Voy por
la calle y me encuentro de repente con Herbert Hartpfeimer, alto
comisionado europeo por la igualdad animal EN la Cámara de
Strasburgo, que está de traje, parado enmedio de la zona peatonal,
sin escolta ni compañía, dándole al móvil, me acerco y le
pregunto, perdone señor, ¿es usted Herbert Hartpfeimer, alto
comisionado europeo por la igualdad animal EN la Cámara de
Strasburgo?, y me dice:
-Sí.
En la
primera parte del segundo siguiente a su afirmación, le he notado,
mientras le abordaba, un tanto a la defensiva, la mirada tensa, la
sonrisa precavida y un rastro de repentina humedad que se delata en
el cuello de la camisa, así que durante el resto de ese segundo, se
debatía entre el recelo cargado de sorpresa por saber quién soy, y
de qué le conozco, y el básico bloqueo de rodillas previo a la
adopción de una posición defensiva sobre terreno elevado, o al
eléctrico arranque de una acción evasiva, quién sabe, poniendo sus
curiosidades y sospechas, de momento y naturalmente, allá, quiero
decir, más allá, a una distancia prudente.
En el
segundo siguiente, ya le estaba yo contestando. No le di tiempo de
nada. Y claro, yo sé que en un texto de menos de un folio te tienes
que dejar de historias, yo sé que, básicamente, entre dos seres
ebrios de la ilusión de individualidad, el camino más corto y
elemental es decir la verdad, pero, ¿y si, como he oído decir a
algunos hombres buenos, o él o yo, o incluso ni él ni yo, estamos
preparados para saber la verdad?
Yo
debería haberle dicho que, conocerle, sólo le conozco la cara, que
sólo podría haberle llamado la atención sobre ello, que antes la
había visto por la tele y que ahora la había reconocido en la
calle, fíjate, pero la primera parte del segundo en que le empecé a
contestar, la dediqué a pensar en que lo lógico y deseable hubiera
sido improvisar un comentario tranquilizador, incluso inventar algo
de admiración por su trabajo, que hasta el menos avisado sabe que el
halago es el burdo primo lejano de la simpatía, yo sabía que lo
naturalmente aceptado hubiera sido presentarme, estrecharle la mano,
ya puestos.
Pero
pensar una cosa es más rápido que decirla porque no tienes que
vocalizar. Decirla es más sentido por el trabajo que cuesta. Que lo
escuches tú y que lo escuche la gente es más comprometido que
cuando lo escuchas solo en tu cabeza.
De tanto
pensar, o mejor, de tanto haber pensado, para cuando llegó la hora
de contestarle, en la segunda parte de ese segundo de respuesta, me
hice la picha un lío, se me bloqueó el diafragma, se me espastizó
el occipucio y sólo alcancé a decir:
-Entré
buscando unos countrys en la WIKI y acabé en una foto de USTED.
.
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