20 de febrero de 2015

JUGANDO AL ESPACIO

A veces, a ciertas horas, te imagino mientras tienes a tu gente acostada. O lejos, tienes a tu gente lejos, alejándose o de camino, e imagino que en la casa pones las luces bajas y te estás calentando las manos, te estás tomando un té, o te estás tragando una culpa, digiriendo lo que sigues sin comprender del todo, lo que con desgana mantengas de los tiempos en que fuiste la novia la amante la señora de. Y a lo mejor no estás cómoda del todo, a lo mejor tu corazón  se inquieta, trabajoso, a lo mejor no sabes qué hacer con los pies, a lo mejor no te hallas en la ropa de estar en casa, en la ropa que casi nadie ve, y acabas suspirando, y deseas que algunas cosas fueran de otro modo, y mandarías todo a la playa, poniendo los pies en el sofá mientras sonríes porque nadie te ve, porque el deber te ha dado un respiro y lo correcto, a esas horas, no te puede molestar.

Tú soplas, das un sorbo y lees. Y seguramente te ríes, protestas y hablas sola. Te rascas al descuido, mueves la cucharilla mecánicamente mientras ansías, proyectas, divagas con lo que mereces. Sé que a esa hora la respiración se te está ralentizando, como despidiéndose prudentemente de los intentos que has plantado por ahí, de las rutinas del día. Sé que la casa tiene a esa hora un silencio blando contenido, como una serenidad, y tú puedes permitirte especular, desear callada, entrecerrar los ojos, hacer ritmitos con los dedos sobre la mesa, sobre una pierna, mordisqueando brevemente una galleta. Todavía conservas ese pequeño brillo que te mantiene digna, honesta, constante. Todavía sabes de las sintonías de tu belleza, de tus magnetismos que no se apagan, creo.

A esas horas la noche está callada en tu escucha, y se mantiene en vilo, como la soberbia y densa fertilidad de una jungla oscura sin brisa, a tu alrededor. No sé acerca del tacto de tu cara. Nunca te he visto sonreírme, y sería como de póster, como de tonto fantaseo el aventurarte caricias. La noche es opaca aquí, en mi lado, y todo es demasiado inconsistente como para imaginar anidando en mí una palabra tuya. Pero sé que ensueñas y te muerdes los labios, sé que encuentras consuelos en el sabor que extraes de una cadenilla, sé que a pesar de la generosidad de tus alientos, a veces sueñas con tenerlos bien ubicados. En orden. Como volviendo a casa. Y entonces a veces fiesta, a veces alegría y la vida es un potrillo tambaleante sobre la hierba fresca, mullida y al sol, en el viento frio. Entonces a veces se te pone extraño el estómago y de repente piensas que quieres a alguien de un modo que sólo entendéis si evitáis explicároslo.

Yo no sé, aquí solo, si son fiestas, si son tragedias. No sé, cuando miras, de los metros de tus ojos, de los hectómetros de tus caricias ni de los kilos herzios decibelios de mi presencia en ti, allá donde estás. Pero sí sé, enfangado en una ciencia improbable, que algunas veces besas lo tuyo con una intensidad extra, que no le corresponde. Yo me veo, yo me imagino, me hallo absurdamente acomodado en el mínimo torbellino de ese beso, en el mínimo rozar de tus labios en tantas caras que no conozco, en tantos anhelos tuyos que no veré.

Y estarás en tus cosas, las que mereces, las que cargas, las que pides, las que repartes, y el mundo se estará durmiendo lentamente, pero yo sé de ese fuego que va contigo y no conozco. Yo sé de la fuerza que pones, yo sé de la valía que tienes. Sé de tu manera prudente, sé de tu explosión callada, la que sabe de lo absurdo que es detenerse en alegrías y tristezas. Sé que te abrazas, se que a veces no te explicas el modo, sé que a veces no entiendes el grado, pero se va acabando el día y acabas respirando más lenta.

Y yo mientras, me huelo un hombro, imagino que alguna nota mínima estoy compartiendo con los perfumes de tu piel, a estas horas. Y todo se va apagando, ahí en ti, aquí en mi, y como último hilo del día, tarareo alguna canción que te gusta, mientras me muerdo tantas cosas burdas que tengo, que te hieren, que te molestarían, y pensando como tonto, en soledad, en componerte un bonito escaparate para que no salgas por pies con tan sólo pensarme, pues a lo mejor ocurre que al mismo tiempo que haces todo, sin bajarte de tu intensidad, pues ocurre que me estás leyendo. Incluso, por qué no, a veces ocurre que sin buscar me has encontrado. Te sientes entonces, imagino, en una pequeña alegría que no pesa demasiado. Y haces click antes de acostarte.

Entonces sé, en mitad de mi ciencia improbable, que en la habitación de al lado algo bulle a mi favor, mientras se muerde los labios. Puede ser sólo una pobre cosecha sin fruto, pero sé que mi vida va bien.

Te escucho moviéndote y a mi ya me basta. Sentir que te mueves, sentir que algo te mueve, es lo mínimo que pasa cuando está pasando algo.




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