3 de junio de 2019

EN REALIDAD ME PARECE QUE NO ES IMPORTANTE QUE UN DÍA DEJARA DE HACERME GRACIA EL CHISTE



Me está pareciendo a veces que a pesar de tu cálido esfuerzo por la empatía. Me está pareciendo que la mayor parte del tiempo tengo que tener extremos de prometer cosas, yo qué sé, de contestar cartas, pero no. Tú ya sabes de qué hebra sutil e irrompible está tejido mi humor. Que a veces se hace de la pelusa delicada que aterciopela en la tarde la piel visible de las hierbecillas del campo. Que se torna opaca en un suspiro de levante. Y ya. Tú ya sabes que a veces un puto agujero de luz que te mata de ceguera. A veces tú y yo risas porque sabemos de la miseria la alegría de que están hechas las cosas. A veces una hora diez minutos cuarenta y seis segundos de esperanza, nuevamente. Y otra vez a sorber ese caldo reconfortante que no sabe a nada. Tú lo sabes y no juegues conmigo a que no nos hemos dado cuenta. Y entonces, a pesar de que ya estoy prevenido de consignar tan torpemente lo que personalmente me atañe, ¿por qué tengo que lamentarme por el tiempo de las estúpidas reclamaciones de atención que no puedo sostener? Mírame. No debería moverme. Estoy aquí. Ni tan siquiera un mínimo cambio en la cadencia de la respiración. Ni un grado de temperatura en el pecho. Ni un milímetro de desvío en el paso. Y ahora a degüello. Sin descanso ni respiro. El mundo es algo blando que no podemos entender la gente. Es algo que nos contiene. No podemos verle la forma porque nosotras y nosotros somos el límite. Somos soberanamente imbéciles en lenguaje inclusivo de toda la vida, y le damos la espalda a una nube desecho gaseoso que ardiente se pierde ojo por ojo. A mí sólo me hace falta un suspiro un día que me digas que es que luego siempre se ponen muy pesados, para que yo acabe nadando tan llanamente solo en este lago de miel que a ti te hunde. A mí tan sólo me hace falta ese pequeño imperceptible aire de más en tu saludo para que una pequeña nube de polvo dibuje en tu casa un pañuelo blanco que te libera y despide de los últimos litros gramos metros de mi recuerdo. A qué viene entonces mira lo que me han dicho alguna gente que no conoces. A qué tanto protocolo y parsimonia para acabarme enseñando la desnuda mandíbula inferior de un cobaya o un hámster. Qué me importa realmente una cabrita blanca y marrón chupando el komorebi en una loseta. No te lo tomes tan a la tremenda. En otro tiempo, de haberme dibujado tus tetitas en el reverso de una hoja de papel arrugado, yo me las hubiera compuesto para salir recién duchado de mi sótano, para sacar para ti lo que de afectuoso tuviera el día, y decirte hermosa, que te haría un campo de trigo nevado justo en el centro húmedo de la divina majestad de tu corazón caliente. Sólo que ya he mandado a tomar porculo la primavera. Sólo que ya se me han gastado las dentelladas para tu desgracia. Se han acabado precipitando en el cajorro de una curva cerrada de azúcar cercenado. Tú me has visto las manos quietas y me da igual si no respiras. Me has visto la boca callada, los pies clavados, irresolutos, inocentes, perdidos de barro. Me está sobrando todo esto, y por qué me cuentas que tan raro duermes. A ver si te enteras por tus medios de que ya estoy cansado mortalmente de vivir en la pugna por mis sueños. No quiero negar que la gente apueste por la felicidad, por una bonanza inconstante o por el estúpido bienestar. Yo también me siento fatalmente equivocado en la orilla opuesta, pero no voy a aplaudirles. No voy a reservar con ellos habitación ni voy a compartir trecho. Ya me está sobrando todo esto. Ya está de más toda esta palabra ruidosa sin fe en la oración, sin vergüenza en la súplica ni pertinencia corrección en el verso. Supongo que todo esto se precipita en la desmayada tristeza sorda y silenciosa de después de un polvo sin amor ni emoción deseable, que se escapa hacia el desagüe de las cosas como son cuando nadie te ha prometido nada. Y ahora supongo que te soy demasiado opaco en tu insomne pérdida del camino hacia lo bello. Ahora soy quien menos ayuda si te hago ver que confundiste una curiosidad simple con el sentido verdadero de algunas cosas que te importan. Todo es tan sencillo. Desiste. Estás perdida. No tienes el color ni la talla de mi vacío inaguantable. Todo lo que a ti te atrae de mí, tan sólo es una capa fina de una decepción por haber vivido. Tan bella. Tan inútil. Una manera de juego etéreo que me envuelve y me abriga en mi camino torpe hacia el lógico encuentro con la básica reserva química y espiritual de la pestilente humanidad de oriente a nortesur y occidente viceversa. Un juego sutil, más por débil que por fino, más por frágil que por acertado, una capa que adorno de mortales bacilos que encuentro en ti y en mí, hechos de luz oscuridad para que todo acabe cambiando para bien, para siempre, que acabe plantando flores en los pechos derrotados y les inspire para salir al mundo con antorchas de amor regenerado, y que se hunda para renacer en sonrisa fértil todo lo que está siempre fuera del juego. Una capa, como te digo. Una capa que hago en su momento preciso, y que sin más se superpone a otra. A otra que a otra en otro momento a otra cubrió, a mi orden, en el desconcierto. A otra que en mi pasmo me ayudó me parecía. Y esa otra a otra que hice por mi vivir desnudo, aunque de vergüenza me cubría. Esa que me vistió y con el tiempo me desdijo. Esa que cubrió a otra que pretendió precederme y ante el mundo dejar mi huella digna con un compás que sereno yo quería. Una y otra capa sin apenas preguntarme qué pasó para que sin parar me sucedieran. Una y otra hasta hacerme este gordo pellejo que sin querer te lleva a engaño por quién soy yo, una y otra que me ocultan y me defienden de tu atención. De tus besos. Una capa tras otra, añadiendo un peso que apenas me deja resuello para ese extraño dolor. Una capa, recuerda. Una capa simple que te deja extasiada de novedad y cada vez de mí más y más lejos. Tú me ves aquí. Y estoy aquí. Aquí. Pero cuántos latidos, cuánto gemir erróneo te separa de entenderme. Cuánto le falta a este mundo respirarnos para que sepáis sin dolor que mi canción es mi único abrigo. Que es mi casa de colores, que quiere cobijar a todas y a todos, ciertamente, pero que ya no quiero vivir más en el sueño. Que no hay una puerta de abrir para que llames. No hay una habitación para que vengas con tus cosas, ni tan siquiera un pasillo para que con la cabeza descubierta, el corazón en la mano, te me acerques.


Jag.
3_6_19

No hay comentarios:

Publicar un comentario