14 de mayo de 2013

HAGO COSAS

que me salvan la vida y al mismo tiempo me sumergen en un estado de completo nerviosismo.

Me salvan la vida porque veo que, a pesar de que están desconectadas de las resoluciones que hay que tomar para llevar a buen término la mecánica cotidiana (ingresos, éxito personal/social, etc;) esas cosas que hago, aunque sean extrañas a los demás, me ayudan a definir mi papel, lo sitúan en el momento y el lugar que ocupo, esto es, me ubican en el mundo y dignifican mi vida.

Las cosas que hago me sumergen en un estado de completo nerviosismo porque, aparte de que raramente ayudan a mantener satisfactoriamente las cuestiones relacionadas con la cotidianidad, aparte de eso, me exigen una cuota de concentración en mí mismo, aunque sea para observar activa y profundamente la realidad que todos vivimos. Demasiadas veces, creo, la conciencia se alimenta de soledad.

El mundo está lleno de cosas que yo no sé y todo el mundo sabe. Los días buenos me siento curioso, los días malos me veo ignorante y segregado.

El mundo está lleno de cosas que yo sé y que nadie sabe. Los días buenos me veo campeón del amor por todo cuanto ofrezco, los días malos me siento un imbécil arrogante, que de puerta en puerta, disfraza su ineptitud para la normalidad regalando tesoros incomprensibles que abarrotan los trasteros de la gente.


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