ruido. A veces sangre, a veces lágrimas. Para entonces, las cosas ya han hecho ese cambio, aunque nos pese. Ya SON. Tienen un peso tangible y una medida por determinar. Ya tienen una entidad, aunque aún no las hayamos medido. A pesar de que las consideramos secretas, esas cosas, con su papel más definido, acaban saliendo en los bares. La confianza conoce al descuido y esos secretos ya están en el mundo. Y a esas cosas, que se criaron sin parecer importantes, ya sólo les falta un poco de atención del que las dice o del que las oye, para que vayan cogiendo un poco más de cuerpo. En el interior de uno, SON. Cuando salen al exterior y se muestran a la vista de los que se toman contigo la cervecita, pues ya ESTÁN. Las menciones, los debates y aún las negaciones no hacen más que acrecentarlas. Así van adquiriendo su importancia. El paso siguiente es el que adopta el que dice esa cosa, o uno entre los que le oyen, que crece en hondura, curiosidad o percepción, y quiere saber más, quiere decir más, y apunta esa cosa en un papel blanco.

Yo supongo que no tenemos que echarle cuenta a todo lo que sale y entra en la cabeza. Supongo que no tenemos que estar pendientes de todo lo que descubrimos en el corazón. En el corazón y en la mente criamos grandezas y monstruosidades. No todo necesita de nuestra atención: viviríamos embobados y nunca sacaríamos nada en claro. No sobreviviríamos.

A nivel biológico, las especies animales sobreviven, entre otras cosas, por la capacidad para discernir entre lo que es importante para su supervivencia y lo que no. Todas las mermas y titubeos que se den en esa capacidad van en detrimento de la especie. En un sentido  estrictamente biológico, y ésta es una opinión a nivel usuario, EVOLUCIONAR, se da cuando los individuos de una misma especie asumen cambios deducidos de experiencias compartidas. Esas experiencias tienen lugar en cada individuo. Los posteriores aprendizajes, los cambios necesarios a la especie, vienen de la comunicación (por cualquier vía) de esas experiencias, del contraste de las percepciones y de la adopción, en común, de tentativas de mejora. Lo que quiero señalar es que, a pesar de la infinidad de vías que hay para compartir percepciones individuales y convertirlas en experiencias útiles a la especie, para percibir, comunicar, contrastar, y sacar algo en claro, los seres humanos usamos casi exclusivamente el lenguaje de transmisión oral y escrita. Es el lenguaje el que nos configura como especie. Me quería referir a que nuestro crecimiento está regido por un orden sencillo del que no siempre somos plenamente conscientes.

A veces somos egocéntricos. A veces somos cobardes. A veces somos inconscientes, vagos y caprichosos. A veces nos perdemos en conjeturas apresuradas que nos llevan a proclamar que la vida no tiene sentido. Y entonces nos dedicamos a evadirnos, a pasar el tiempo, a coleccionar alardes, envanecimientos y orgullos vacíos. Y vivimos elaborando estrategias basadas en paradigmas que sólo están en nuestra mente. Construimos sobre barro y valoramos en base a espejismos. Trampas. Mentiras. Equivocaciones y cansancios.

Podríamos, por contra, abrir los ojos, ser valientes y VER que tú y tu prójimo sois uno solo. Que todo es uno solo y nadie es nada. Nos encontramos perdidos en nuestros distintos nombres, gustos, apariencias y números del zapato. Nos equivocamos, pero no nos con-fundimos: nos dis-fundimos y así, vivimos espalda contra espalda, en soledad, en ilusión de compañía. Podríamos ser valientes, atrevernos a ver que nuestros secretos inconfesables, nuestras ideas más peregrinas, nuestras locuras más íntimas, nuestros sentimientos indescifrables no ocurren en nuestro interior. Podríamos ver que no hay interior ni exterior, que todos somos todo, que esas cosas que crees que sólo a ti te ocurren, esas cosas, están en todos los demás, escondidas dentro y fuera suyo a la vez, esperando que alguien las señale y les reconozca su sentido en la mecánica del todo.

Podríamos romper nuestros espejismos y arremangarnos para construir el mundo desde abajo. Desde dentro de nosotros, que tiene los mismos materiales que el cosmos. Podríamos sentirnos uno e infinitos, dar con humildad la lectura de nuestras cosas que no importan, decirlas en los bares, ponerlas en un papel blanco a disposición de todos, por si alguien encuentra en ellas algunas claves para explorarse, para explicarse y avanzar en la construcción de su propio sentido.

Podríamos ser valientes y ponernos a disposición del universo, y ver que nuestras cosas que no importan tienen su lugar en los libros que escribimos, que pueden germinar en las conversaciones de otro tiempo, en los corazones de aquellos a los que no conoceremos. Podríamos ver que esas ideas, que sin ser compartidas carecen de importancia, al salir de su escondrijo, construyen nuestra vida y la de quienes lean, igual que nos construyeron los libros que leímos.

Y la construcción del todo, el orden, continúa su curso cuando las palabras que dan forma a tus sentimientos tontos, las de tus descabelladas ideas inconfesables, encuentran cobijo en la gente de la calle. Les llegarán oídas en los bares, pintadas en los muros, enterradas en los diccionarios, abandonadas en mensajes líricos y majestuosos. Entonces sabrás, por si necesitabas aún pruebas, que en el metro están comentando lo que se destilaba de tus intimidades, que en las academias conceptúan tus recovecos, que en las plazas se enciende la gente con tus tontos chispazos. Sabrás que algo tuyo había en la gente, mientras te sentías solo. Sabrás que tus palabras, tus matices más ínfimos, salen del metro y hacen cola en los mercados. Sabrás que hiciste bien en superar el miedo de sentir tus cosas, sabrás que hiciste bien en respetarlas y darles su lugar y escribirlas, pues con tus emociones raras, poniéndolas a disposición de todos, te estás dando TÚ. Y brindar la lectura de quien eres, ayuda con honradez a hacer una exploración de quiénes somos. Y esa es una cosa que a mí, al menos, me parece importante.


José A. González.
Vila de Grácia.
12-4-2013


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ALL YOU NEED IS LOVE.


Ella redactó bien en la noche de las chicas sin fin.

Me mojó, con sus dedos en saliva, los dos cristales de las gafas. Sí, es verdad que puede que esto no sea más que un burdo y elemental intento de juego desapasionado, al nivel más ínfimo con respecto a la posibilidad de comunicar algo, pero ya ese rato, a pesar de que para mí no sea más que un paseo ocioso fuera del torrente estelar, ya le da un tono, un referente a mi partitura, que sólo quiere acercarse, en lo posible, al océano de amor que da estructura y compone el universo.

Un destello pasajero quizá, pero es luz y energía. Es calor puntual. Es comunicación sin palabras ni barreras.

Puntualmente es posible todo. Las puertas se abren instantáneamente, como un parpadeo. Y el amor es un aroma, una pista en la niebla.

No hay tiempo ni espacio para planes. No tenemos fuerza para darle casa a nuestros nombres en la memoria. No tenemos anécdotas para el recuerdo. No tenemos futuro. Pero instantáneamente, he tenido la poderosa percepción de que, con su dedito mojado en saliva, avanzando hacia mis cristales, han acabado encajando todos nuestros entrantes con todos nuestros salientes.


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EN LOS DÍAS SIN ESPERANZA,


te levantas, cómo no, poniendo en marcha las ganas que tienes. El ánimo está dormido y la voluntad arrastra los pies hacia la cafetera.

En los días sin esperanza piensas, esta mañana no he quedado con nadie, y el día se te presenta largo y plano, y hasta el silencio te hace eco, pues la gente la tienes demasiado dentro, demasiado lejos. También fuera, también cerca, a tu pesar.

En los días sin esperanza agotas las fuerzas en abrir y cerrar puertas. No llamas, pero quieres que haya alguien. No cierras, pero no quieres que vengan.

En los días sin esperanza arruinas tus colores, pues son días de ir y venir sin sentido por tu paleta, de forma que tus cosas brillantes se ensucian y tus profundas oscuridades pierden fuerza.

En los días sin esperanza, la gente se empeña en contar chistes raros que gustan a todo el mundo. Y todo suena a ese tiempo tontorrón de aprender raíces cuadradas con maestros amargados de mano ligera. Ni se entienden los chistes ni enraízan las raíces.

En los días sin esperanza se desenmascara la alegría de la gente, te molesta su tristeza, te apabulla su pobreza y te la suda su esplendor.

En los días sin esperanza pierdo las preguntas trascendentales y los alientos básicos. Pienso en sombras, pienso en grandes piedras, y no hago más que preguntarme si estaré aún a tiempo de abandonar mi belleza. Esa que me arrastra hacia el fondo.


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TENGO UN COLEGA

que me cuenta como suyas algunas historias que yo le había contado antes. No discrimina: lo mismo me abruma con datos que yo conocí en su tiempo, con anécdotas que viví yo mismo (y me las presenta con decorado y personajes nuevos), con observaciones que yo observé y con gracias que yo tuve.

Igual que sé que ciertos trabajos y honores importantes, elevados, se consiguen dominando el francés, sé también que la amistad, eso que conceptuaron los clásicos y enaltecimos los solitarios, la amistad, que es como la compañía, con más calor, más roce y compromiso, pues la amistad, sé que a veces sobrevive por tu mano izquierda. Suena penoso, pero es así. Estas cosas, a mi colega, se las suelo pasar siempre. A ver, me siento fatal con la posibilidad de ensuciar un vínculo: si mi colega quiere tener su momento de gloria conmigo, yo no lo voy a cortar y decirle:

-¡Ei, ei, que eso te lo conté yo mismo!

Yo lo dejo. Yo lo dejo seguir con normalidad, aunque, como ya me sé el cuento, mientras finjo interés, tengo todo el tiempo del mundo para pensar en qué momento empezará a palidecer el brillo de nuestra amistad sincera, si cuando perdonas constantemente un despiste, si cuando empiezas a oler a alevosía, si cuando empiezas a valorar estúpido ese tiempo repetido que un colega te obliga a tragar, etc, etc.

De todas maneras, me suelo apaciguar sobre la marcha, en silencio, pensando que a peores batallas he sobrevivido. Lo que peor llevo, aparte del silencio en una conversación, es que, admitiendo su autoría suplantada, alevosa o inconsciente, le estoy dando pie a que, cada cierto tiempo, como más de una vez me ha ocurrido, me venga repitiendo la misma cantinela, la misma observación genial con ridículos aspavientos de agudeza, que además de repetidos, son de segunda mano.

¿Cómo se acaba, cómo evoluciona esta tonta situación, me pregunto? Si he admitido que incorpore cosas mías a su repertorio ¿cómo no admitir que me las venga suministrando cada cierto tiempo?

Así, ya ves, la situación, por mi parte, es lamentable: escuchar una y otra vez mis comentarios fotocopiados. Comentarios que se usan como chispas de elocuencia en tardes aburridas, aunque en su momento original, a mí, se me escaparon, en realidad, como chorradas sin importancia en un tiempo en que entre dos amigos aún podíamos permitirnos disfrutar de una conversación despreocupada.

Mientras sonrío lánguidamente, asintiendo con la cabeza en silencio, voy lamentando que, para algunas amistades, no se me acabe de una vez esta estúpida condescendencia.


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