12 de julio de 2013

ME ABURREN LOS SUEÑOS DE LOS OTROS


Aunque puede parecer inspirada por una total falta de empatía, esta es la conclusión a la que llego, después de rumiar un rato alrededor de una frase tomada de Arshile Gorky:

El material del pensamiento es la semilla del artista (...) y de la misma forma que el ojo funciona como el centinela del cerebro, yo comunico mis percepciones más íntimas, mi visión del mundo, a través del arte”.

No tengo claro que, usando sus percepciones más íntimas, el arte comunique la visión del mundo del artista. Al menos, no creo que siempre pueda afirmarse eso. Me parece que incluso no es lo más deseable.

Lo que entiendo por tu visión del mundo, viene propiciado por herencias culturales, sociales, educativas (con sus adhesiones y reacciones a la contra), sumadas a los aprendizajes deducidos de tus experiencias. Esos aprendizajes, además, vienen condicionados por tu situación social, laboral, emocional y perceptiva. Por tus anhelos, fantasías y necesidades. En definitiva, tu visión se cuece en tu interior más profundo. Aunque los ingredientes vengan de fuera, eres tú el que administra las cantidades, hace los cortes y mide los tiempos. Tu visión es subjetiva, esto es: respetable, personal y condicionada. También limitada y reduccionista. ¿Es comunicable tu visión? Sin entrar a valorar las razones básicas por las que una persona se plantea comunicar a otra, o a un colectivo, su “visión personal del mundo”, el hecho, incluso la elemental intención de exponer tus percepciones íntimas como motivo, o contenido o mensaje, me temo que no hace más que subrayar el abismo que te separa de los demás. Conseguir que alguien muestre interés por tus opiniones y percepciones personales ilustra la afinidad pero no garantiza la comprensión. Comprender es compartir. Igual que el interés, la comprensión es siempre cosa de más de uno. Ni siquiera dirigiendo el interés desde ambas orillas, con toda la buena fe, la necesidad o la constancia, podemos garantizar la comprensión. Mucho menos la comunicación. Yo creo, más bien, que la práctica del arte sirve para que el propio practicante (el artista) ponga en juego un campo de pruebas donde puede volcar sus percepciones personales, sus emociones e ideas, con el propósito de definir y modelar ante sí mismo esa personal visión del mundo. Otra cosa es convertirlas en mensaje a compartir, porque, ¿acaso esa perspectiva personal, que viene a ser una opinión, no es igual de respetable que la del espectador que la recibe? Otro tema espinoso es el de la profundidad en esa indagación por la visión propia del mundo: me estoy refiriendo a que expresar/compartir tus pensamientos, a través de tus obras, con los demás, no garantiza para nada que artista y espectador estén embarcados, comprometidos conscientemente en la búsqueda y afianzamiento de sus respectivas “visiones del mundo”. No puedo evitar estar refiriéndome solamente a cierto artista consciente y comprometido, que busca a cierto espectador que, a su vez, se siente consciente y comprometido en la búsqueda de su propia visión del mundo.

En el pasado cometí la ilusión de imaginar que realmente había alguien a la escucha. Hube de cargar con mucha decepción hasta darme cuenta de que casi nadie, a mi alrededor, ve la relación entre sus percepciones más íntimas, sus motivaciones personales y la creación de su visión personal del mundo. Casi no existe esa conciencia, ni en el lado de los creadores, ni en de los receptores del arte. Más bien, cada cual se acerca al arte desde múltiples motivaciones e intenciones, no siempre conscientes ni definidas.

Y en realidad, ¿a quién leche le importan tus percepciones íntimas, si cada uno tiene las suyas, igual de dignas y respetables? A nadie. En un primer momento me sentí frustrado, pero eso me ayudó a saber que estaba confundiendo las cosas. Mis percepciones íntimas, mis motivaciones personales, lejos de constituir mensaje, lejos de ser un contenido o tema a compartir, son sólo un MOTOR. Otra cosa son las ideas y emociones que puedan venir deducidas de esas motivaciones y percepciones. El mensaje, el proceso que lo define y elabora, vienen de la digestión de esas ideas y emociones específicas, que movidas por las decisiones, se transforman en hechos. Las decisiones serán reflexionadas o impulsivas, los hechos serán más o menos pertinentes, mejor o peor entendidos, pero nacen en tus percepciones y motivaciones personales. Esos hechos son la parte que se ofrece abiertamente al público. Son la música que se oye, la obra que se ve. Esos hechos son la parte pública de tu intimidad.

En los años en los que todavía me percibía sólo como lector, sólo como espectador de las artes, como “usuario”, puedo decir que ya me sentía extraño en el papel de consumidor pasivo de lo que se me ofrecía. No tenía formada una noción de “construcción de tu visión personal del mundo”, pero de alguna manera elemental, acudía a los libros, a las exposiciones, con cierta ansia de conocer más que lo que me ofrecían en su superficie, acudía con la necesidad de ver y escuchar pistas que me ayudaran a responder ciertas preguntas vitales. El paso del tiempo no es lineal. No es un segundo que pasa y da el paso al que viene. El paso del tiempo incide en tu profundidad y en tu capacidad para profundizar en las cosas. También en la amplitud a la hora de percibir y abordar las cosas. El paso del tiempo te va abriendo a lo que todavía no considerabas “yo”. El paso del tiempo, en fin, me está ayudando a completar una frase que intuía desde mis tiempos más tempranos: aquella necesidad de ver y escuchar y contemplar y disfrutar y no entender absolutamente nada y sentirme mísero y pequeño, privilegiado, elevado, aquellas ganas inocentes de participar en algo que me venía demasiado grande, pero que me excitaba, aquella tonta curiosidad, aquella ingenua temeridad de ir a acercarme a todo eso, con el paso del tiempo, he comprendido que estaban ayudando a que yo definiera, construyera y comprendiera mi propia visión del mundo. Entiendo que, más o menos conscientemente, en aquellos tiempos, estaba asistiendo a un DIÁLOGO real, que ha acabado desembocando en mis actuales opciones vitales. Comprendí (aunque nunca me veo a salvo de sentirme equivocado) que la construcción de mi visión personal del mundo pasaba por la práctica artística.

Supongo que resulta ingenuo, desde mi posición actual, esperar que voy a tener espectadores con las mismas ansias y enfoques que yo tuve. Supongo que, a la hora de consumir lecturas y obras artísticas, cada cual tiene su propio nivel de implicación, necesidad y premura. Suena ingenuo, pero a pesar de ello, mantengo una ilusión sencilla: si los libros que leí me ayudaron como persona, mis textos pueden aspirar a ayudar a las personas; si los cuadros y las actitudes de los artistas me acabaron dando formas de entender la vida (mi vida), pues mis obras quieren ayudar, contribuir y continuar con esa intención. Todo eso, sujeto a revisión, pulido, mejora y refutación, queda en el campo de mis motivaciones personales, en el de mis motores íntimos.

Y por lo visto, todo esto está bien mientras se mantiene en la esfera de lo privado, pues a poco de salir a la superficie, esas, mis bases, más o menos puras, no hacen más que chocar con el hastío, la irresponsabilidad, la asintonía, la indolencia y un enervante etcétera. Cuando empezaba a afirmarme en mi modo de vida, cuando empezaba a modelarme y asumir que elegir mi opción era renunciar y alejarme de tantas cosas que eran igualmente vitales y necesarias, cuando empezaba a ver que elegir nunca se acaba, no sé por qué, empecé a formar la idea de que pertenecía, al menos, al colectivo de quienes han hecho elecciones parecidas. Fíjate.

El primer choque de mis puras motivaciones personales fue con la decepción: no existe tal colectivo. Básicamente, incluso entre artistas, no paso de ser un bicho raro. A veces es hasta peligroso revelarte como artista, cuando estás rodeado de artistas. Sí, es mejor estar calladito y seguir adelante con tus pobres ilusiones y verdades tambaleantes.

De todas maneras, la comprensión, el verdadero encuentro, no son más que maravillosos chispazos que se dan muy de cuando en cuando. Y siempre lejos de tus intenciones. No hay que impostar la voz, no hay que vivir como si fueses un powerpoint, no hay que redactar mensaje. Cuando es posible el encuentro, la comunicación real, el aliento en sintonía, todo se conjuga y se pone a las órdenes del momento. Entonces no importa si los interlocutores son artistas o no, no importa si tienen un rico acervo cultural, si tienen repleta la nevera, si tienen interés, si tienen ansias, necesidades, descubrimientos o iluminaciones a compartir. No importa que el lenguaje sea ininteligible, no importan los déficits. Cuando se tiene que dar el contacto, SE DA. Por eso intento mantenerme callado y seguir a lo mío. Las cosas buenas que he encontrado no siempre han venido por mi intervención. No han venido por mis presentaciones en sociedad, al menos no han venido de la mano del guión que yo manejaba. Por eso, mejor callado.

En lo que respecta a los artistas, ese colectivo que tontamente pergeñaba, es mejor mantenerse alejado de los cauces que los presentan como lote coherente. Es insufrible el intento de presentar el capricho, la intuición, la sospecha, el atisbo, la indolencia, la valentía, el desparpajo, la picardía, la abierta desverg¨uenza y la arrogancia manifiesta de cada cual como muestras de un TODO. Como artista y persona, me resisto a estar censado en ello. Me da urticaria el que me asocien a cierta gente. Por suerte, puedo decir que ya pasó para mí el tiempo de cierta estupefacción. Ya superé el conflicto de construir mi modo de vida a partir de ciertas maravillas que leí cuando era un niño, a partir de sentirme un enano ante ciertos cuadros, sentir que quería una vida honorable como la que deducía en aquellos momentos de sorpresa, maravilla y éxtasis, y avanzar el paso, empezar a creer que yo podría intentar lo posible, y acto seguido, verme rodeado de imbéciles arrogados, con los que nada tenía para compartir. Ya pasó ese tiempo de roce pegajoso y enervante, ya pasó el momento de conflicto: mis decisiones son mías y allá cada cual.

¿Se me ve como artista? No tengo que argumentar ni refutar nada. En silencio, trabajo cada día para dignificar eso: mi trabajo, mi día y mi silencio.

Y basta ya de tontas distracciones. La vida es un boli que se gasta, y no la voy a usar en un pliego de desmentidos. Sencillamente, sólo actuando con cierta honestidad, ya me siento adherido a los artistas que me ayudaron a ver eso: el valor de la honestidad sin condiciones.

Actuando con mi naturalidad, ya me siento suficientemente a salvo de los OTROS: todos esos artistas que, en el peor de los casos desvirtúan y tergiversan las cosas que a mí me dan la vida, y en el mejor de los casos, me cansan profundamente. Me cansan lo que se pierden en vericuetos estilístico/formales, que te dicen, sacando pecho, que su arte se define como pintura de zombis a spray, como proclamas indignadas en endecasílabos, o tonterías por el estilo, usando un tono sobreactuado que pretende dejar constancia de su personal contribución a la historia de las ideas. Me cansa que confundan las maneras con el mensaje, me cansa que olviden que son personas que viven entre personas, a pesar de ser artistas. Me indigna que saquen las plumas iridiscentes del cuello, que confundan al espectador, dándole a entender que las elecciones formales del artista son lo que hay que entender. Me indigna que dejen crecer el sobreentendido de que las (gratuitas) percepciones íntimas del artista son el abrevadero donde todo interesado en la cultura debe ir a saciar su sed de algo que nadie se ha molestado en definir.

Con el título de este texto ni quiero apostar por una visión ególatra y enmimismada, ni quiero ensuciar sin remedio las posibilidades de una sana empatía. Con ese título quiero acercarme a una confesión sencilla: soy un artista que está cansado de los artistas. De los músicos, de los escritores. No de todos, claro. Sólo de los OTROS. Los que, a conciencia o por descuido irresponsable, acaban alimentando distancias, creando escalones. Los que eligieron su opción para establecer una jerarquía ante los demás, una distinción. Me aburren sus sueños, y sus maneras, aunque tengan su punto de acierto o sofisticación, me tocan los cojones. Estoy cansado de revolucionarios de postal, que sueltan pueriles manifiestos sin contenido, de espaldas a la gente, pero buscando la cámara. Estoy cansado de los que juegan a derribar sin derribar nada, absortos en su propio ruido, cansado de los que ni imaginan que antes de derribar hay que tener una alternativa en mente, al menos. Estoy cansado de tontos fantasmones que vociferan hasta que les dan un plato de lentejas, que pierden alegremente las fuerzas cuando les cae un polvo fácil, un halago barato o una subvención. Estoy cansado de los que relamen el verbo y descuidan el control de los esfínteres. Cansado de los que dicen estar cambiando la vida y se limitan a poner pegatinas por la ciudad, estoy cansado de sus berreos y vanos improperios de pijo jugando a la rebeldía. Estoy cansado de esa transgresión, de esa mala cara que caduca cuando papá decide ejecutar la opción heredero.

Y tanto cansancio es muy cansado para mi. Es cansado que me afecte y le preste atención, aunque no puedo evitar estar siempre pensando que, de alguna manera, es trabajo de estos OTROS está relativizando el mío. Enmerdándolo, ocultándolo. Sus mensajes calan, a veces, mejor entre la gente. O por habilidad de unos o por comodidad de otros. La vida que nos venden es distracción, evasión y banalización. Todo es humor barato e inmediatez de consumo. Y yo podría callarme y seguir, simplemente, a lo mío. Para qué perder mi enfoque, para qué distraer la eficacia de mis fuerzas, debería permanecer concentrado en descubrir, seguir y corresponder a mis pistas. Pero entonces, ¿qué pasará con el amor propio de la gente? ¿Qué pasará con las cosas que se enfrentan a tu propia comodidad natural? ¿Qué va a pasar con todo lo que pone a la gente entre comillas, y les rompe seguridades y las obliga a replantearse las cosas? Algo ha de pasar y yo no tengo corazón para mirar sólo por mi y quedarme tranquilo. No tengo nada, y debo construir todo, en soledad. Construir algo que es para mí y para todo el mundo, algo que es demasiado para mí. Yo tenía la ilusión de compartir la carga, no por librarme del peso, sino por repartir la alegría. Pero los OTROS son mayoría. Y saturan el mundo de imágenes vacías y gestos convenientes. Cargan el aire y ensordecen la melodía. Por eso la mayor parte del tiempo tengo que manejar en soledad la certeza de que el arte, la escritura, la música, más que disciplinas, son modos de vivir que desarrollan al Hombre, construyéndolo o destruyéndolo, pero ayudándole a definir su lugar en el mundo, ofreciéndole herramientas para el emerger y sostenimiento de su conciencia, para el esclarecimiento del sentido de su vida.

Estoy cansado de compartir esto con iguales que no lo son.

Yo quiero vivir y dejar vivir. Y quizá con el título de este texto no hago más que rendirme a la intransigencia. Pero soy humano, y estoy cansado de ilusiones fomentadas en la trampa ,el desliz, el desvarío y el equívoco. Quiero dejar vivir, pero por encima de esto quiero vivir, esto es, vivir alejado de los tramoyistas y prestidigitadores que falsifican la pureza, alejado de quienes se ríen del amor porque no tienen valor para anidarlo en sí. Por eso yo, que he gastado más de la mitad del boli yendo de un lado para otro con mi lamparita enmedio de la negrura, yo, que forjé la ilusión de encontrar compañías fuertes, adhesiones profundas, yo, que vi cómo esas compañías se desmoronaban en la autocomplacencia, en la dejadez, en la inercia, yo, tengo que aprender a afirmar en voz alta que me aburren los sueños de los OTROS.

Soy quien soy por lo que he visto y leído, entre otras cosas valiosas y/o espeluznantes. Voy revisando y dirigiendo lo que soy con lo que pinto, escribo y doy a compartir, entre otras cosas. Cuido mi conciencia y defino, con ella, mi lugar en el mundo. Compartir esto con la gente, intentar comunicarle que ese nivel de cuidado e implicación también está en su mano, decirle que, si se atreven a afrontarla hasta las últimas consecuencias, también disponen de esa capacidad de dirigir y crear su vida, son el único mensaje que se me ocurre. Y quiero comunicar eso, puro y alejado de mis pamplinas y mis “percepciones más íntimas”.

A pesar de mi cansancio, a pesar de que me espolea la insatisfacción, no encuentro principio rector más noble ni ocupación más digna.


JAG.
Jaume Fuster-Francesca Bonnemaisson. 9-Mayo-2013


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