11 de febrero de 2013

TRAVESURA DEL ALMA


La verdad que se me impone, después de haberlo reflexionado, es que no la abracé más, o mejor, porque venía de un día perro de trabajo físico y no me había duchado.

Otra verdad, que precede a la primera aún antes de haber reflexionado, es que la chica preguntó y preguntó con los ojitos soñadores, a mi modesto parecer, y maldisimulando la sonrisa me escaneaba los dedos de la mano, que tenían más tinta que el papel en el que escribía, mientras ella descansaba de sus apuntes.

Y añadiré en mi favor que tampoco la pillé mirando la hora cuando nos cerraron la biblioteca, y dimos unas vueltas y nos acabamos sentando a mirar la tarde que desfallecía, en un parque plagado de quinquis, erasmus y naranjos bravíos. Y pasaron algunos silencios, y nos vino el frío justo para que nos desabrocháramos las excusas para estar un rato abrazados.

Todo regresa a mí como un recuerdo placentero. Estaba todo bien en aquel justo momento en que, quizá demasiado exhaustivo en la digestión de mi vacío, aflojé la firmeza de mi abrazo. Y pasamos al momento siguiente, simplemente rozándonos, mientras hablábamos de libros.

En la calle del León me apuntó su fijo, su móvil, su correo. Me dio un beso después del mío y dijo que seguro que nos encontraremos. Nos despedimos, la calle se quedó vacía de ella y se fue llenando de filipinos, y yo me dije que no, que no parecían haberle molestado mis olores.

A ver, esto no es un documental de animales, ni soy un poeta en ciernes: no voy a buscar una montaña bien alta para soltar mi aullido más estremecedor. No voy a restregar mis feromonas por la corteza de los árboles, pues qué ganaría el mundo con ello. No voy a ponerme a sacar músculo ni a enseñorear el plumaje iridiscente de mi cuello. No voy a astillar mi noble cornamenta en desafío, ni voy a agrietar el páramo arrastrando las pezuñas y los versos. No hombre, no. Antes de entrar en una vorágine de deseo y sufrimiento, antes que ponerme a intentar saber qué ni cuándo, ni dónde ni cuánto, doy un gracioso salto lateral y dejo el camino para patear el sembrado.

Es en esa ligereza, que lo sepáis, es en esa despreocupación donde reside la manifestación del amor más puro. La valía. El orgullo. La confianza. Serenamente, no sé qué quiero pero sí sé qué no quiero. No hay competición ni meta. Ella sabrá quién soy y ella sabrá qué quiere. Igual que los ríos van al mar por fuerzas mayores que ellos, y esas fuerzas los cambian de estado y los envían de nuevo a las cumbres para volver a buscar el mar por el camino más largo, yo iré y vendré con mi mejor cara a lomos de esas mismas fuerzas, que a todos nos arrastran. No tengo que malgastar empeño en poner carácter a mi naturaleza, si es esa propia naturaleza la que nos contiene a todos. Sé que la evolución de la situación, en aquel placentero entonces, probablemente le estuviera revolucionando los líquidos del cuerpo, y no desdeño la posibilidad de que, en mi presencia, sus elastiquillos se estuvieran relajando. Lo sé. Pero igualmente sé, como me han dicho reputadas voces, que igual que hay mil poemas para conquistar a todas las damas, no hay ni uno que logre retener a tu lado a una de ellas. Yo sigo mi camino y que haga una buena comida con mis señas.

Ella dijo que seguro que nos encontraremos, y quién sabe la travesura que nos deparará entonces el alma. Nadie lo sabe. Yo me voy a mi huerta a criar buen corazón, por si acaso. Me voy porque quiero decir mejores palabras cada día, a ver si pueden ayudar a compensar o reforzar la podredumbre del mundo. La honestidad es una puerta abierta de par en par. Y mantiene la casa ventilada, y el aire renovado, y le da la vida a esas cosas insignificantes que te ayudan a mirar a la vida cara a cara.

Un pez no puede cambiar la temperatura del agua que le contiene. Puede vivir pendiente de los matices que le convienen o no, y moverse él mismo para buscar el entorno que más le quiera. Un pez sobrevive por su capacidad para mantener esa atención al cambio necesario. Nos encontraremos, seguramente, pues ella vendrá un día de un lugar, y yo habré ido allá. Y estaremos pasando de un momento al siguiente, con gana o con hastío, porque alguien nos abrumó de amor o de indiferencia, porque alguien nos fustigó sin piedad o ninguneó nuestras caricias. Nos encontraremos o tropezaremos literalmente. Y a lo mejor nos recordamos los olores y nos ponemos al día en besos, a lo mejor descubrimos en ese preciso momento que se nos han olvidado miles de palabras importantes, y sentiremos en una especie de sereno pudor que entre nosotros están de más el sí o el no, el hola o el adiós, el ya, el diosmío y el anda, cállate la boca.


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