11 de noviembre de 2012

EN SINTONÍA

A pesar de que la mayor parte del tiempo me reconozco ingenuo, casi patético, me sobrevienen de tanto en tanto ciertos chispazos de una briosa convicción que hace que todas las piedras que mira mi corazón acaben convertidas en oro. Llámalo amor, o búscale un nombre de hondura o pomposidad equivalente. Alguno que no tenga que alargarse en explicaciones para expresar la más maravillosa alquimia. Son esos chispazos de luz instantánea la única energía que puede abrirnos, a ti, a mí, a todos, de verdad los ojos. Esos chispazos, que no se pueden forzar, que no se pueden pedir, son la única puerta que se nos abre para que, asomados, podamos ver las cosas desnudas de falsos atavíos.

A cada cual llega, en su momento o en su grado propios, esta posibilidad de ver su sendero propio iluminado. No pueden trazarse itinerarios conjuntos, y es ocioso planear el momento, el grado y la compañía. Por mi parte, desperezado de la dicha del descubrimiento de esas posibilidades, me dispongo a disfrutar de esas energías, pues no son constantes ni siempre vienen a favor. Te pienso, por mi parte, y no dejo de adivinar, desde un rincón inexplicable, las notas de nuestra sintonía. Ya creo tararear una tímida línea de bajo, incluso aventuro el sordo rumor de las percusiones. Y pienso estas notas, y me encuentro en su tempo, y te pienso, y las vivo como un tempo compartido.

Nada dura. Y si algo durase sería algo externo, extraño a nuestra propia naturaleza. No sabríamos verlo, no podríamos disfrutarlo. Agua y aceite. Los remansos en los que percibimos la vida como una canción tienen su tiempo, su anchura, su límite. Son eso, pequeñas aperturas por las que, en un momento maravilloso, podemos asomarnos y comprobar, en un instante, el complejo mecanismo de la gran sintonía que lo gobierna todo. Nos contiene, nos lleva y nos trae. Por eso es bueno aprovechar el momento a favor, el momento de limpia claridad en que nos sentimos, desde dentro, parte insustituible en el gran meollo. De pronto, por mi parte, sin tiempo para esperarte, para contrastarlo contigo, encuentro esa especie de sentido total que tienen las cosas que esperaban, en el tiempo o en el espacio, algún elemento precioso que no estaba en su mano, que no podía estar en su plan, para realizarse. Ahora parece que sí. Ahora, aún cantando solo, siento una cierta sensación de eco que me acompaña. Como quien se adivina frente a un espejo en la absoluta oscuridad, canto solo pero sé que podemos ser parte de la misma canción. Te adivino.

Es ingenuo, sí. Suena patético, repito. Como los exabruptos del que contó sirenas donde había manatíes. Es esencialmente incomunicable la dicha de sentir tu lugar inscrito en la mecánica del todo. Y no sé si es música o simple obsesión lo que me hace intuirte en las tinieblas. No sé si es sólo una especie de ilógica estupidez, pero me suena a tono. Y no voy a embarrar mi suelo limpio. Sé que proyectar es manejarte en terreno equivocado. Sé que nos alzamos para caer, pero hay que aprovechar ese momento de tu máxima altura. El aire está limpio y gozas de tu mejor perspectiva. El suelo está lejos, y puedes descansar de la derrota y del dolor.

Antes de que todo se apague, yo sé que soy una tímida luz que avanza en la negrura. Lo que dure. Cantaré mi canción limpia en este mundo enfangado. Y me ilumina imaginar que tú puedas componerla, cantarla conmigo. Incluso me vale que hayamos empezado a componerla, a cantarla por separado. La certeza de la posibilidad de esa sintonía me llena el corazón de momentánea energía inagotable. Nuestros días, así, no se sucederán con frialdad, pues ambos sabemos, cada uno a su manera, que componemos juntos un canto que no está equivocado. Es la canción que cantamos tú y yo y otros que no conocemos, en tiempos y lugares distantes, pero es una canción que dará amparo a la gente en sus tiempos más oscuros. Imagino que esa melodía, compuesta en esa soledad que es tuya y es mía, es una melodía compuesta por todos, y va a alzar en los espíritus airosas torres, y va a abrir hermosos espacios habitables en los corazones.

No quiero otra cosa que no sea perseguir ese tono, seguir venteando ese aroma esquivo que nos une a todos. Sin señales, sin partitura, tenemos que coger al vuelo las canciones que otros empezaron y cantarlas con ellos. Tenemos que continuarlas, sin señales ni partitura, y hacer lo posible por que esas canciones nos sobrevivan, pues otros como tú y como yo, que se verán solos e ingenuos, las continuarán, aportando su parte a la gran sintonía, que nunca acaba. Y así seguiremos, endureciendo la piel, templando las vísceras, haciendo de nuestra vida un silbar con alegría, enmedio de un mundo sucio de vulgaridad y ruido.



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