8 de mayo de 2021

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Estaba aquella mañana batido y desintegrado. Como un caldo viscoso hecho forma retorcida, alargado en la cama de la habitación de la distancia, con el cuerpo vuelto hacia la pared, con el cuerpo entero apretando los ojos, concentrándome en la profundidad de la negrura punzante descarnada y latiendo torpe, vacío de aliento, oxidado atascado de maquinaria, exudando inútil el momento en que, aquella mañana blanca, inmisericorde, te irías para siempre, para mi liberación o la tuya, para tu ansiada niña soledad mayormente. 


Te escuché, tan quieta, tan desnuda de artilugios, cuando después de prepararte para irte al trabajo, me miraste haciéndome el dormido desde la puerta a medio abrir de la habitación de la distancia. Te escuché igual que al ir a acostarnos horas antes, ibas dando viajes para venir a traerme recuerdos que no quería, abalorios adolescentes para marcar el encuentro espantoso o la correosa despedida. Vete tú a saber qué ganarías tú con eso, quizá sólo buscabas deshacerte de los escombros con que me recordarías. Te escuché igual que el silencio de la parte de viaje que tú no ibas a hacer. Te escuché de dormir desde mi desvelarme de dolor, una noche detrás de otra. 


Momentos después, pensando qué gastado estoy de lágrimas, caí en que duraba demasiado ese espeso silencio blanco que me aplastaba, pensé que de pronto hacía peligrosamente mucho calor en aquella cama. Caí en la cuenta de que no había escuchado tus pasos finales, que la puerta que se había cerrado sin molestia momentos antes, era la de la llave que me diste para venir a chocar con tu corazón cerrado, noté que esa puerta de apresurada bienvenida había quedado a tu espalda, que el rumor de zapatos bajando sordamente la escalera era tuyo, que habían parado brevemente antes del pequeño estallar metálico, antes de que la puerta del portal hiciera estremecer bobamente mi mundo, para dejar salpicados unos pasos que se iban desvaneciendo evasivos en la calle, y esos pasos habían sido tus pasos, que me iban dejando atrás, a tus espaldas, en tu pasado. 


Sólo después de haber entendido esa mecánica, he empezado a especular, en soledad, hasta hoy mismo cada cierto tiempo débil de dolor o de ira, cuánto de mí se va contigo, mientras te vas. 


Jag.

8_5_21


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