30 de septiembre de 2011

CAUCES.

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Algunas veces has puesto en el límite de su acción todo lo bueno de lo que eres capaz, has tensado hasta casi la ruptura las fibras de tu inteligencia y buen espíritu en la consecución de un trabajo o de algún fin noble o útil que perseguías. Has quedado exhausto y con el resuello perdido y la mirada vidriada de perplejidad porque, muchas de esas veces, la única conclusión que has sacado tras ese esfuerzo cargado de expectativas e ilusiones es la de tu pobre y torpe limitación. A veces el único resultado de un trabajo es la dolorosa conclusión de que no estabas preparado para llevarlo a buen fin, y después de esa fiebre que es aventurar un crecimiento o un cambio, después de parir esa esperanza y ver que todo va a quedar en nada, pues te ves en la penosa perspectiva de tragarte tú solo los amargos frutos de tu torpeza, de tu falta de empuje, de tu mala distribución de fuerzas o simplemente del cúmulo de desdichas que plantaron su casa en la misma puerta de tus buenas intenciones.

Bien. Bien, no te rindas a la desgana, no te tortures inútilmente. No ha sido un tiempo perdido, aunque en ese momento de zozobra no te sientas capaz de pensar otra cosa. Por muy altas que veamos las montañas, hemos de saber que aún están creciendo y erosionándose al tiempo, sólo que en un tiempo que no sabemos ver o no podemos esperar. Lástima que no tengamos patas de saltamontes en el alma, para saltar en el momento en que creemos estar fracasando, y vernos a nosotros mismos, a nuestro dolido fracaso, en su dimensión verdadera desde otra perspectiva.

Vivimos en un mar todos mezclados, y encontramos la desembocadura de los grandes ríos, y los remontamos, como a los grandes hombres, hasta su cuna. Y nos parece que esa cuna es la razón de ser de nuestro mar. Y no sólo olvidamos, pobres infelices, que hay otros mil ríos, olvidamos mil debacles y cataclismos, simas infinitas, exasperantes desiertos ardientes, que tuvieron que sortear o superar los ríos que conocemos para encontrar su curso. Olvidamos que su curso es una prueba no sólo de sus ansias de mar, sino de la superación o elusión de los obstáculos que les cerraban el paso.

Vemos las cosas desde su conclusión y no se nos ocurre valorar la diferencia que hay entre lo que vemos y su plan inicial. Si nos obcecamos con la idea primigenia que tenemos acerca de nuestros planes, si no los sabemos ver como algo que va fluyendo y haciéndose, cualquier cambio que acontezca y nos separe del plan maestro, lo vamos a considerar fracaso. Podemos ver, en cambio, que nuestra idea, nuestro método y nosotros mismos (nuestro empuje, nuestra convicción) son algo vivo que va creciendo y evolucionando en presente continuo. Si en un punto del camino, concluyes que no llegarás a buen fin, bajo estas consideraciones, podrás buenamente sentarte a valorar si tu plan, que no va a salir adelante, necesita una mejor idea, un mejor método o incluso un mejor tú. No te quejes y ponte manos a la obra. Ante el fracaso de una idea que queríamos llevar a buen fin, hacemos una evaluación demasiado apresurada que casi siempre incluye algún juicio de valor acerca de nosotros mismos, yo no sirvo, yo no sé, no doy la talla; y eso nos descalabra y nos anima a revolcarnos en el desamor propio, y al tiempo nos exime de hacer una evaluación exhaustiva y da alas a la apatía. Y de la apatía a la cama. Y de la cama a la autocompasión. Y si podemos, cariñitos y sopitas de mamá.

Los ríos que conocemos no se fueron a la cama. Superaron, con fuerza o paciencia en talla equiparable los obstáculos que se ponían en su camino al mar. Y si el obstáculo era mayor que la talla de su esfuerzo, o esperaban a crecer, o simplemente lo eludían y encontraban un camino más asequible. Los grandes ríos no consideraron fracaso tener que bordear un sistema montañoso, ni lamentaron alargarse en rellenar una depresión y continuar adelante por donde la tierra se le mostraba más amable. Continuaron. Y lo hicieron a pesar de la fiereza o la simplicidad del paisaje, y también gracias a ellas. Algunos tramos del curso se dibujaron con determinación, otros con comprensión, y otros simplemente se dejaron dibujar con lánguida inocencia. No pusieron mala cara los grandes ríos, porque dejándose fluir tuvieron tiempo de saber que el contacto de su dibujo, incluso con la roca desnuda y el desierto ardiente, son siempre cantos a la vida.

Y a todo esto, qué tontura momentánea o pertinaz, relajada o concienzuda, me ha hecho deslizar la idea de que el curso de un río tiene como plan llegar al mar. Justo es que diga que es justo al contrario: es el mar el que, evaporado en los deberes de un niño de primaria, va en forma de nube buscando su alta cumbre, y a veces tiene un tropiezo y llueve sobre los campos de labranza que llenan las bocas de la gente, sobre enamorados absortos, que aprovechan para juntarse un poco más y decir sonriendo “hay que ver, hay que ver” o sobre los puestos de cintas o cedés deuvedés. Pero otras veces el mar evaporado, gracias a su buen espíritu, no le echa cuenta al agua que ha perdido por el camino y así poquito a poco llega a su montaña, y por alguna alquimia que yo no entiendo, va y se nieva sobre ella, el mar. Pero paciencia, que hasta allá arriba llega el verano, que lo pone todo más flojo, y el mar helado pues se tiene que aguantar y otra vez para abajo, como un río cualquiera, a lavar las ropas sucias, a darle caña a las competiciones de piragüismo, y a darle cosas que hacer a la gente los domingos.

Y el agua que baja ya no se acuerda de si es mar o si es río, pero por el camino se va dando cuenta de que riega los campos, y cría flores y chopos inmensos que serán el papeo de los poetas más listos. Y cuando ve esto, el río o el mar, tira para abajo con una alegría, con una cosita por dentro… y si le preguntas por su objetivo, te dice qué leche de objetivo, viento en popa a toda vela con este andar ligerito, y que vengan montañas o desiertos, o trampas del Señor o caricias del Demonio, que ya veré yo por dónde tengo que tirar…

Y basta ya, si estamos cansados de pensarnos como grandes mares o grandes ríos, y pensémonos como hombres y mujeres. Grandes o simples hombres y mujeres que dejándose fluir se dibujan a sí mismos y llevan la vida allá por donde pasan. Es nuestra naturaleza. Si hay algún objetivo, es el dibujo de nuestro río, y saltándome con alegría las metáforas de las coplas, a la mar que le den porculo.

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2 comentarios:

  1. Me parece genial lo que escribes, todo lo que hacemos,a todos los proyectos tenemos que ponerles un gran sol, un gran sol con una gran claridad y si no la vemos en algún momento, saber que ese gran sol está de tras de la cortina de nubes y que cuando confiemos en que está volverá a alumbrar y nos volverá a dar confianza y alegría para continuar. "Tenemos que ser pequeños, para acercarnos a lo grande".

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